Yo quería hacer un ensayo acerca del lector, pero no pude, y se me ocurre que cuando uno no es capaz de escribir lo que desea, debe conformarse con escribir lo que alcance. No sé para qué me alcance con mis ideas vagas. Vagas en el sentido de que son vagabundas. Si los textos fueran ciudades, mis ideas irían por ellas como turistas distraídas, dando vueltas innecesarias, aventurándose en zonas peligrosas y descansando también porque, continuamente, se cansan de sus travesías. Para colmo, si contemplaran su estado, mis ideas se sentirían extranjeras.
También yo quería escribir acerca de aquello que llamo: el ágora de los exiliados. Un sitio, no sé si adjetivarlo como inmaterial o imaginario, donde acontece un intercambio de pensamientos entre las personas dedicadas a las humanidades. En ese lugar hipotético existen múltiples debates acerca de casi todos los problemas humanos. Pero no sería extraño que los ahí oradores despreciaran a sus verdaderos vecinos.
Hace años, mis hermanos regresaban cada domingo a la casa de la que se habían escapado por las ansias de una vida marital. Mis hermanas traían consigo la boruca de sus hijos y mi madre parecía fascinada de volver a escuchar escándalo en su hogar. Mi padre, en cambio, prefería conversar con sus yernos y sus nueras, aunque gustaba de originar gestos berrinchudos en alguno de sus nietos. Después de un rato de chismes familiares, comenzaban las controversias políticas. Yo, que nunca he sido aficionado al bullicio, solía desterrarme en mi cuarto y, allí, leer.
Con la lectura, mis ideas comenzaron a pasearse por aquella ágora, donde literatos, filósofos e historiadores hablaban con una agudeza que me conmovía. Entonces, sin ser mayor de edad y con mis escasas lecturas, yo me atreví a participar en las reuniones familiares. Mis opiniones allí vertidas eran balbuceos intelectuales pretensiosos que causaban extrañamiento.
En aquel tiempo, México cambiaba. Cuauhtémoc Cárdenas estaba a punto de vencer, por fin, en unas elecciones democráticas. Yo desconfiaba de él, pero no veía tampoco en otro candidato posibilidades de un buen gobierno. Yo no iba a votar, pero quería decidir el voto de los demás.
Un par de años después, en medio de la huelga estudiantil del 99, con un poco más de malicia política, pensé que mi destino no sería vencer en ningún debate familiar, sino en participar mediante la escritura, encerrado en mi habitación, en el ágora de los desterrados.
Me interesé mucho más en vencer a los socialistas utópicos que en demostrar las falacias de mis cuñados. Pero nadie me leía. Y apenas si me daba cuenta de eso.
La escritura no sólo me ha permitido conocerme, sino también construirme. Lo cual no me basta. Aspiro a ser leído. Más aún, aspiro a ser comprendido. Aunque cabe aclarar que yo sé bien que la plena comprensión es imposible y admito que tales aspiraciones me avergüenzan.
Yo solía hablar a solas. Quién sabe si porque tuve una infancia muy solitaria, o porque mi imaginación no dio para agenciarme a un amigo imaginario, sólo para inventarme muchas cosas a mí mismo en voz alta. Supongo que mi padre tuvo miedo de que me consideraran loco y más de una vez citó una frase de no sé quién que decía: quien habla a solas aspira un día a hablar con Dios.
Yo me dije hace un par de semanas que escribir a solas era como esperar que Dios fuera mi lector. Y Dios, para mí, a finales de los noventa, se puso muy enfermo. Fue adelgazando y un día ya no amaneció. Ni siquiera lo enterré. Dejé que se lo comieran Sade, Marx, Nietzsche y otras aves carroñeras.
También hace unos días garabateé este aforismo: Tengo mala suerte, Dios, que es el único que me comprende, no existe. Tal frase da la impresión errada de que me preocupa Dios y, sinceramente, a mí Él no me preocupa para nada. El lector sí. ¿Para quién escribo?
En el libro de Fadanelli que en más alta estimación tengo, En busca de un lugar habitable, él dice que el escritor sueña con un lector sensible que en la lectura encuentre una ventana para conocerse a sí mismo y que consiga, también, la estimulación necesaria para iniciar un nuevo diálogo. Yo lo entiendo de este modo: el lector debe transformarse de un ser para sí, que está encerrado en su habitación, a un ser para el otro, que alza la voz y procura mover los ánimos en el foro de los hombres de letras.
Llevo más de dos cuartillas y aún no he dicho por qué me interesaba el problema del lector. Que a mi juicio es una preocupación de índole ética y no meramente en el orden de la teoría literaria.
Estaba en el hospital junto a la cama de mi hermano, veía su brazo moreteado, conectado a dos tubos uno de antibiótico y otro de suero. Veía sus párpados al fin cerrados, sus extendidas ojeras, no había dormido en dos noches por miedo a ya no poder despertar. En cuanto salió una enfermera de la sala, fui al pie de la cama y, en las hojas donde registran cada dos horas durante la noche la temperatura de cada enfermo y las medicinas que se les suministran, leí que el paciente debía ingerir abundantes líquidos. Acaso por mi mal gusto, sentí que aquella frase era una verdad poética. E intenté hacer un poema allí mismo. A oscuras como se hacen los poemas.
Jamás, en ningún momento, se me ocurrió que debía mostrárselo a mi hermano. ¿A quién se lo escribí entonces? ¿Mientras mi hermano convalece, yo le escribo a un lector que no conozco? Tal vez a él no le sirviera de nada leerlo, es cierto, lo que escribí era triste, como los verdaderos poemas, y la tristeza debilita las defensas. ¿Si la poesía no cura a los enfermos de cáncer para qué sirve entonces?
Por eso me preocupa el lector. Se escribe para otros, sin duda. Pero no necesariamente para los amigos ni para la familia. Se escribe para ser un rostro más en el ágora de los humanistas. Lamentablemente allí ya tampoco hay humanismo. Los libros son citas, referencias, bibliografía. ¿Dónde quedaron la carne y los huesos verdaderos?
Me preocupa mucho el lector porque yo no puedo dejar de escribirle.
Y también mis amistades, mis conocidos, me preocupan. Quisiera que me leyeran, aunque escriba a veces sin pensarlos o en su contra , o con suma indiscreción.
¿Qué puedo hacer? Ya a mis ideas les duelen los pies. Son malas viajeras. He terminado este ensayo y apenas he podido esbozar lo que quería…
También yo quería escribir acerca de aquello que llamo: el ágora de los exiliados. Un sitio, no sé si adjetivarlo como inmaterial o imaginario, donde acontece un intercambio de pensamientos entre las personas dedicadas a las humanidades. En ese lugar hipotético existen múltiples debates acerca de casi todos los problemas humanos. Pero no sería extraño que los ahí oradores despreciaran a sus verdaderos vecinos.
Hace años, mis hermanos regresaban cada domingo a la casa de la que se habían escapado por las ansias de una vida marital. Mis hermanas traían consigo la boruca de sus hijos y mi madre parecía fascinada de volver a escuchar escándalo en su hogar. Mi padre, en cambio, prefería conversar con sus yernos y sus nueras, aunque gustaba de originar gestos berrinchudos en alguno de sus nietos. Después de un rato de chismes familiares, comenzaban las controversias políticas. Yo, que nunca he sido aficionado al bullicio, solía desterrarme en mi cuarto y, allí, leer.
Con la lectura, mis ideas comenzaron a pasearse por aquella ágora, donde literatos, filósofos e historiadores hablaban con una agudeza que me conmovía. Entonces, sin ser mayor de edad y con mis escasas lecturas, yo me atreví a participar en las reuniones familiares. Mis opiniones allí vertidas eran balbuceos intelectuales pretensiosos que causaban extrañamiento.
En aquel tiempo, México cambiaba. Cuauhtémoc Cárdenas estaba a punto de vencer, por fin, en unas elecciones democráticas. Yo desconfiaba de él, pero no veía tampoco en otro candidato posibilidades de un buen gobierno. Yo no iba a votar, pero quería decidir el voto de los demás.
Un par de años después, en medio de la huelga estudiantil del 99, con un poco más de malicia política, pensé que mi destino no sería vencer en ningún debate familiar, sino en participar mediante la escritura, encerrado en mi habitación, en el ágora de los desterrados.
Me interesé mucho más en vencer a los socialistas utópicos que en demostrar las falacias de mis cuñados. Pero nadie me leía. Y apenas si me daba cuenta de eso.
La escritura no sólo me ha permitido conocerme, sino también construirme. Lo cual no me basta. Aspiro a ser leído. Más aún, aspiro a ser comprendido. Aunque cabe aclarar que yo sé bien que la plena comprensión es imposible y admito que tales aspiraciones me avergüenzan.
Yo solía hablar a solas. Quién sabe si porque tuve una infancia muy solitaria, o porque mi imaginación no dio para agenciarme a un amigo imaginario, sólo para inventarme muchas cosas a mí mismo en voz alta. Supongo que mi padre tuvo miedo de que me consideraran loco y más de una vez citó una frase de no sé quién que decía: quien habla a solas aspira un día a hablar con Dios.
Yo me dije hace un par de semanas que escribir a solas era como esperar que Dios fuera mi lector. Y Dios, para mí, a finales de los noventa, se puso muy enfermo. Fue adelgazando y un día ya no amaneció. Ni siquiera lo enterré. Dejé que se lo comieran Sade, Marx, Nietzsche y otras aves carroñeras.
También hace unos días garabateé este aforismo: Tengo mala suerte, Dios, que es el único que me comprende, no existe. Tal frase da la impresión errada de que me preocupa Dios y, sinceramente, a mí Él no me preocupa para nada. El lector sí. ¿Para quién escribo?
En el libro de Fadanelli que en más alta estimación tengo, En busca de un lugar habitable, él dice que el escritor sueña con un lector sensible que en la lectura encuentre una ventana para conocerse a sí mismo y que consiga, también, la estimulación necesaria para iniciar un nuevo diálogo. Yo lo entiendo de este modo: el lector debe transformarse de un ser para sí, que está encerrado en su habitación, a un ser para el otro, que alza la voz y procura mover los ánimos en el foro de los hombres de letras.
Llevo más de dos cuartillas y aún no he dicho por qué me interesaba el problema del lector. Que a mi juicio es una preocupación de índole ética y no meramente en el orden de la teoría literaria.
Estaba en el hospital junto a la cama de mi hermano, veía su brazo moreteado, conectado a dos tubos uno de antibiótico y otro de suero. Veía sus párpados al fin cerrados, sus extendidas ojeras, no había dormido en dos noches por miedo a ya no poder despertar. En cuanto salió una enfermera de la sala, fui al pie de la cama y, en las hojas donde registran cada dos horas durante la noche la temperatura de cada enfermo y las medicinas que se les suministran, leí que el paciente debía ingerir abundantes líquidos. Acaso por mi mal gusto, sentí que aquella frase era una verdad poética. E intenté hacer un poema allí mismo. A oscuras como se hacen los poemas.
Jamás, en ningún momento, se me ocurrió que debía mostrárselo a mi hermano. ¿A quién se lo escribí entonces? ¿Mientras mi hermano convalece, yo le escribo a un lector que no conozco? Tal vez a él no le sirviera de nada leerlo, es cierto, lo que escribí era triste, como los verdaderos poemas, y la tristeza debilita las defensas. ¿Si la poesía no cura a los enfermos de cáncer para qué sirve entonces?
Por eso me preocupa el lector. Se escribe para otros, sin duda. Pero no necesariamente para los amigos ni para la familia. Se escribe para ser un rostro más en el ágora de los humanistas. Lamentablemente allí ya tampoco hay humanismo. Los libros son citas, referencias, bibliografía. ¿Dónde quedaron la carne y los huesos verdaderos?
Me preocupa mucho el lector porque yo no puedo dejar de escribirle.
Y también mis amistades, mis conocidos, me preocupan. Quisiera que me leyeran, aunque escriba a veces sin pensarlos o en su contra , o con suma indiscreción.
¿Qué puedo hacer? Ya a mis ideas les duelen los pies. Son malas viajeras. He terminado este ensayo y apenas he podido esbozar lo que quería…
2 comentarios:
Son tan solo las 8:15a.m. Deberia estar rumbo a mi clase de Neuro y sin embargo estoy aqui por necesidad de encontrar un lugarcito para descansar mi mente y disfrutar de la tuya. Te preguntas, para quien escribes? en realidad no estas escribiendo para los lectores, pienso mas que nada que cuando uno escribe lo hace para uno mismo, obvio, que al compartir los escritos alguien mas los leera. Tus escritos te ayudan a escaparte de tus propios sentimientos, ideas, al poder traspasarlos con la magia de un lapiz a un pedazo de papel. De esa forma se descansa de las ideas que tal vez nos estan matando por dentro. El ser humano tiene una gran necesidad de ser aceptado, comprendido, y tal vez el escribir nos ayuda a encontrar a alguien que comparta los mismos sentimientos. Es deliciososo poder leerte...Have a great day!
Te agradezco que estés. Me da mucho gusto. Y también por dejarme leer tus palabras, te agradezco.
Qué bueno que comentaste en éste post. Para mí es el importante.
Que estés bien!
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