Tuvo casi la certeza de que
estaba dentro de un sueño. Esto le sirvió para tranquilizarse y sentir una
especie de respaldo metafísico.
Pudo ver con detenimiento los
instrumentos de extracción que sujetaban las mujeres: eran excesivos, demasiado
plateados, extremadamente gruesos y de un tamaño absurdo. ¿Cómo alguien en el
mundo real podría sacar muelas con esas armas? Además las cinco mujeres que amagaban
con violar su boca con tales fierros eran conocidas suyas: una maestra de la
secundaria, cuyo nombre tambaleaba en su memoria sin decidirse a caer o a esfumarse;
una amiga de la universidad, a quien no veía desde hacía dos años; ninguna de
las dos era dentista. Estaba también la prima de su novia que trabaja como
enfermera, ella era la única un poco consistente con la sala de dentista en la
que él se hallaba, sin embargo, tal chica no llevaba una bata blanca sino unos
pantalones de mezclilla muy ajustados y un escote exactamente igual a la
primera vez que la conoció.
Sonrió porque pensó para sí mismo
que definitivamente estaba en un sueño. Las otras dos mujeres tenían rostros
que se difuminaban, como si fueran fotografías que no lograran revelarse. Quizá
una era su tía y la otra una mujer que conoció en un viaje y con la que vivió
un buen fin de semana. ¿Qué otra cosa podía ser si no era un sueño?
La supuesta prima lo anestesió
con un golpe de las descomunales pinzas dentales que traía: sintió la humedad
de la sangre bajando con lentitud desde su ceja. Quedó aturdido. ¿Hace cuánto
que no tenía un sueño tan vívido? Luego oyó que con una voz que parecía no
pertenecerle a la joven enfermera, le preguntaba si le gustaría vengarse
dándole una nalgada. Pero como tardó en responder, pues su desconcierto
proseguía, recibió otro golpe en otra zona de la cara, la cual cubrió con ambas
manos temiendo otra embestida.
Después, la maestra de escuela,
quizá se llamaba Nayeli, le dijo que ya podía estar tranquilo, que se
descubriera el rostro, que ella no le haría daño. El hombre miró las palmas de
sus manos en cuanto las separó de su cara. Se sorprendió de que no estuvieran
manchadas de sangre. Antes de que se preparara, Nayeli, o como se llamara, le
había introducido un taladro y le destruía una muela. Comprendió que tenía
piernas y brazos amarrados a un sillón reclinable. Necesito despertar, se dijo,
¿qué diablos significa este sueño hijo de puta?
Su probable tía también se
acercó, al verla de cerca notó que parecían sus facciones hechas de humo. ¿Qué
pasa? Se atrevió a preguntarle. Tienes que perder tus tres dientes, ya te
destruyeron uno y ahora te quitaré otro. Le metió los dedos a la boca, atenazó
el incisivo central y de un tirón se lo voló. A pesar de que seguía creyendo
que se trataba de un sueño, el hombre comenzó a llorar.
Su amiga de la universidad lo
tomó de la mano, entre sus labios comenzaba a moverse un hilillo de sonrisa, no
de burla, sino de coquetería. Vamos a huir, Pepe. Él no pudo responder ni
articular palabra ni siquiera en su mente. Si me desnudas no voy a resistirme,
dijo ella. Y él se dio cuenta que ya no estaba en el sillón de la tortura
dental. A huevo es un sueño, dijo casi llorando, y ella decidió subir su falda
desde la altura de la rodilla hasta la cintura.
Cuando me doy cuenta de que un
sueño es un sueño puedo manipularlo. Pongo todo a mi favor y luego despierto.
Sin embargo, mientras Pepe –si acaso así se llama-- pensaba eso,
paradójicamente sufría angustia. La piel la tenía de gallina, temblaba de frío,
le palpitaba como una pelota demente el corazón. Pero la mujer seguía
encuerándose, y estaba bonita.
Intentó hablar con ella. Helena,
Helena, le dijo sin poder armar una frase. Luego con verdadero pavor se acercó
la mano al aliento, la detuvo a muy corta distancia de la dentadura, cerró los
ojos y dos instantes después, gritó como un niño de tres años. Quiso luego
recobrarse, sin pensar con claridad, decía: me arrancaron los dientes, es que
es el mismo sueño, y si no despierto, pesadilla no sueño, igual debo despertar,
qué significa esto, qué cené, no recuerdo nada.
Parece que no te gusto. Dijo la
mujer, casi desnuda: todavía tenía sus zapatos de tacón. Enseguida le dio una
patada que le hizo perder otro par de dientes. Se arrastró por el suelo tras
los dientes que botaron. Tembló y luego se contrajo y sus párpados se
entrecerraban y sus dedos con mucha con rigidez se retorcían.
La otra mujer difusa, la del
viaje, hizo un intento por calmarlo. Así que estaba de nuevo sobre el sillón
reclinable, pero con herramientas dentales de tamaño y formas regulares.
--Aunque estoy seguro de que esto
es un sueño, no me siento consolado.
--¿Y si supieras que esto no es
un sueño?
--Es horrible, me han destruido
la boca, me quitaron los dientes.
--¿Es tan grave?
--Me da mucho miedo.
--¿Qué?
--No sé qué significa, pero me da
mucho miedo.
--¿Recuerdas dónde nos conocimos?
--Sí, en Venezuela, justo después
del fallido golpe de Estado contra Hugo Chávez, una asociación política me
había invitado a Caracas, pero me escapé a Maracaibo y nos conocimos en un bar,
no recuerdo su nombre, ni el nombre de la calle, sólo sé que está a la vuelta
de un teatro, y en la esquina hay un semáforo demasiado alto, eso recuerdo, qué
semáforo tan alto, nadie lo puede ver, entonces te vi, estabas enojada, luego
te me quedaste viendo fijamente, luego bajaste, porque hay que bajar tres
escalones para entrar al bar, y me dijiste con mucha seguridad que te invitaría
esa noche todo lo que tú quisieras.
--¿Qué más recuerdas de mí?
--Eras psicóloga, especializada
en niños, vivías sola porque tu madre había muerto. Estabas divorciada. Tu
única hija había preferido vivir con su padre. Estuvimos desnudos muchas horas.
Dos días. Tuve que volver a México. No te gustaba usar internet y… no sabía que
en los sueños se pudiera recordar, quiero decir sin vivir o revivir, ¿si me
explico?
--No. ¿Por qué crees que esto es
un sueño?
--Nada tiene sentido, hay saltos
en el tiempo y en el espacio: mira ahora este es mi departamento.
--¿Qué vas a hacer?
--Voy a intentar dormirme, me
siento muy cansado, molido. Ojalá estuvieras conmigo en la vida real, quiero
decir, entonces sacrificaría mi descanso con tal de hacerte unas caricias. Me
vendría muy bien tu presencia, mis padres recientemente han muerto y para colmo
perdí el trabajo. Al menos cuando despierte tendré mis dientes. ¿Por qué hay
privilegios sólo soñados?
Unas horas más tarde Pepe
despertó: amarrado, con cuatro dientes menos y viendo frente a él otra vez los
mismos instrumentos de tortura dental.