Publicado originalmente en sombradelaire.com.mx
Si en lugar de hacer un
test de personalidad de esos que abundan en algunas páginas de internet y son
amigos de la procastinación, me pusiera a pensar cuáles son mis defectos y mis
virtudes, sin más auxilio que mi capacidad analítica y crítica, sinceramente,
creo que me conocería mejor a mí mismo... Sin embargo, si me fijo, lo que acabo
de afirmar se puede decir de otro modo: tengo más confianza en lo que yo pueda
decirme acerca de mí mismo, que lo que cualquier otra persona pudiera decir
sobre mí, ¿no podría acaso esto indicar que uno de mis defectos es la falta de
modestia o humildad?
La humildad es una
virtud asociada a las prédicas de Jesús de Nazareth, un hombre que para algunos
fue el Mesías largamente esperado, para otros fue un profeta, pero con el
tiempo en Roma y Europa y lo que llaman Occidente se tuvo por el hijo de Dios,
y luego por Dios mismo. Así que, ¿no es absurdo pretender que Dios sea humilde?
Se imaginan que dijera: sólo a veces soy omnipotente, no todo el tiempo, y
bueno, sí tengo omnisciencia, pero poquita.
Por supuesto, que
Jesús, en comparación con el airado Yaveh, es un pan de Dios. Puedo entender
que Jesús sea humilde porque anduvo en la tierra, se juntó con pescadores y
prostis y no le hacía el feo a nadie, salvo a los mercaderes, y tal vez porque
andaba de malas ese día. La humildad en este caso me parece muy cercana a lo
que llamaríamos buena onda, buena vibra, vivir alivianadamente. Esta virtud no
la tengo.
Me gusta el Jesús que
trata de mostrar Luis Buñuel en una película llamada “La vía láctea”,
recomendable por otras muchas razones, en ella Jesús se ve como echando
desmadre. Qué diferencia con el Jesús de los católicos: moralizante y sufridor.
Si la humildad se asocia a la actitud de víctima permanente del destino, de
compasión máxima por todos los pequeños gusanos que padecen algún dolor, etc.
La verdad es que esa clase de humildad no me gusta ni la considero virtud y
tampoco la tengo.
Supongo que la humildad
se puede comprender en contraste con la soberbia, la petulancia, el orgullo, la
mamonería; defectos o características mal vistas. Pero también hay que oponer
la humildad a sus extremos patológicos: la baja autoestima, la timidez, la
depresión, la inseguridad, etc. Al contrastar una y otra vez ejemplos de
humildad, soberbia y baja autoestima, he llegado a la conclusión, en otras
ocasiones, de que la mediocridad es mi ideal ético y, por otra parte, que no
hay fronteras fijas entre los defectos y las virtudes, sino que las perspectivas
de análisis inciden al interpretar hechos juzgándolos unas veces indignos,
otras laudables. Esta vez, sin embargo, no quiero llegar a una conclusión, sino
siendo un poco más humilde quiero sencillamente señalar unas erosiones en la
piedra de toque que afila los prejuicios sobre la humildad.
Hoy un periodista
deportivo podría preguntar ¿Jiménez, has tenido una actuación soberbia, hiciste
un gol soberbio, cómo lo has conseguido? Y Jiménez responder: Con humildad,
trabajando con mucha humildad. Esto quiere decir que nuestro español está
jodido hasta el carajo, no que la humildad nos conduzca a las actuaciones
soberbias. A pesar de eso hay que intentar que las palabras signifiquen alguna
cosa comprensible. A mí no me interesa la semántica, sino la posibilidad de
comprender y a la vez comprendido.
Estoy seguro de que más
de una persona ha tenido la impresión de que soy mamón, es decir, una mezcla de
presuntuoso, soberbio y elitista. También otras personas, que acaso me conocen
un poco más, me consideran tímido, inseguro y humilde. Esto me deja creyendo o
que soy un maldito Jekyll-Hyde o que la gente nada más habla por hablar.
La verdad es que antes
de que me acostumbrara a leer y de esa manera aprendiera cosas diversas, yo ya
confiaba en mi capacidad para responder las preguntas que me planteaba a mí
mismo. En otras palabras, si se considera que la confianza en mis procesos
mentales es falta de humildad, no me queda más remedio que aceptarme como una
persona incapaz de ser humilde, pues la red de palabras que junta mi cerebro me
parece de lo más natural, no creo poder desconfiar alguna vez de mi propia
razón.
Siento que otras
personas sí desconfían de su razón y prefieren hacerle caso a lo que dicen las
estadísticas, las autoridades y las citas, las bibliografías gordas, los
títulos y las vestimentas. A nada de eso yo le otorgo mucho valor. ¿Qué gano yo
con lo que reflexionara Tomás de Aquino acerca de la humildad si él no conoció
a quienes en lugar de juntar ideas sólo juntan citas para publicar artículos?
La humildad predicada desde una religión puede ser una barrera de contención
para el pensamiento crítico.
Ahora que la religión
ya no domina el mundo, la humildad que proclaman los deportistas también podría
ser susceptible de una crítica seria: ser humilde es interpretado como un
estado de insatisfacción motivante, ser humilde es desear más y más logros sin
festejar ninguno. Esta clase de humildad ha de estar impulsada por los
capitalistas. ¿Cómo es posible que alguien crea que es humildad anhelar un
campeonato tres años seguidos? O que ser humildes consiste en trabajar horas
extra sin goce de sueldo y elogiar a los jefes para un día ascender un
escalafón. Yo nunca tendré esa clase de humildad.
En general debe
pensarse que quienes ejercen dominio sobre otros tratan de persuadir a los
dominados para que asuman un comportamiento dócil, en no pocas ocasiones tal
docilidad es elogiada y designada con distintos nombres, humildad es uno de
esos nombres. Pero no me crean mucho, tengo escasos conocimientos de teología y
psicología, carezco de formación filosófica y ni siquiera me he dedicado al
autoexamen metódicamente, así que lo que he escrito es con llaneza mi humilde
opinión.