Cuando mi padre...
vi
vi por vez primera
vi el mar inmenso
el mar inmenso de la muerte.
31 ene 2008
30 ene 2008
Mi tía y la orfandad
La orfandad se siente por carecer de hijos, no por el abandono o por la muerte de los padres, como la gente piensa.
Mi tía, hija sin hijos, acaso desde muy joven para paliar su orfandad, adoptó por figura paterna a mi padre, su único hermano. Cuando él murió, sin yo comprenderlo entonces, mi tía quedó más huérfana que mis hermanas y más viuda que mi madre y que su propia madre. Porque si ellas se sintieron desamparadas, sintieron también que su labor era proteger a los vástagos, a los niños perpetuos, esos prójimos frágiles perennemente.
La orfandad que puede sentir una madre se deshace ante el afán de proteger a sus descendientes. Porque la orfandad es un sentimiento que inunda a quien está solo, a quien tiene tiempo de preocuparse por sí mismo, a quien extraña esa seguridad inmensa que brinda primero el vientre, luego el regazo, después sólo la sombra de los padres. Y cuando se tiene un hijo, ya se vive para siempre preocupado, ya la soledad que importa y lastima con constancia no es la propia, sino la del descendiente.
Mi tía mostraba esa brillante mirada de las solteronas cuando una niña le sonreía. Acaso estas mujeres miren así porque imaginen que los niños son veneros de alegría y no de preocupaciones. Entre una solterona y una madre media un abismo. Lo maternal es lo humano supremo. No en vano las primeras diosas fueron madres. Qué tranquilidad en el espíritu sobreviene si se cree que la tierra nos ha parido. No es esperable un daño de quien se encarga de cuidarnos. Por eso duele tanto que la vida genere sufrimientos inevitables, es como si hubiera una traición de principios, como si la diosa-madre-procreadora hubiera abandonado su misión de cuidarnos o fuera incapaz de protegernos adecuadamente.
La orfandad está asociada con la infancia porque lo natural es que todos con el tiempo presenciemos la muerte de nuestros padres, pero no se espera que siendo niños los perdamos. Un huérfano despierta compasión porque vivir sin padres será siempre uno de los miedos más arraigados en el hombre. Es algo que remite a la condición humana de necesitarlos para sobrevivir los primeros años, pero también los padres representan el origen, y concebir un origen permite encontrarle un sentido a nuestro estar en el tiempo, y mientras le otorguemos a la vida algún sentido no tendremos angustias existenciales. Para mí por eso la orfandad es un problema existencial, es una pérdida de sentido, es como el descubrimiento de un fraude ontológico. Los niños sin padres no tienen forma de solucionar tal problema. Los adultos, en cambio, con distintos grados de conciencia, han hallado una solución: volverse padres.
Mi tía, sin duda, debió desear ser madre. Lo sé por sus ojos que recuerdo. No estoy seguro, sin embargo, de que haya deseado casarse. Sus enamorados le habrán propuesto matrimonio más de una vez. ¿Habrá rechazado el casamiento por no dejar sola a mi abuela? ¿Pudo mi tía ser la madre de mi abuela, o sea, pudo preocuparse por su cuidado al modo de madre? Me parece que sí. Y he aquí una revelación ética. Uno se vuelve padre y madre no por un tanto de semen arrojado ni por unos óvulos bien dispuestos y receptivos, sino por la capacidad amorosa de cuidar al otro como si se tratara de un ser frágil y desvalido.
La orfandad, asimismo, es un sentimiento intermitente, el egoísmo puede prenderlo y el altruismo contenerlo. Todos somos o seremos huérfanos, pero todos podemos ser padres y madres. No hace falta la gestación in vitro, sino un buen corazón. Los hijos no se gestan gracias a los órganos sexuales, sino a los espirituales.
Mi tía quiso ser madre y lo consiguió en cierta medida. Cuidó a una gran cantidad de perros. Lo cual me despertaba no sé qué de sentimientos contradictorios. Amar a las mascotas, en mi opinión, algo tiene de misantropía.
La orfandad golpeó duro nuevamente a mi tía, como a sus dieciséis con la muerte de su padre, a sus setenta y cuatro años con la muerte de su único hermano.
Por eso yo borraría de su acta de defunción toda esa lista de enfermedades que le encontraron: adenoma hipofisiario, anemia, deshidratación, disnea progresiva, insuficiencia cardiaca y renal crónica, etc. y dejaría sólo una frase: murió de orfandad.
Mi tía, hija sin hijos, acaso desde muy joven para paliar su orfandad, adoptó por figura paterna a mi padre, su único hermano. Cuando él murió, sin yo comprenderlo entonces, mi tía quedó más huérfana que mis hermanas y más viuda que mi madre y que su propia madre. Porque si ellas se sintieron desamparadas, sintieron también que su labor era proteger a los vástagos, a los niños perpetuos, esos prójimos frágiles perennemente.
La orfandad que puede sentir una madre se deshace ante el afán de proteger a sus descendientes. Porque la orfandad es un sentimiento que inunda a quien está solo, a quien tiene tiempo de preocuparse por sí mismo, a quien extraña esa seguridad inmensa que brinda primero el vientre, luego el regazo, después sólo la sombra de los padres. Y cuando se tiene un hijo, ya se vive para siempre preocupado, ya la soledad que importa y lastima con constancia no es la propia, sino la del descendiente.
Mi tía mostraba esa brillante mirada de las solteronas cuando una niña le sonreía. Acaso estas mujeres miren así porque imaginen que los niños son veneros de alegría y no de preocupaciones. Entre una solterona y una madre media un abismo. Lo maternal es lo humano supremo. No en vano las primeras diosas fueron madres. Qué tranquilidad en el espíritu sobreviene si se cree que la tierra nos ha parido. No es esperable un daño de quien se encarga de cuidarnos. Por eso duele tanto que la vida genere sufrimientos inevitables, es como si hubiera una traición de principios, como si la diosa-madre-procreadora hubiera abandonado su misión de cuidarnos o fuera incapaz de protegernos adecuadamente.
La orfandad está asociada con la infancia porque lo natural es que todos con el tiempo presenciemos la muerte de nuestros padres, pero no se espera que siendo niños los perdamos. Un huérfano despierta compasión porque vivir sin padres será siempre uno de los miedos más arraigados en el hombre. Es algo que remite a la condición humana de necesitarlos para sobrevivir los primeros años, pero también los padres representan el origen, y concebir un origen permite encontrarle un sentido a nuestro estar en el tiempo, y mientras le otorguemos a la vida algún sentido no tendremos angustias existenciales. Para mí por eso la orfandad es un problema existencial, es una pérdida de sentido, es como el descubrimiento de un fraude ontológico. Los niños sin padres no tienen forma de solucionar tal problema. Los adultos, en cambio, con distintos grados de conciencia, han hallado una solución: volverse padres.
Mi tía, sin duda, debió desear ser madre. Lo sé por sus ojos que recuerdo. No estoy seguro, sin embargo, de que haya deseado casarse. Sus enamorados le habrán propuesto matrimonio más de una vez. ¿Habrá rechazado el casamiento por no dejar sola a mi abuela? ¿Pudo mi tía ser la madre de mi abuela, o sea, pudo preocuparse por su cuidado al modo de madre? Me parece que sí. Y he aquí una revelación ética. Uno se vuelve padre y madre no por un tanto de semen arrojado ni por unos óvulos bien dispuestos y receptivos, sino por la capacidad amorosa de cuidar al otro como si se tratara de un ser frágil y desvalido.
La orfandad, asimismo, es un sentimiento intermitente, el egoísmo puede prenderlo y el altruismo contenerlo. Todos somos o seremos huérfanos, pero todos podemos ser padres y madres. No hace falta la gestación in vitro, sino un buen corazón. Los hijos no se gestan gracias a los órganos sexuales, sino a los espirituales.
Mi tía quiso ser madre y lo consiguió en cierta medida. Cuidó a una gran cantidad de perros. Lo cual me despertaba no sé qué de sentimientos contradictorios. Amar a las mascotas, en mi opinión, algo tiene de misantropía.
La orfandad golpeó duro nuevamente a mi tía, como a sus dieciséis con la muerte de su padre, a sus setenta y cuatro años con la muerte de su único hermano.
Por eso yo borraría de su acta de defunción toda esa lista de enfermedades que le encontraron: adenoma hipofisiario, anemia, deshidratación, disnea progresiva, insuficiencia cardiaca y renal crónica, etc. y dejaría sólo una frase: murió de orfandad.
17 ene 2008
Dos centavos
Sumados dos centavos más dos centavos doce veces son veinticuatro centavos, son cuatro por ciento, o algo semejante, de aumento al litro de gasolina. A este incremento moderado se le ha llamado apocalípticamente: ¡el gasolinazo!
Algunos se han atrevido a decir que es suficiente razón para una nueva revolución. ¿Pues en qué país viven? El impacto inflacionario va a ser mínimo. Que algunos intermediarios elijan aprovecharse de la situación es otra cosa.
¿Los opositores del gobierno estarán tan vacíos de ideas o serán tan ignorantes que de verdad crean que “el gasolinazo” es un peligro para el país? ¿Hay tan poco qué criticarle al gobierno que se necesitan embustes para llamar la atención?
Si se me permite responder (en mi blog supongo que se me permite casi todo), pienso que sí hay un vacío de ideas y una ignorancia entre los que dictan la agenda de las izquierdas. Qué mejor muestra de esto que optar por Porfirio Muñoz Ledo como jefe del FAP.
Por otra parte, pienso que al gobierno actual se le pueden criticar muchas acciones. Pero se necesita el filo de la crítica, el bisturí agudo, como sugirió hace unos días Jesús Silva-Herzog Márquez en REFORMA, y lo que nos encontramos son machetazos criticones que no contribuyen y sólo pretenden polarizar, alistar masas, vencer la capacidad pensante de los ciudadanos, que éstos se olviden de la reflexión y elijan un grito de guerra: ¡no al gasolinazo!
¿Podremos ver que actualmente los precios suben a nivel mundial? Me encontré con un dato interesante, en promedio, en la Unión Europea los precios de la gasolina subieron un 13 % el año pasado y se pronostica que seguirán en aumento por la escalada del crudo. Lo escribo no porque sea un aumento tres veces mayor que en México, sino porque no hay marchas (maybe in France) ni protestas ni columnistas alarmados. Por supuesto que saben que es una mala noticia, pero no el fin del mundo.
Las malas noticias son inevitables. No hay justicia. No hay posibilidades de recursos ilimitados ni de riqueza universal. Es muy cómodo estar contra el gobierno e imaginar, tontamente, que depende de éste que haya o no haya aumento en los precios. Lo que se debe debatir son otras cuestiones.
¿Qué sucedería en México con un aumento de más del 17 % a la gasolina como en Dinamarca, lo cual significaría un poco más de un peso por litro? Me dirán que Dinamarca no es productora de petróleo como México. Pero se equivocarían porque sí lo es. Dirán que es uno de los países más ricos del mundo, que los salarios de los daneses son muy superiores. Es verdad. Pero es otro tema, ¿no será mejor discutir acerca de cómo lograr un aumento al salario mínimo en México?
Algunos se han atrevido a decir que es suficiente razón para una nueva revolución. ¿Pues en qué país viven? El impacto inflacionario va a ser mínimo. Que algunos intermediarios elijan aprovecharse de la situación es otra cosa.
¿Los opositores del gobierno estarán tan vacíos de ideas o serán tan ignorantes que de verdad crean que “el gasolinazo” es un peligro para el país? ¿Hay tan poco qué criticarle al gobierno que se necesitan embustes para llamar la atención?
Si se me permite responder (en mi blog supongo que se me permite casi todo), pienso que sí hay un vacío de ideas y una ignorancia entre los que dictan la agenda de las izquierdas. Qué mejor muestra de esto que optar por Porfirio Muñoz Ledo como jefe del FAP.
Por otra parte, pienso que al gobierno actual se le pueden criticar muchas acciones. Pero se necesita el filo de la crítica, el bisturí agudo, como sugirió hace unos días Jesús Silva-Herzog Márquez en REFORMA, y lo que nos encontramos son machetazos criticones que no contribuyen y sólo pretenden polarizar, alistar masas, vencer la capacidad pensante de los ciudadanos, que éstos se olviden de la reflexión y elijan un grito de guerra: ¡no al gasolinazo!
¿Podremos ver que actualmente los precios suben a nivel mundial? Me encontré con un dato interesante, en promedio, en la Unión Europea los precios de la gasolina subieron un 13 % el año pasado y se pronostica que seguirán en aumento por la escalada del crudo. Lo escribo no porque sea un aumento tres veces mayor que en México, sino porque no hay marchas (maybe in France) ni protestas ni columnistas alarmados. Por supuesto que saben que es una mala noticia, pero no el fin del mundo.
Las malas noticias son inevitables. No hay justicia. No hay posibilidades de recursos ilimitados ni de riqueza universal. Es muy cómodo estar contra el gobierno e imaginar, tontamente, que depende de éste que haya o no haya aumento en los precios. Lo que se debe debatir son otras cuestiones.
¿Qué sucedería en México con un aumento de más del 17 % a la gasolina como en Dinamarca, lo cual significaría un poco más de un peso por litro? Me dirán que Dinamarca no es productora de petróleo como México. Pero se equivocarían porque sí lo es. Dirán que es uno de los países más ricos del mundo, que los salarios de los daneses son muy superiores. Es verdad. Pero es otro tema, ¿no será mejor discutir acerca de cómo lograr un aumento al salario mínimo en México?
Yo prefiero preocuparme por el salario mínimo que por nuestro "gasolinazo" que estimo debe ser de los menores aumentos a la gasolina a nivel mundial este año. De hecho, retaría a cualquier lopezobradorista a que investigara en qué país aumentó menos que en México la gasolina. Y conste que es subjuntivo "retaría", porque en realidad no tengo ganas de discutir con ningún pejista.
¿Cómo es que se hacen poemas?
a Ara Coeli
no sé cuánto caminé hoy
otra vez la suela
se desprendió de mi zapato
decidí acostarme
sentarme
quedarme quieto
en una ciudad desconocida
estuvo bien la tarde
la noche
unos tipos cruzaron la plaza
dando abrazos gratis
me hubiera gustado un abrazo
aunque no me gustan los tipos
me hubiera gustado un cartel
para repartir poemas gratis
y compartir un poco de esto
con todos
con alguien si hubiera alguien
y si yo supiera lo que es esto
esta cosa crepuscular
debajo del pecho
y si supiera
claro
¿cómo es que se hacen poemas?
Carretera
Por esta carretera voy
pero no voy a parte alguna
voy como los árboles
velozmente
a unirme con las sombras.
pero no voy a parte alguna
voy como los árboles
velozmente
a unirme con las sombras.
10 ene 2008
Tras el asombro
Si comparáramos la literatura con el arte culinario, hallaríamos que en México existe en ambos ramos una notable variedad de estilos. Parece que cada chef literario cuenta con su particular recetario, aun cuando existan algunos ingredientes regionales compartidos por ciertos novelistas norteños, y una sazón semejante entre aquellos que han gustado de incorporar recetas extranjeras para hacer más internacional nuestra cocina literaria.
Uno de los cocineros más esmerados en la presentación de sus platillos-novelas, sin duda, es Alberto Ruy Sánchez. El sabor de su obra es dulce, para algunos paladares puede resultar empalagosa, sin embargo, quizá consciente de esto, él procura dosificar la miel de su prosa mediante la brevedad y la consistencia.
Ha creado una especialidad llamada Mogador. Una ciudad digna de los relatos de Marco Polo, ya que es una ciudad invisible para los que no están enamorados; una utopía del erotismo, casi el paraíso de los amorosos.
Sobre este lugar pretende realizar un cuarteto, del cual ya lleva tres novelas y una más, que sale de tal cuarteto: Nueve veces el asombro. Acaso se pueda decir que este libro no es una novela. Pero a estas alturas afirmar que una novela no parece novela, en vez de poner en duda su carácter, más bien confirma que sí lo es. De cualquier modo, aquí la estoy juzgando como platillo.
¿Una novela azafranada? Sí, porque posee un olor agradable y se ve bien, se antoja probar ese erotismo mágico que promueve. El problema es que carece de variedad de sabores, no nos permite degustar lo agrio ni lo picante, tampoco lo salado ni lo amargo. Esta falta de contraste provoca empalago. A pesar de que las nueve cosas de las que trata el libro son interesantísimas: el tiempo, la luz, la historia, las bibliotecas, etc.
Como en Mogador no utilizan el cero, cuentan de nueve en nueve, y asimismo Ruy Sánchez traza su obra en nueve partes de nueve capítulos, en busca de una geometría, de un orden. Con ello se procura, presiento, desterrar la amenaza del caos y de la nada, puesto que ese cero oculto, olvidado, relegado, supuestamente por pedante, es el número que hace mención de la nada, de lo ausente, de la muerte. Y en Mogador no hay muerte.Y sin muerte, no hay trama. Sin muerte, el tiempo pierde su capacidad destructiva y se convierte en un alcahuete más de los amantes. Las cosas no se acaban porque son espirales. La eternidad –y este libro da noticias de la eternidad-- es el triunfo del erotismo. Sabiendo esto, ¿alguien se negaría a leer este dulce manjar de Ruy Sánchez? Quizás sí, porque hay momentos en que el antojo literario nos pide sabores más fuertes.
Uno de los cocineros más esmerados en la presentación de sus platillos-novelas, sin duda, es Alberto Ruy Sánchez. El sabor de su obra es dulce, para algunos paladares puede resultar empalagosa, sin embargo, quizá consciente de esto, él procura dosificar la miel de su prosa mediante la brevedad y la consistencia.
Ha creado una especialidad llamada Mogador. Una ciudad digna de los relatos de Marco Polo, ya que es una ciudad invisible para los que no están enamorados; una utopía del erotismo, casi el paraíso de los amorosos.
Sobre este lugar pretende realizar un cuarteto, del cual ya lleva tres novelas y una más, que sale de tal cuarteto: Nueve veces el asombro. Acaso se pueda decir que este libro no es una novela. Pero a estas alturas afirmar que una novela no parece novela, en vez de poner en duda su carácter, más bien confirma que sí lo es. De cualquier modo, aquí la estoy juzgando como platillo.
¿Una novela azafranada? Sí, porque posee un olor agradable y se ve bien, se antoja probar ese erotismo mágico que promueve. El problema es que carece de variedad de sabores, no nos permite degustar lo agrio ni lo picante, tampoco lo salado ni lo amargo. Esta falta de contraste provoca empalago. A pesar de que las nueve cosas de las que trata el libro son interesantísimas: el tiempo, la luz, la historia, las bibliotecas, etc.
Como en Mogador no utilizan el cero, cuentan de nueve en nueve, y asimismo Ruy Sánchez traza su obra en nueve partes de nueve capítulos, en busca de una geometría, de un orden. Con ello se procura, presiento, desterrar la amenaza del caos y de la nada, puesto que ese cero oculto, olvidado, relegado, supuestamente por pedante, es el número que hace mención de la nada, de lo ausente, de la muerte. Y en Mogador no hay muerte.Y sin muerte, no hay trama. Sin muerte, el tiempo pierde su capacidad destructiva y se convierte en un alcahuete más de los amantes. Las cosas no se acaban porque son espirales. La eternidad –y este libro da noticias de la eternidad-- es el triunfo del erotismo. Sabiendo esto, ¿alguien se negaría a leer este dulce manjar de Ruy Sánchez? Quizás sí, porque hay momentos en que el antojo literario nos pide sabores más fuertes.
8 ene 2008
Una luz solar de Guadalajara
Ya
ya la perdí
el sol que vi prenderse
cuando para mí solo
el alba era
detrás de la casa
del más bello rojo de Orozco
el mismo sol que silencioso
respeto tiene por la casta, pacífica
vieja barranca de Huentitán
Ya se va pronto
de las fuentes y de las cruces
mas apacienta hijos
en las miradas de las mujeres
y también a ellas
ya las perdí porque quise
la vida sin hijos
sin casa
quise mis llamas solitarias
granas y libres y ardiendo
quise el extravío
y tan sólo pude orientarme
quise ser como ellas
las personas de la tarde
que llenan las plazas
con niños, sonrisas y palomas
quise detener tu sol, Guadalajara
pero los hombres construyeron
para mí faros de adioses
construyeron las vacías calles
me dieron la carretera
para perder memorias
y la foto de un río
para verme tal como soy
verde y lentísimo
sin vidas a resguardar
para el crepúsculo hecho
para las nostalgias artificiales
los enamoramientos ficticios
el café a solas
y la música quedita
arrinconada casi
¿de qué me vale querer al sol
si jamás aplaza su ruta?
yo ni sé ya para qué escribo
si dicen las suaves piedras
donde me reclino
abandona las palabras
y callan
luego
muy serenamente…
ya la perdí
el sol que vi prenderse
cuando para mí solo
el alba era
detrás de la casa
del más bello rojo de Orozco
el mismo sol que silencioso
respeto tiene por la casta, pacífica
vieja barranca de Huentitán
Ya se va pronto
de las fuentes y de las cruces
mas apacienta hijos
en las miradas de las mujeres
y también a ellas
ya las perdí porque quise
la vida sin hijos
sin casa
quise mis llamas solitarias
granas y libres y ardiendo
quise el extravío
y tan sólo pude orientarme
quise ser como ellas
las personas de la tarde
que llenan las plazas
con niños, sonrisas y palomas
quise detener tu sol, Guadalajara
pero los hombres construyeron
para mí faros de adioses
construyeron las vacías calles
me dieron la carretera
para perder memorias
y la foto de un río
para verme tal como soy
verde y lentísimo
sin vidas a resguardar
para el crepúsculo hecho
para las nostalgias artificiales
los enamoramientos ficticios
el café a solas
y la música quedita
arrinconada casi
¿de qué me vale querer al sol
si jamás aplaza su ruta?
yo ni sé ya para qué escribo
si dicen las suaves piedras
donde me reclino
abandona las palabras
y callan
luego
muy serenamente…
4 ene 2008
Mester de bloguería
Un grafómano tiene más deseos de ser leído que de complacer al lector. Es una especie de eyaculador precoz en el ámbito literario. Su impaciencia por escribir lo vuelve desaliñado, convencional, quizá aburrido. Pero no necesariamente.
Un escritor verdadero está obsesionado con la escritura, con la creación artística, con la trascendencia y con la tranquilidad metafísica que sobreviene luego de realizar un buen texto. Procura tener gracia, pule detalles, busca una voz propia. Pero no necesariamente.
La frontera entre escritura y grafomanía es dudosa. La única diferencia válida, para mí, reside en el talento, porque por más pulimento que dé a sus obras, un grafómano lo será siempre, mientras que un escritor puede darse el lujo de ser un sinvergüenza con la ortografía y un perdulario con la sintaxis.
Y no es fácil determinar cómo escribir adecuadamente. Yo desconfío mucho de esos recetarios para ser cuentista o novelista o poeta. Siento que son engañabobos, al igual que una bárbara cantidad de talleres literarios. ¿Si los talleristas saben tanto sobre cómo hacer literatura por qué no la hacen?
Por supuesto que debe haber talleres literarios interesantes, satisfactorios para quien asista a ellos. Yo aprendí algunas cosas en un par que tomé. Mas, lo cierto es que uno aprende a solas a escribir o no aprende nunca.
En este mundillo de los blogs, abundan los grafómanos y escasean los escritores. Yo no tengo ningún reparo en incluirme como practicante de la grafomanía. Aun cuando me interesa manifestar un poco de pudor al momento de publicar. No seré Rulfo, pero tampoco un indecoroso chupatintas.
Tal vez en estos tiempos asistamos a una nueva formación de literatos internáutas, blogeros. O acaso, como pienso en mis momentos lúcidos, estemos en una era de barbarie donde la palabra escrita está condenada, si no a muerte, sí a la miseria.
Sería bueno, de cualquier modo, forjar un mester de bloguería, intentarlo al menos, para no perder las palabras ni las historias, ni la profunda realidad que debe ser dicha con otros vocablos que no son los cotidianos, pero que son igualmente nuestros y capaces de enriquecernos la vida.
Un escritor verdadero está obsesionado con la escritura, con la creación artística, con la trascendencia y con la tranquilidad metafísica que sobreviene luego de realizar un buen texto. Procura tener gracia, pule detalles, busca una voz propia. Pero no necesariamente.
La frontera entre escritura y grafomanía es dudosa. La única diferencia válida, para mí, reside en el talento, porque por más pulimento que dé a sus obras, un grafómano lo será siempre, mientras que un escritor puede darse el lujo de ser un sinvergüenza con la ortografía y un perdulario con la sintaxis.
Y no es fácil determinar cómo escribir adecuadamente. Yo desconfío mucho de esos recetarios para ser cuentista o novelista o poeta. Siento que son engañabobos, al igual que una bárbara cantidad de talleres literarios. ¿Si los talleristas saben tanto sobre cómo hacer literatura por qué no la hacen?
Por supuesto que debe haber talleres literarios interesantes, satisfactorios para quien asista a ellos. Yo aprendí algunas cosas en un par que tomé. Mas, lo cierto es que uno aprende a solas a escribir o no aprende nunca.
En este mundillo de los blogs, abundan los grafómanos y escasean los escritores. Yo no tengo ningún reparo en incluirme como practicante de la grafomanía. Aun cuando me interesa manifestar un poco de pudor al momento de publicar. No seré Rulfo, pero tampoco un indecoroso chupatintas.
Tal vez en estos tiempos asistamos a una nueva formación de literatos internáutas, blogeros. O acaso, como pienso en mis momentos lúcidos, estemos en una era de barbarie donde la palabra escrita está condenada, si no a muerte, sí a la miseria.
Sería bueno, de cualquier modo, forjar un mester de bloguería, intentarlo al menos, para no perder las palabras ni las historias, ni la profunda realidad que debe ser dicha con otros vocablos que no son los cotidianos, pero que son igualmente nuestros y capaces de enriquecernos la vida.
2 ene 2008
¿Y si el año continúa?
Disfruto ser una persona pesimista, lamentablemente, en los tiempos recientes, me he visto rodeado de infortunios varios, los cuales me han conducido al optimismo. Me avergüenzo de ello, pero este optimismo ha sido más fuerte que mi fuerza de voluntad.
Pocos defectos me molestan tanto como la llamada actitud positiva. Siento que se requiere perder un buen número de neuronas para asumir tal actitud. Y sin embargo, he imaginado que mi próximo año será mejor que el moribundo 2007. ¿Me baso en algún dato objetivo, racional, probable? No, en lo absoluto, sólo lo afirmo con el más cándido y más necio de los optimismos.
Las desgracias de mi 2007 no tienen un origen indiscutible, es posible remontarse a otros años, a otras décadas. Pero diré que comenzaron con la muerte de mi padre. Aunque la muerte acaso no sea una desgracia. Fue triste. Impactante quizá sea el adjetivo apropiado. El cuerpo que dejó la mañana del 20 de julio era carne fría, sin alma. Aún así se me revolvió la conciencia cuando, un rato después, ayudé a sacar su cuerpo para llevarlo a la funeraria. Sentía con seguridad que mi padre ya no habitaba ese cadáver pero me dolía cargarlo como si fuera cualquier cosa.
Apenas un mes después, o no sé cuánto tiempo, recién mudados a otro departamento más pequeño, mientras me disponía a escribir acerca del concepto de la responsabilidad en Levinas, mi madre me llamó para decirme que habían internado a mi hermano en el hospital. Tenía una leucemia que nadie acreditaba, más que los médicos. Entonces, vinieron casi tres meses de hospitalización.
Supongo que, en mis cotidianas visitas al hospital, me fui contagiando de optimismo. El enfermo precisaba combatir por la vida. Le tocó estar en una sala llena de hombres contratados para la muerte, como todos lo estamos en realidad. De esa sala unos salían caminando a su casa, otros en camilla hacia el panteón. Mi hermano salió en silla de ruedas.
Antes de celebrar esa recuperación, ya había otro familiar necesitando internarse en una clínica, mi tía, que bien pudiera llamarse Chofi, porque soltera agoniza. Así que yo volví a probar la infernal comida de hospital, tratando de convencer a mi tía de que no sabía tan mal como se veía, y aunque no lograba persuadirla, su anemia fue controlada; si bien, le descubrieron más enfermedades, le permitieron pasar la navidad en casa.
En medio de esto, yo he perdido empleos y amistades. Pero me he dicho que el año concluirá pronto, que eso es encomiable porque las malas rachas tienen su final, y el arbitrario cambio de 2007 a 2008 habrá de significar el término de esta temporada tempestuosa.
Pienso que esto sólo puede significar que he experimentado un proverbio chino que dice: el pesimismo es un lujo de los buenos tiempos. Ojalá el próximo año vuelva a ser pesimista. Ése es mi propósito.
¿Y si el año continúa?, pregunta, parodiando a Hesse, la parte menos enferma de mi mente.
Si el año continúa, tendré que conservar mi pinche optimismo.
Pocos defectos me molestan tanto como la llamada actitud positiva. Siento que se requiere perder un buen número de neuronas para asumir tal actitud. Y sin embargo, he imaginado que mi próximo año será mejor que el moribundo 2007. ¿Me baso en algún dato objetivo, racional, probable? No, en lo absoluto, sólo lo afirmo con el más cándido y más necio de los optimismos.
Las desgracias de mi 2007 no tienen un origen indiscutible, es posible remontarse a otros años, a otras décadas. Pero diré que comenzaron con la muerte de mi padre. Aunque la muerte acaso no sea una desgracia. Fue triste. Impactante quizá sea el adjetivo apropiado. El cuerpo que dejó la mañana del 20 de julio era carne fría, sin alma. Aún así se me revolvió la conciencia cuando, un rato después, ayudé a sacar su cuerpo para llevarlo a la funeraria. Sentía con seguridad que mi padre ya no habitaba ese cadáver pero me dolía cargarlo como si fuera cualquier cosa.
Apenas un mes después, o no sé cuánto tiempo, recién mudados a otro departamento más pequeño, mientras me disponía a escribir acerca del concepto de la responsabilidad en Levinas, mi madre me llamó para decirme que habían internado a mi hermano en el hospital. Tenía una leucemia que nadie acreditaba, más que los médicos. Entonces, vinieron casi tres meses de hospitalización.
Supongo que, en mis cotidianas visitas al hospital, me fui contagiando de optimismo. El enfermo precisaba combatir por la vida. Le tocó estar en una sala llena de hombres contratados para la muerte, como todos lo estamos en realidad. De esa sala unos salían caminando a su casa, otros en camilla hacia el panteón. Mi hermano salió en silla de ruedas.
Antes de celebrar esa recuperación, ya había otro familiar necesitando internarse en una clínica, mi tía, que bien pudiera llamarse Chofi, porque soltera agoniza. Así que yo volví a probar la infernal comida de hospital, tratando de convencer a mi tía de que no sabía tan mal como se veía, y aunque no lograba persuadirla, su anemia fue controlada; si bien, le descubrieron más enfermedades, le permitieron pasar la navidad en casa.
En medio de esto, yo he perdido empleos y amistades. Pero me he dicho que el año concluirá pronto, que eso es encomiable porque las malas rachas tienen su final, y el arbitrario cambio de 2007 a 2008 habrá de significar el término de esta temporada tempestuosa.
Pienso que esto sólo puede significar que he experimentado un proverbio chino que dice: el pesimismo es un lujo de los buenos tiempos. Ojalá el próximo año vuelva a ser pesimista. Ése es mi propósito.
¿Y si el año continúa?, pregunta, parodiando a Hesse, la parte menos enferma de mi mente.
Si el año continúa, tendré que conservar mi pinche optimismo.
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