III
--Yo no debí haber salido esta noche en tu nombre.
--Te lo agradezco.
--Cobarde, tú eras la que tenía que salir con el pedante.
--Cuando me hablaste desde el restaurante estabas normal.
--Es que en el taxi, es que… me besó.
--¿El pedante?
--No, ése se quedó quién sabe dónde, el taxista me besó.
--Qué asco.
--Delicioso.
--¿Y por qué?
--Por tus preguntas.
--¿Cuáles?
--Las respondió perfectamente.
--¿Y por qué se las hiciste a un taxista?
--Me dejó fumar, es divertido. No sé cómo se llama. Tal vez nunca lo vuelva a ver. Mejor me olvido de esto.
A los insomnes no les está permitido olvidar fácilmente. Ellas platicaron y recrearon muchos de los detalles del encuentro con el taxista, no así del otro hombre, el pedante, al que echaron en olvido. Pero cabe aclarar que la verdadera Belisa no asistió a la cena. Fue su amiga disfrazada de ella quien asistió. Tomó su lugar porque Belisa estaba acobardada. Si es una persona agradable, me presento de improviso y lo conquisto, había dicho. Yo te mando un mensaje diez minutos después de iniciada tu cena, tú le tomas una foto con tu celular mientras me respondes, al fin que con el tuyo no se aprecia cuando tomas fotos y yo hago una valoración entre tu juicio y la foto. Como la amiga no aceptó, le fue ofrecida una cantidad de dinero que la hizo cambiar de opinión.
--Bueno, mira a mí no me interesan los taxistas. Esto del anuncio fue un fiasco para mí. Si algo obtienes tú, mejor que mejor. De lo perdido lo que aparezca.
--¿Cuál era la tercera pregunta que tenías pensada?
--Ah, no tiene mucha importancia, se me ocurrió hoy, después de que te habías ido, mírala:
¿Quién al cambiar de zapatos muestra la interioridad de su alma?
Y les dieron la diez. Sonó un claxon. Ella lo invitó a pasar y le aseguró que podría explicarle todo, pero que antes continuara el juego, que respondiera si era capaz el tercer acertijo. Por primera vez lo vio nervioso. Pero no era la ignorancia, sino la certidumbre lo que lo hacía dudar. Sintió que su respuesta iba a transformar su vida. Son pocas las ocasiones que llegamos a sentir tal emoción, el de la adrenalina en tropel.
--Belisa. Ésa es la respuesta.
--¿Quién eres? ¿Cómo sabes ese nombre? ¿Quién te mandó? ¡Quién eres!
--Tú cambias de zapatos y al hacerlo muestras tu alma.
--Vete de aquí, sea quien seas.
--Me ibas a explicar tus preguntas.
--No, tú sabes demasiado.
Apareció entonces la verdadera Belisa, y quiso convencer a su amiga de que no despidiera al taxista. Eran preguntas difíciles, merece por lo menos el premio de la explicación. No, no, dijo ella, no sé quién es, pero ahora me da miedo.
--Di mi nombre y haré lo que tú mandes. Si me pides que me vaya o que me quede.
--No sé cómo te llamas.
--Antes del alba, averígualo.
Cuando salió. Ambas se quedaron asombradas. ¿Cómo pudo responder? ¿Cómo ha podido seguirnos el juego? ¿Quién puede ser? Podemos continuar, dijo Belisa, ir al sitio de taxis, preguntar por su nombre. Tal vez sea aquel que me respondió por al mail, ¿te acuerdas? ¿Tanta casualidad es posible? Ni en las comedias de enredos. Pero si nos está siguiendo el juego ya debes saber cuál es su nombre. No, cuál. Il suo nome è… ¿no recuerdas Turandot? Ah, pero yo quiero saber su verdadero nombre, y yo no estoy enamorada de él, apenas lo conozco. Sólo me causa una intensa curiosidad; inexplicable curiosidad, desasosiego, mortificación. No se ha ido, sal y dile su nombre. Y salió sin prisa ni displicencia.
--Sí sé tu nombre, pero no quiero decirlo.
--Dime el tuyo entonces.
--Ya lo sabes.
--Belisa es el nombre de tu alma y de tus zapatos. ¿Cuál es el otro nombre?
--¿Quieres burlarte de mí?, ¿tú leíste un anuncio en internet, verdad?
--Sí, me hizo imaginar mucho.
--Belisa es el nombre de mi amiga. Yo la convencí de hacer ese anuncio por cosas que no vienen a cuento.
--¿No es tu nombre también?
--Sí, yo también lo uso, cuando traigo estos zapatos.
--Con esos puedes correr por el mejor de los caminos.
--Sí, podría ir y venir varias veces, pero no, prefiero correr en la caminadora fija de mi departamento.
--¿De verdad lo prefieres?
--Preferiría saber tu nombre.
--Dijiste que ya lo sabías.
--Ya lo sé, sólo quiero oírlo, que será más real en tu boca que en la mía.
--Ma il mio mistero è chiuso in me, il nome mio nessun saprà.
--Canta sobre mi boca y dilo.
--Canta conmigo, sin impostar la voz.
No sé si cantaron o se besaron o si alguna vez se dijeron sus verdaderos nombres. Lo cierto es que tramontaron las estrellas, llegó el alba y ellos, para evitar confusiones, solían llamarse “amor”, uno al otro. Y tanto el uno como el otro fueron felices. Y yo sé que es inmoral contar historias felices, pero de vez en cuando se me debe disculpar.
--Yo no debí haber salido esta noche en tu nombre.
--Te lo agradezco.
--Cobarde, tú eras la que tenía que salir con el pedante.
--Cuando me hablaste desde el restaurante estabas normal.
--Es que en el taxi, es que… me besó.
--¿El pedante?
--No, ése se quedó quién sabe dónde, el taxista me besó.
--Qué asco.
--Delicioso.
--¿Y por qué?
--Por tus preguntas.
--¿Cuáles?
--Las respondió perfectamente.
--¿Y por qué se las hiciste a un taxista?
--Me dejó fumar, es divertido. No sé cómo se llama. Tal vez nunca lo vuelva a ver. Mejor me olvido de esto.
A los insomnes no les está permitido olvidar fácilmente. Ellas platicaron y recrearon muchos de los detalles del encuentro con el taxista, no así del otro hombre, el pedante, al que echaron en olvido. Pero cabe aclarar que la verdadera Belisa no asistió a la cena. Fue su amiga disfrazada de ella quien asistió. Tomó su lugar porque Belisa estaba acobardada. Si es una persona agradable, me presento de improviso y lo conquisto, había dicho. Yo te mando un mensaje diez minutos después de iniciada tu cena, tú le tomas una foto con tu celular mientras me respondes, al fin que con el tuyo no se aprecia cuando tomas fotos y yo hago una valoración entre tu juicio y la foto. Como la amiga no aceptó, le fue ofrecida una cantidad de dinero que la hizo cambiar de opinión.
--Bueno, mira a mí no me interesan los taxistas. Esto del anuncio fue un fiasco para mí. Si algo obtienes tú, mejor que mejor. De lo perdido lo que aparezca.
--¿Cuál era la tercera pregunta que tenías pensada?
--Ah, no tiene mucha importancia, se me ocurrió hoy, después de que te habías ido, mírala:
¿Quién al cambiar de zapatos muestra la interioridad de su alma?
Y les dieron la diez. Sonó un claxon. Ella lo invitó a pasar y le aseguró que podría explicarle todo, pero que antes continuara el juego, que respondiera si era capaz el tercer acertijo. Por primera vez lo vio nervioso. Pero no era la ignorancia, sino la certidumbre lo que lo hacía dudar. Sintió que su respuesta iba a transformar su vida. Son pocas las ocasiones que llegamos a sentir tal emoción, el de la adrenalina en tropel.
--Belisa. Ésa es la respuesta.
--¿Quién eres? ¿Cómo sabes ese nombre? ¿Quién te mandó? ¡Quién eres!
--Tú cambias de zapatos y al hacerlo muestras tu alma.
--Vete de aquí, sea quien seas.
--Me ibas a explicar tus preguntas.
--No, tú sabes demasiado.
Apareció entonces la verdadera Belisa, y quiso convencer a su amiga de que no despidiera al taxista. Eran preguntas difíciles, merece por lo menos el premio de la explicación. No, no, dijo ella, no sé quién es, pero ahora me da miedo.
--Di mi nombre y haré lo que tú mandes. Si me pides que me vaya o que me quede.
--No sé cómo te llamas.
--Antes del alba, averígualo.
Cuando salió. Ambas se quedaron asombradas. ¿Cómo pudo responder? ¿Cómo ha podido seguirnos el juego? ¿Quién puede ser? Podemos continuar, dijo Belisa, ir al sitio de taxis, preguntar por su nombre. Tal vez sea aquel que me respondió por al mail, ¿te acuerdas? ¿Tanta casualidad es posible? Ni en las comedias de enredos. Pero si nos está siguiendo el juego ya debes saber cuál es su nombre. No, cuál. Il suo nome è… ¿no recuerdas Turandot? Ah, pero yo quiero saber su verdadero nombre, y yo no estoy enamorada de él, apenas lo conozco. Sólo me causa una intensa curiosidad; inexplicable curiosidad, desasosiego, mortificación. No se ha ido, sal y dile su nombre. Y salió sin prisa ni displicencia.
--Sí sé tu nombre, pero no quiero decirlo.
--Dime el tuyo entonces.
--Ya lo sabes.
--Belisa es el nombre de tu alma y de tus zapatos. ¿Cuál es el otro nombre?
--¿Quieres burlarte de mí?, ¿tú leíste un anuncio en internet, verdad?
--Sí, me hizo imaginar mucho.
--Belisa es el nombre de mi amiga. Yo la convencí de hacer ese anuncio por cosas que no vienen a cuento.
--¿No es tu nombre también?
--Sí, yo también lo uso, cuando traigo estos zapatos.
--Con esos puedes correr por el mejor de los caminos.
--Sí, podría ir y venir varias veces, pero no, prefiero correr en la caminadora fija de mi departamento.
--¿De verdad lo prefieres?
--Preferiría saber tu nombre.
--Dijiste que ya lo sabías.
--Ya lo sé, sólo quiero oírlo, que será más real en tu boca que en la mía.
--Ma il mio mistero è chiuso in me, il nome mio nessun saprà.
--Canta sobre mi boca y dilo.
--Canta conmigo, sin impostar la voz.
No sé si cantaron o se besaron o si alguna vez se dijeron sus verdaderos nombres. Lo cierto es que tramontaron las estrellas, llegó el alba y ellos, para evitar confusiones, solían llamarse “amor”, uno al otro. Y tanto el uno como el otro fueron felices. Y yo sé que es inmoral contar historias felices, pero de vez en cuando se me debe disculpar.