Para comprender verdaderamente el alcance de los actuales problemas políticos del país, yo recomendaría la lectura de la revista Proceso hace diez años. Porque cuando yo hice eso, tuve que reírme mucho ante el cúmulo de despropósitos y previsiones apocalípticas de sus columnistas. Me parece que uno no debe olvidar las muchas tonalidades del amarillismo ni que, antes que informar, los medios de comunicación buscan llamar la atención. Maximizar lo que ocurre en el presente es el mejor medio para ello, o al menos eso consideran. Si no es porque ellos hiperbolizan los hechos presentes difícilmente alguien creería que el mundo de verdad sigue girando. Pero si uno se niega a continuar con ese juego y se decide leer las noticias de hace un lustro o una década, resulta que las cosas en general permanecen igual, o acaso un poco más desgastadas, sólo un poco, ni siquiera lo suficiente para que uno haga con honestidad una apología del pasado, a menos que se abuse de ese tópico tan manoseado y se escriban atropellos retóricos.
Si me dieran a escoger entre estar al tanto de todo lo que ocurre en el mundo o en no enterarme de nada, preferiría no enterarme. Pero sucede que aun procurando esquivarlas, me llegan noticias. Y debo decir que unas despiertan al cocodrilo de la curiosidad que usualmente reposa en los pantanos de mi mente. Por ejemplo, hoy me interesé en el resultado de la encuesta que hubo hace seis meses en Nexos, aplicada a sesenta escritores, para saber cuál era la mejor novela mexicana de los últimos treinta años. Y no me importa comentarla tan trasnochadamente.
También prefiero ser un trasnochado a un madrugador que compre tres periódicos diarios y vea las noticias de las tarde y la noche. ¿Para que correr tras el viento de una nota superficial e intrascendente? La esencia del presente es su fragilidad, su aparecer efímero. La gente enterada para mí no es más que gente espantada con lo que no cambia, es decir, con el deterioro persistente de las cosas. Sé que las mujeres preocupadas por su cutis podrían tacharme de superficial, ya que serían capaces de asociar mi énfasis en el deterioro como desprecio por la piel que envejece. Pero yo no tengo ese desprecio, lo que digo es que no encuentro sentido a preocuparse por averiguar cómo estuvo el deterioro del día. Acepto que debamos detenernos ante el espejo todas las mañanas, ¿pero medir el avance de las arrugas a diario? ¡Por Dios! Por eso yo no veo noticiarios.
Me he desviado demasiado. Siempre me pasa. ¿Será que le tengo tan poco respeto a mis extraviados lectores? ¿Será que tomo de pretexto cualquier tema para volver a mis obsesiones? ¿Será que en realidad no sé qué decir? En fin. Basta de preguntas y de justificaciones innecesarias.
La estratagema de la encuesta de Nexos fue adecuada. Como en este país no le podemos preguntar a los lectores, pues estos están en peligro de extinción, los escritores fueron los votantes. ¿Cuántos habrán votado por sí mismos? Yo lo hubiera hecho. Cada uno debía escoger tres novelas. Las diez preferidas fueron trece, mal augurio:
1. Noticias del Imperio - Fernando del Paso
2. Las batallas en el desierto - José Emilio Pacheco
3. Crónica de la intervención - Juan García Ponce
4. Elsinore - Salvador Elizondo
4. El desfile del amor - Sergio Pitol
6. Porque parece mentira la verdad nunca se sabe - Daniel Sada
6. La guerra de Galio - Héctor Aguilar Camín
8. En busca de Klingsor - Jorge Volpi
9. Dos crímenes – Jorge Ibargüengoitia
9. Morir en el Golfo - Héctor Aguilar Camín
9. Lodo - Guillermo Fadanelli
9. El testigo - Juan Villoro
9. El seductor de la patria - Enrique Serna
Fernando del Paso, en mi opinión, tiene bien merecido el primer sitio, así como también bien merece el Premio Juan Rulfo que ha recibido en Guadalajara. Recuerdo que en cierta entrevista Rulfo declaró que acaso su único descendiente estilístico en México era justamente Fernando del Paso. A mí no me resultan estilos próximos. Además en México hubo más de un epígono rulfiano, Tomás Mojarro, por ejemplo. Pero la declaración de Rulfo, por eso mismo, fue una especie de certificación a Del Paso, señalando su valía. Yo, como buen rulfiófilo, considero que ése es uno de los mejores elogios que pudiera recibir el autor de Noticias del Imperio.
En segundo lugar veo al escritor más sobrevalorado de México: nuestro humildísimo JEP. No me parece que Las batallas en el desierto sea una gran novela. Peca de laconismo y el protagonista se me antoja forzadamente ingenuo. La infancia de un tartufito. Digna de una rola de Café Tacuba, pero no más. Sin embargo, hace años, cuando la leí, no recuerdo si aún era virgen, pero era como si lo fuera, y la disfruté mucho a lo lector romántico.
Sobre García Ponce, Elizondo y Pitol, mi opinión es un tanto indiferente. Son autores que no me entusiasman ni me desagradan. Son buenos, sin duda, quizá más cerebrales de lo que mi pobre cerebro sabe apreciar.
No he leído nunca a Sada. Supongo que merece su lugar por la influencia que ha ejercido sobre la actual ola norteña.
Y creo que se debe aceptar que la inclusión de dos novelas de Aguilar Camín en una encuesta de Nexos, aun cuando uno no sea malicioso, resulta sospechosa. Parece que de haber habido un consenso certero acerca de cuál es su mejor obra, habría llegado a las primeras posiciones. ¿En una encuesta no organizada por los Galios sería Aguilar Camín igualmente apreciado?
Si Ibargüengoitia está por debajo de Volpi y de los otros, según yo, es porque las respuestas fueron refinadas o fingidamente serias. Un escritor tan irónico como Ibargüengoitia nunca tendrá tanto prestigio como los amos del enredo faulkneriano o joyceano. Pero su influjo en la literatura mexicana es de los más notables. Volpi mismo algo debe al guanajuatense.
De Serna y Villoro son de quienes yo sospecho autovotos. ¿Quién más votaría por ellos? Yo, sin dudar, los botaría de la lista.
Y sobre Fadanalli reconozco que sentí gusto. Es un escritor que no fue reconocido en los noventas, Chafanelli le llegaron a decir, mas luego de Lodo la opinión generalizada de la crítica se modificó. Y aunque debo decir que yo estimo Lodo mucho más que esas otras cuatro novelas con las que está empatada en noveno lugar e, incluso, con esa que critiqué en segundo sitio, para mí la mejor novela de Guillermo Fadanelli es Clarisa ya tiene un muerto. Novela extraordinaria, plena de imágenes alternativamente poéticas y con una carga de humanismo asombroso, si se considera el marco, el telón de fondo, el ámbito sórdido en el que se desenvuelve. Sin embargo, ahí, entre putas de cabaret, ex-militares travestidos, burócratas miserables, se comprende la necesidad del humanismo. ¿Qué otro novelista mira tan de cerca a nuestros humillados y ofendidos?
Así como alguna vez se dijo que Arlt tradujo a Dostoievsky al lunfardo, pienso que Fadanelli trasladó al gran novelista ruso, no al español, como ya había hecho Pérez Galdós, sino al siglo XXI.
Antes de poner punto final, digo que me dio gusto que Carlos Fuentes no apareciera, es de los peores novelistas de México. Pero eché en falta la presencia de alguna escritora. ¿Obras de Glantz, Antaki o Sefchovich no están al mismo nivel que algunas de las enlistadas? También me pareció extraño que no estuvieran José Agustín ni Gustavo Sáinz, ¿en verdad envejecieron tan pronto? Tampoco estuvieron Gonzalo Celorio, Paco Ignacio Taibo II, Vicente Leñero, Luis Zapata, Rafael Bernal, Mario Bellatin.
De hecho ante tal cantidad de nombres ausentes, yo no puedo sino confirmar que en México hay más escritores que lectores.
Si me dieran a escoger entre estar al tanto de todo lo que ocurre en el mundo o en no enterarme de nada, preferiría no enterarme. Pero sucede que aun procurando esquivarlas, me llegan noticias. Y debo decir que unas despiertan al cocodrilo de la curiosidad que usualmente reposa en los pantanos de mi mente. Por ejemplo, hoy me interesé en el resultado de la encuesta que hubo hace seis meses en Nexos, aplicada a sesenta escritores, para saber cuál era la mejor novela mexicana de los últimos treinta años. Y no me importa comentarla tan trasnochadamente.
También prefiero ser un trasnochado a un madrugador que compre tres periódicos diarios y vea las noticias de las tarde y la noche. ¿Para que correr tras el viento de una nota superficial e intrascendente? La esencia del presente es su fragilidad, su aparecer efímero. La gente enterada para mí no es más que gente espantada con lo que no cambia, es decir, con el deterioro persistente de las cosas. Sé que las mujeres preocupadas por su cutis podrían tacharme de superficial, ya que serían capaces de asociar mi énfasis en el deterioro como desprecio por la piel que envejece. Pero yo no tengo ese desprecio, lo que digo es que no encuentro sentido a preocuparse por averiguar cómo estuvo el deterioro del día. Acepto que debamos detenernos ante el espejo todas las mañanas, ¿pero medir el avance de las arrugas a diario? ¡Por Dios! Por eso yo no veo noticiarios.
Me he desviado demasiado. Siempre me pasa. ¿Será que le tengo tan poco respeto a mis extraviados lectores? ¿Será que tomo de pretexto cualquier tema para volver a mis obsesiones? ¿Será que en realidad no sé qué decir? En fin. Basta de preguntas y de justificaciones innecesarias.
La estratagema de la encuesta de Nexos fue adecuada. Como en este país no le podemos preguntar a los lectores, pues estos están en peligro de extinción, los escritores fueron los votantes. ¿Cuántos habrán votado por sí mismos? Yo lo hubiera hecho. Cada uno debía escoger tres novelas. Las diez preferidas fueron trece, mal augurio:
1. Noticias del Imperio - Fernando del Paso
2. Las batallas en el desierto - José Emilio Pacheco
3. Crónica de la intervención - Juan García Ponce
4. Elsinore - Salvador Elizondo
4. El desfile del amor - Sergio Pitol
6. Porque parece mentira la verdad nunca se sabe - Daniel Sada
6. La guerra de Galio - Héctor Aguilar Camín
8. En busca de Klingsor - Jorge Volpi
9. Dos crímenes – Jorge Ibargüengoitia
9. Morir en el Golfo - Héctor Aguilar Camín
9. Lodo - Guillermo Fadanelli
9. El testigo - Juan Villoro
9. El seductor de la patria - Enrique Serna
Fernando del Paso, en mi opinión, tiene bien merecido el primer sitio, así como también bien merece el Premio Juan Rulfo que ha recibido en Guadalajara. Recuerdo que en cierta entrevista Rulfo declaró que acaso su único descendiente estilístico en México era justamente Fernando del Paso. A mí no me resultan estilos próximos. Además en México hubo más de un epígono rulfiano, Tomás Mojarro, por ejemplo. Pero la declaración de Rulfo, por eso mismo, fue una especie de certificación a Del Paso, señalando su valía. Yo, como buen rulfiófilo, considero que ése es uno de los mejores elogios que pudiera recibir el autor de Noticias del Imperio.
En segundo lugar veo al escritor más sobrevalorado de México: nuestro humildísimo JEP. No me parece que Las batallas en el desierto sea una gran novela. Peca de laconismo y el protagonista se me antoja forzadamente ingenuo. La infancia de un tartufito. Digna de una rola de Café Tacuba, pero no más. Sin embargo, hace años, cuando la leí, no recuerdo si aún era virgen, pero era como si lo fuera, y la disfruté mucho a lo lector romántico.
Sobre García Ponce, Elizondo y Pitol, mi opinión es un tanto indiferente. Son autores que no me entusiasman ni me desagradan. Son buenos, sin duda, quizá más cerebrales de lo que mi pobre cerebro sabe apreciar.
No he leído nunca a Sada. Supongo que merece su lugar por la influencia que ha ejercido sobre la actual ola norteña.
Y creo que se debe aceptar que la inclusión de dos novelas de Aguilar Camín en una encuesta de Nexos, aun cuando uno no sea malicioso, resulta sospechosa. Parece que de haber habido un consenso certero acerca de cuál es su mejor obra, habría llegado a las primeras posiciones. ¿En una encuesta no organizada por los Galios sería Aguilar Camín igualmente apreciado?
Si Ibargüengoitia está por debajo de Volpi y de los otros, según yo, es porque las respuestas fueron refinadas o fingidamente serias. Un escritor tan irónico como Ibargüengoitia nunca tendrá tanto prestigio como los amos del enredo faulkneriano o joyceano. Pero su influjo en la literatura mexicana es de los más notables. Volpi mismo algo debe al guanajuatense.
De Serna y Villoro son de quienes yo sospecho autovotos. ¿Quién más votaría por ellos? Yo, sin dudar, los botaría de la lista.
Y sobre Fadanalli reconozco que sentí gusto. Es un escritor que no fue reconocido en los noventas, Chafanelli le llegaron a decir, mas luego de Lodo la opinión generalizada de la crítica se modificó. Y aunque debo decir que yo estimo Lodo mucho más que esas otras cuatro novelas con las que está empatada en noveno lugar e, incluso, con esa que critiqué en segundo sitio, para mí la mejor novela de Guillermo Fadanelli es Clarisa ya tiene un muerto. Novela extraordinaria, plena de imágenes alternativamente poéticas y con una carga de humanismo asombroso, si se considera el marco, el telón de fondo, el ámbito sórdido en el que se desenvuelve. Sin embargo, ahí, entre putas de cabaret, ex-militares travestidos, burócratas miserables, se comprende la necesidad del humanismo. ¿Qué otro novelista mira tan de cerca a nuestros humillados y ofendidos?
Así como alguna vez se dijo que Arlt tradujo a Dostoievsky al lunfardo, pienso que Fadanelli trasladó al gran novelista ruso, no al español, como ya había hecho Pérez Galdós, sino al siglo XXI.
Antes de poner punto final, digo que me dio gusto que Carlos Fuentes no apareciera, es de los peores novelistas de México. Pero eché en falta la presencia de alguna escritora. ¿Obras de Glantz, Antaki o Sefchovich no están al mismo nivel que algunas de las enlistadas? También me pareció extraño que no estuvieran José Agustín ni Gustavo Sáinz, ¿en verdad envejecieron tan pronto? Tampoco estuvieron Gonzalo Celorio, Paco Ignacio Taibo II, Vicente Leñero, Luis Zapata, Rafael Bernal, Mario Bellatin.
De hecho ante tal cantidad de nombres ausentes, yo no puedo sino confirmar que en México hay más escritores que lectores.