Además
de escribir contra el voto, escribo contra mí mismo porque yo he
votado en las anteriores elecciones y creo mis votos han servido para
legitimar el corrupto circo de los partidos políticos y sus infames
gastos de campañas y precampañas.
Después
de apenas dos décadas de semidemocracia en México, la situación
política es peor que en 1997. Hay menor libertad de expresión,
puertas más estrechas para la participación ciudadana y un cinismo
brutal en lo que respecta a la violación de las leyes electorales
por parte de los partidos, los medios masivos de difusión y el mismo
Instituto Nacional Electoral (INE).
En
1997, no voté por Cuauhtémoc Cárdenas, debido a que yo tenía
solamente 17 años. Pero en ese momento me parecía que México
estaba cambiando y para bien; que valía la pena salir algún domingo
a tachar una boleta, luego de hacer una pequeña fila, que tal acción
sería un grano de arena en la recién descubierta playa democrática;
pero me ha parecido como dijera en otro tiempo José Vasconcelos, que
a esto ya se lo cargó la chingada.
Si
en el 2000 hubo unas elecciones equitativas y masivas por primera vez
en toda la historia mexicana, las del 2006 fueron más parecidas a
las elecciones en un país vacilante entre el autoritarismo y la
democracia, es decir, fueron un golpe contra la democracia en pañales
que había en México, debido a la intervención del presidente en
las elecciones, a una gran campaña de odio y a una gran cargada de
medios masivos en contra de la izquierda.
Sin
embargo, todavía en 2009 yo creía que la mejor manera de incidir en
las políticas públicas era a través del voto. Pensaba tales cosas
porque veía, igual que ahora, que los dueños del país son los
empresarios y que esta clase social busca explotar a sus trabajadores
tanto como pueda. Además creía que los partidos políticos eran
necesarios como un contrapeso de los adinerados. Por supuesto hay
ejemplos de sobra para notar que más bien los partidos políticos
son empleados de las grandes empresas nacionales y trasnacionales. No
legislan para beneficio de la mayoría sino para beneficio de sus
patrones. En otras palabras, me recrimino por pensar ingenuamente que
los partidos políticos podrían resistirse al control de la clase
empresarial, hoy veo que el descaro de Televisa y su Partido Verde no
tiene límites.
Pero
la mayor decepción es la que he visto en el PRD y en Morena, así
como en el resto de los partidos de izquierda. Porque no han sido
capaces de distinguirse de las típicas prácticas corruptas del PRI
y porque han sido muy ineficaces frente al desmantelamiento del país.
Por
otra parte el PAN y los nuevos partidos de derecha además de su
enormes desaciertos, pasaron de la decencia opositora a la indecencia
como gobernantes, y diría más: a la peor de las indecencias en un
régimen democrático, pues en lugar de procurar la destrucción del
sistema autoritario, durante los dos sexenios panistas fortalecieron tal sistema y destruyeron los vientos de cambio. Traicionaron a la
democracia, y ahora estamos como en los setentas: simulando
elecciones inútiles.
Esta
es mi conclusión lamentable. Yo voté en las cinco elecciones
anteriores porque confiaba en que a diferencia de mis padres, a mí
me habían tocado tiempos democráticos, pero con la restauración de
la dictadura perfecta en 2012, he comprendido que no, que no hay
democracia en México y, por lo tanto, votar es un acto de
ingenuidad. Destruiré mi voto, así como los partidos colaboraron con la destrucción de la democracia. Y aunque no se me da el mesianismo, éste será mi lema: "rompe tu voto y recíclalo"