Podríamos permanecer tranquilos
cuando la comida se descompone
o cuando las flores de un día mueren
para eso nacieron, dicen algunos.
Pero yo no sé quedarme tranquilo,
cuando se desgarra un sol en declive
que he disfrutado junto a la persona
cuya vida ha de atravesar la ausencia…
Esa ausencia contra la que los ojos
luchan por no cerrarse, también los labios
se esfuerzan por hacer palabras, o algo
que emancipe de la muerte tranquila.
Y otros maldecirán: hay tantos quiebres,
en una tumba y en otra, los ramos
se borran y los nombres se marchitan,
y yo así no puedo quedar tranquilo.
No.
No puede ser.
Cuando vuelve la hierba como labios
como una pequeña voz que se esfuerza
para salir, crecer y ser aquello
que no tranquiliza ni da tristeza
y solamente me invita a seguir
de pie, soltando palabras y hojas,
entre renovaciones y caídas.