La más detestable de sus pesadillas era la que más a menudo la hacía despertar odiando a todo el mundo. Consistía en una escena en la que alguna persona, a veces su madre, otras veces la maestra de español, incluso en ocasiones personas desconocidas, se le acercaban y comenzaban a gritarle, a regañarla con manoteos y amenazas frente a su rostro, en esos momentos Andrea no podía separar sus labios para defenderse: ni siquiera lograba musitar cachitos de palabras. Odiaba sentir que el silencio estaba incrustado en su boca. No sólo sentía un nudo en la garganta, sino un manojo de nudos. Por eso despertaba molesta y durante un buen rato cargaba esa molestia como si no fuera suficiente con la mochilota repleta de libros que solía jorobarle la espalda.
Aquella vez, Andrea estaba caminando por un puente, abajo había varias columnas de automóviles, arriba volaban helicópteros y aves; ella veía sus pasos y sus pasos dejaban huellas de colores, esto le provocó ganas de saltar, de danzar para experimentar con las pisadas coloridas, entonces mientras bailaba en el puente dejando un arcoíris de pies, se topó con un viejo que de primera impresión se le figuró un pez bigotón.
Andrea sintió miedo de que ese viejo la comenzara a insultar, después sintió más miedo de no poder hablar en dado caso que la fuera a reprender. Sin embargo, al verlo con más detenimiento, sospechó que el viejo era inofensivo. Sus ojos eran de chino, o tal vez coreano; aunque su tono de piel no era amarillo sino verdoso y estaba arrugadísimo; era pequeño, casi un enano; en suma, no inspiraba temor. Así que lo pensó y se atrevió a hablarle.
-Yo soy… digo, ¿quién eres tú?
-Soy el Diablo de las Palabras.
-¿Qué? Eso qué. No existen los diablos.
-Hablas conmigo, me ves, luego existo.
-Además no quiero saber nada de palabras ni de literatos ni de literatura. Estoy harta de los mapas conceptuales, de las líneas del tiempo, de los proyectos en equipo, de exposiciones sobre géneros literarios y corrientes, ¡ay, es demasiada información basura! Todo se me olvida, no tiene caso. Déjame sola en mi puente.
Andrea no solía ser así de grosera y ruda con nadie, pero en ese momento el miedo de estar en una de esas pesadillas en las que la mudez la sometía la hizo reaccionar de ese manera enfática, sin embargo, el viejo no se alejó, por el contrario, se trepó al barandal del puente donde se sentó con las piernas cruzadas y la miró con curiosidad.
-¿Por qué has relacionado la literatura con todas esas tareas, acaso por la escuela?
-Obvio. Y lo peor es cuando la maestra Liz se enoja con algún latoso y nos pone a hacer fichas bibliográficas: Apellido paterno, apellido materno, nombre, título, editorial, lugar de publicación, año de la edición y número de páginas.
-Vaya, vaya. No quiero hablar mal de la maestra Liz, pero eso no tiene nada que ver con la literatura. A muchos literatos no les gusta perder el tiempo haciendo fichas bibliográficas. Para hallar un libro basta goglearlo, ¿o no?
-La maestra dice que no hay que confiar en lo que encontremos en Internet.
-En fin. No perdamos el tiempo discutiendo esas cosas. He venido a hablarte de otros temas.
-No, no más temas aburridos.
-Cálmate, no seas tan mimada. ¿Acaso quieres seguir soñando con regaños y con la imposibilidad de abrir la boca cuando te humillan?
-¿Cómo sabes que he pesadillado con eso?
-Los diablos sabemos muchas cosas, aunado a esto, estaba libre esta noche y me dije: visitemos a Andrea, es buena chica, aunque un poco callada, seguro que será lindo platicar con ella.
-Oquey, pero… yo no sé platicar.
-Es muy fácil, preguntas y respondes, comentas y ríes, empatizas y así, vamos a ver, ¿no te gustaría saber lo que en verdad es la literatura?
-Bueno, ya lo sé, deja me acuerdo… es, bueno, no recuerdo muy bien pero creo que venía del latín litera: un arte de expresión mediante la escritura, bueno, algo así.
Los ojos rasgados comenzaron a redondearse y a crecer y a iluminarse con un brillo de enfado.
-¡Nooooooooooooooooooooo! Andrea, no, no sé de dónde sacas esas tonterías. Por principio, la literatura no depende de la escritura, sino de las palabras y éstas no sólo se escriben, también se cantan, se gritan, se murmuran, se rompen, se ahogan. La literatura nace cuando las palabras actúan, no cuando están quietas y muertas en esos cementerios que llaman libros.
-Los libros no son cementerios. ¿Eres un diablo o un idiota?
-Modera tu léxico, rapaza.
El Diablo, entonces, se agigantó: como si le crecieran las piernas, el tronco y, sobre todo, la cabeza, se fue estirando hasta doblar su anterior estatura. Andrea quiso disculparse en parte por miedo y en parte porque sentía que sí se había pasado de la raya al sugerir que era un idiota.
-Los libros son cementerios de palabras. Hay palabras totalmente muertas que ya nadie pronuncia. Hay palabras que agonizan. Pero las palabras tienen una gran ventaja con respecto a los humanos. Basta que alguien las pronuncie para que vuelvan a la vida. No tan vigorosas como cuando eran comunes y constantes, pero reviven. El punto, niña, es que no hay literatura en los libros sino en la lectura. La literatura es un acto comunicativo, para que exista se requieren por lo menos dos. Así que no repitas como perico que el latín y que la letra y que no sé qué. La literatura es el arte de transferir sensaciones de una persona a otra a través de las palabras.
Andrea sintió que el Diablo estaba plenamente convencido de lo que decía y que sería mejor no llevarle la contraria, también recordó a su maestra y pensó que ella quizá sí se opusiera a tal definición.
-Cuando yo leo a veces no entiendo nada ni siento nada, sólo confusión.
-Como si te hablaran en chino o en ruso o en valyrio. Eso es normal, si no sabes llevar el ritmo.
-¿El ritmo?
-Sí, el ritmo, chamaca, el ritmo: sonidos y silencios que circulan en las curvas del tiempo.
-¿Las curvas del tiempo? Espera, sé que los sueños son locos, pero tal vez tú seas un diablo y todo eso, pero ya me está doliendo la cabeza y no comprendo, mañana además tengo informática a las 7 de la mañana, de verdad debería dormir sin pesadillas para descansar y estás empezando a ser una pesadilla peor que esas otras en las que no puedo alzar la voz.
-Menosprecias la sabiduría de los diablos literatos. Te advertí que moderaras tus decires, yo domino el reino de lo inefable porque reino el dominio de lo decible. Esta noche me has silenciado, mañana me rogarás que te diga y te dé más de una respuesta. Adiós, muchacha.
El Diablo, entonces, comenzó a empequeñecerse hasta alcanzar el tamaño de un celular, también su forma dejó de ser la de un aciano jorobado para volverse rectangular y plano. Andrea lo tomó y enseguida casi lo suelta porque vibró sorpresivamente y después chilló como ambulancia. Andrea tardó un poquito en acordarse de que estaba soñando: tenía su celular en la mano: se había dormido con él 6 horas. No sentía que hubiera descansado, pero se levantó a bañarse, escuchó las indicaciones de su madre sobre los útiles escolares, el desayuno y demás. Siguió su rutina de malas y como no sentía ganas de hablar no se dio cuenta hasta tres horas después, ya estando en la escuela, que se había quedado muda.