Vivimos en una sociedad que justifica el monopolio de la violencia por parte del Estado.
Vivimos en una sociedad que justifica el robo por parte del Estado.
Vivimos en una sociedad donde individuos debilitados confían en la bondad del Estado.
Vivimos en una sociedad que exige la intervención ineficiente del Estado como si fuera un derecho.
Vivimos, en suma, en una sociedad en la que la basura es un problema administrado por el violento, ladrón e ineficiente Estado, en gran parte, porque las personas exigen, como si fuera un derecho, que el Estado recoja la basura en acumulan todos los días.
No en todos los lugares del mundo la basura es un negocio de los gobernantes, hay países y ciudades en los que servicios privados de recolección de basura han demostrado ser más eficientes, lo cual es lógico: los monopolios causan un mal servicio y un alto precio. En cambio, la posibilidad de que distintas compañías de recolección de basura compitan entre sí incentiva un mejor servicio.
En la Ciudad de México la recolección de basura, en la práctica, está casi privatizada, pues pagamos a los recolectores cotidianos, echándole dinero al botecito del camión de la basura, o le pagamos a “señores de la basura”, que se llevan bolsas con nuestros desperdicios diarios.
Cuando yo era niño en la Colonia Obrera, un señor con dos tambos sobre ruedas pasaba cantando todas las mañanas, excepto los domingos. La gente, por un contrato tácito, le entregaba desechos y unas monedas. Cuando a vivir solo, salía con mis bolsas buscando a uno de esos señores y después de caminar algunas cuadras encontraba a alguno y le daba mis bolsas de inorgánicos. Lo prefería porque me era muy difícil coincidir con el camión que tenía un horario arbitrario.
La basura es un caso que me deprime y me intriga. El pregón de los ropavejeros o de los que compran “colchones, refrigeradoras, estufas o algo de fierro viejo que tengan” es lo que me mantiene con esperanzas en la vida. Porque si alguien está dispuesto a pagar por lo que yo considero basura es que tal vez la basura sea relativa. Tal vez lo que yo creo que no vale nada, vale algo para alguien. Quizá no hay basura que sea cien por ciento basura y por eso existen los tianguis de chácharas.
Sí. Los tianguis de chácharas son la prueba de que hay cosas reutilizables y valorables a pesar de que cierta gente basureó tales cosas. Yo no quiero hacer una defensa de lo usado porque Salvador Novo ya lo ha dicho todo y con una gracia de la que yo carezco. Mi tema es otro.
¿Qué hacemos con la basura? ¿Barrerla bajo la alfombra, quemarla y hacer gas metano, desintegrarla, revenderla? Me parece clave comprender los casos exitosos como el de Oslo, una ciudad que importa basura de Suecia, Irlanda e Inglaterra, y posteriormente en plantas especializadas la convierten en energía. Digo que es clave porque si la basura puede comprarse y venderse, es decir valorarse, es porque no es basura, por ende no es un problema en realidad, sino una oportunidad.
¿Si en lugar de pagar para que se lleven nuestra basura, pudiéramos venderla no sería más grato hablar de basura? Aunque actualmente sí podemos vender una parte de nuestra basura, el precio es tan bajo que resulta una pérdida de tiempo; pero quizá no sea así en el futuro en sociedades con comercio más libre sin regulaciones estatales.
Mientras tanto, vivimos en una sociedad que cualquier día despierta con una huelga de los recolectores de basura, con calles llenas de bolsas negras y ratas gigantes. Una sociedad donde la gente viviría tensa y enojada, violenta y salvaje como en Gotham (o Ciudad Gótica).
La Ciudad Gótica en la película de Tod Philips, Joker es un basurero, casi literalmente. ¿Por qué? Porque hay un monopolio de la recolección de basura, entonces ese monopolio incentiva el mal servicio, el sindicalismo y las huelgas, cuyo interés principal interés es la disputa por el poder. Los ciudadanos góticos son personas deprimentes, debilitados por el paternalismo estatal, son un desperdicio de vida, no tienen la decencia de recoger la basura, quemarla o enterrarla, sino que simplemente la dejan ahí a la espera de las súper ratas. Esa desidia es el resultado de vivir en una sociedad estatista, acostumbrada a que papi-gobierno resuelva todo.
¿Y qué obtienes cuando mezclas una sociedad perezosa, incapaz de convertir su basura en energía, en biogases o, por lo menos, exportarla a Noruega; con un Joker: un hombre intoxicado de medicamentos, al que se le humilla y se le golpea y se le echa en cara ser un blanco privilegiado?
Obtienes lo que putas mereces:
A puppet, a pauper, a pirate, a poet, a pawn and a king…
En otras palabras, un súper villano insuflado por el Estado benefactor.
And I know one thing: that’s life.