Estuve a punto de matarla cuando con su despiadada desgana dijo: «prefiero no ir». Ese “prefiero” quiso remarcar su actitud independiente. Llevamos tres años juntos y ella toma decisiones en singular. Yo llevaba más de 22 horas sin dormir, había gastado más de 1500 pesos en comprar nuestros boletos y ella que no había tendido la cama al verme me salió con esas palabras.
Ella ya tenía preparada la artillería de argumentos, yo preferí dirigirme al refrigerador. Nos hace falta el dinero, soltó. Cierto, me he quedado sin empleo y su beca estirada al máximo se revienta un poco antes de que caiga el fin de mes. Pero todos sabemos que el dinero no es problema: nunca falta alguien que te preste un poco. «Además el Cruz Azul va a perder».
Antes de que yo llegara, Gretel había fumado sin abrir la ventana, encendió otro cigarro mientras proseguía su embate: vas a celebrar, te vas a burlar y yo no voy a estar de humor para aguantarte. Le respondí abriendo nuestra única ventana. Sentí una bocanada de ruido fresco: camiones, gente y quizá el aire que hacía gemir a los fresnos, a los álamos y a los pirules de nuestra calle. «Sé que te fuiste muy temprano, que pusiste la mitad del dinero y tienes muchas ganas de ir...» -Yo sabía muy bien por dónde iba Gretel. «Vende mi boleto y vé tú».
No sabía qué responder, más bien, no sabía cómo, en parte estuve a punto de decirle que desapareciera, pero no, deseaba que se entusiasmara, que supiera que ella me importaba más que cualquier campeonato, que en el fondo el futbol me gustaba solo por ella. Lo que dije fue otra cosa: ¿quieres jamón con huevos?
Tenía los ingredientes a un lado de la estufa a la espera de que pudiera moderar la flama, ésta crecía demasiado o se apagaba, tuve que reencender la hornilla dos veces. Si son campeones y te lo pierdes, vas a arrepentirte, probé a decirle. Tal vez, sin embargo, estaré contenta, con saber que son campeones, con eso me consolaría, en cambio si pierde y yo estoy allí, sería otra losa para mí.
Nos sentamos alrededor de nuestra pequeña mesa, había libros, revistas, fotocopias de artículos académicos, además de colillas, moronas y una taza con un poso de café de no sé cuántos días. Qué te parece esto, si hoy gana el Cruz Azul, sí vamos el domingo, si empatan o gana el América, revendemos los boletos. Le propuse fingiendo cierto entusiasmo, no me parecía un mal trato. «Tendría que ganar por tres goles de ventaja», me respondió como reaccionando, quizá yo alucinaba pero sentí que el brillo de sus ojos regresaba de ese paseo que da por quién sabe dónde.
-¡Eso no va a ocurrir!
-Es que un solo gol no es nada.
-La mínima diferencia es suficiente para vencer.
-Incluso el 2-0 es el marcador más engañoso.
-Bueno, venderé los boletos, no quiero ir solo... algo me dice que será un buen partido.
-Sé que es injusto para ti, me gustaría que tú fueras, yo prefiero hacerme a la idea desde ahora de la derrota, sé que no va a campeonar el Cruz Azul.
-Voy a ir a una entrevista. -Mentí pensando en salirme lo más pronto posible de la casa y tener otro aire en la cabeza.
-Bueno. ¿Por qué no le pusiste sal a los huevos?
Esa noche fuimos a cenar a una taquería; Gretel alzó ambos brazos y estuvo a punto de derramar una salsa cuando anotó el Cruz Azul, yo fingí molestia, pero quería que ganaran para ir el domingo a ver el partido de vuelta. El dinero que hubiéramos ganado revendiendo los boletos lo gastaríamos en cualquier capricho. Cuando regresábamos a casa me dijo: «de acuerdo si prometes no burlarte pase lo que pase, te acompaño el domingo.» Todavía sentí miedo de que entre el viernes y el sábado se arrepintiera. Pero no, esos días no tuvimos problemas, hicimos un poco de quehacer, cogimos bien, nos reímos mucho viendo una comedia.
La mañana del domingo nos tensamos un poco mientras hacíamos su tarea, pero luego nos relajamos con un partido de FIFA 2010. Desde las tres de la tarde nos fuimos al estadio, allá comimos.
-Si fueras un verdadero fan, traerías tu playera como yo traigo la mía.
-Tengo una credencial de Socio Águila, me formé tres horas y media para comprar un boleto, ¿eso no cuenta?
-Ya no me recuerdes, si no supiera eso, no estaría aquí.
Debo admitir que el primer gol de Cruz Azul me cayó mal. Le di un gran trago a mi cerveza mientras Gretel saltaba y gritaba. Me sorprendió sentir ese coraje, había pensado un poco antes que prefería verla contenta a cualquier otra cosa, ¿por qué entonces en ese momento deseaba ser yo el que gritara y saltara celebrando un gol del América? También me había molestado porque cuando unos minutos antes el arbitró expulsó a un jugador del América, yo no sabía el nombre de ese muchacho: reconocía más a los jugadores azules que a los de mi equipo.
Gretel estaba concentrada gritando instrucciones a los jugadores azules, los cementeros, los conejitos chemos, la Máquina Celeste, ¿quién chingados inventó esos nombres?
-Hace 24 años en la última final que disputaron nuestros equipos, yo era un niño angustiado por el resultado porque habíamos salido de vacaciones a un pueblo aislado y nos quedamos en un hotel sin televisión. No comprendía que ahí, junto a mis padres, sin más preocupaciones que el futbol, era feliz o podía serlo fácilmente.
-¿Ya se te subió la chela?
-No, no.
Faltan dieciocho minutos, dijo ella muy preocupada. Ya ganaron, le dije, dos goles en tan poco tiempo no van a anotar. En eso la defensa americanista salió a destiempo, no hubo fuera de lugar y llegó de frente contra el portero el Chaco Jiménez, su tiro pegó en el poste, otro azul no alcanzó a detener el balón que milagrosamente no besó las redes. Gretel, de pie, dijo: eso marcará el final.
Yo ya tenía más bien ganas de irme. Para salir del estadio, por lo menos tardaríamos una hora. Era el minuto 88 y ocurrió lo que ya todo el mundo sabe. Después del primer gol del América, un señor atrás de nosotros no paraba de decir: «no, no, no». Cuando cayó el segundo gol, el del empate, unos muchachos bailotearon con gran euforia, «a güevo, a güevo», parecían decir con su danza frenética. Gretel no dijo nada, pero no dejaba de ver al portero americanista que había anotado el segundo gol en los últimos segundos.
-Ya ganó el América, me dijo ella, ya ni quiero ver el final.
-Todo puede pasar en los tiempos extras.
-No, dijo, no, esto ya se acabó.
Al día siguiente hizo una maleta y se fue.
Ella ya tenía preparada la artillería de argumentos, yo preferí dirigirme al refrigerador. Nos hace falta el dinero, soltó. Cierto, me he quedado sin empleo y su beca estirada al máximo se revienta un poco antes de que caiga el fin de mes. Pero todos sabemos que el dinero no es problema: nunca falta alguien que te preste un poco. «Además el Cruz Azul va a perder».
Antes de que yo llegara, Gretel había fumado sin abrir la ventana, encendió otro cigarro mientras proseguía su embate: vas a celebrar, te vas a burlar y yo no voy a estar de humor para aguantarte. Le respondí abriendo nuestra única ventana. Sentí una bocanada de ruido fresco: camiones, gente y quizá el aire que hacía gemir a los fresnos, a los álamos y a los pirules de nuestra calle. «Sé que te fuiste muy temprano, que pusiste la mitad del dinero y tienes muchas ganas de ir...» -Yo sabía muy bien por dónde iba Gretel. «Vende mi boleto y vé tú».
No sabía qué responder, más bien, no sabía cómo, en parte estuve a punto de decirle que desapareciera, pero no, deseaba que se entusiasmara, que supiera que ella me importaba más que cualquier campeonato, que en el fondo el futbol me gustaba solo por ella. Lo que dije fue otra cosa: ¿quieres jamón con huevos?
Tenía los ingredientes a un lado de la estufa a la espera de que pudiera moderar la flama, ésta crecía demasiado o se apagaba, tuve que reencender la hornilla dos veces. Si son campeones y te lo pierdes, vas a arrepentirte, probé a decirle. Tal vez, sin embargo, estaré contenta, con saber que son campeones, con eso me consolaría, en cambio si pierde y yo estoy allí, sería otra losa para mí.
Nos sentamos alrededor de nuestra pequeña mesa, había libros, revistas, fotocopias de artículos académicos, además de colillas, moronas y una taza con un poso de café de no sé cuántos días. Qué te parece esto, si hoy gana el Cruz Azul, sí vamos el domingo, si empatan o gana el América, revendemos los boletos. Le propuse fingiendo cierto entusiasmo, no me parecía un mal trato. «Tendría que ganar por tres goles de ventaja», me respondió como reaccionando, quizá yo alucinaba pero sentí que el brillo de sus ojos regresaba de ese paseo que da por quién sabe dónde.
-¡Eso no va a ocurrir!
-Es que un solo gol no es nada.
-La mínima diferencia es suficiente para vencer.
-Incluso el 2-0 es el marcador más engañoso.
-Bueno, venderé los boletos, no quiero ir solo... algo me dice que será un buen partido.
-Sé que es injusto para ti, me gustaría que tú fueras, yo prefiero hacerme a la idea desde ahora de la derrota, sé que no va a campeonar el Cruz Azul.
-Voy a ir a una entrevista. -Mentí pensando en salirme lo más pronto posible de la casa y tener otro aire en la cabeza.
-Bueno. ¿Por qué no le pusiste sal a los huevos?
Esa noche fuimos a cenar a una taquería; Gretel alzó ambos brazos y estuvo a punto de derramar una salsa cuando anotó el Cruz Azul, yo fingí molestia, pero quería que ganaran para ir el domingo a ver el partido de vuelta. El dinero que hubiéramos ganado revendiendo los boletos lo gastaríamos en cualquier capricho. Cuando regresábamos a casa me dijo: «de acuerdo si prometes no burlarte pase lo que pase, te acompaño el domingo.» Todavía sentí miedo de que entre el viernes y el sábado se arrepintiera. Pero no, esos días no tuvimos problemas, hicimos un poco de quehacer, cogimos bien, nos reímos mucho viendo una comedia.
La mañana del domingo nos tensamos un poco mientras hacíamos su tarea, pero luego nos relajamos con un partido de FIFA 2010. Desde las tres de la tarde nos fuimos al estadio, allá comimos.
-Si fueras un verdadero fan, traerías tu playera como yo traigo la mía.
-Tengo una credencial de Socio Águila, me formé tres horas y media para comprar un boleto, ¿eso no cuenta?
-Ya no me recuerdes, si no supiera eso, no estaría aquí.
Debo admitir que el primer gol de Cruz Azul me cayó mal. Le di un gran trago a mi cerveza mientras Gretel saltaba y gritaba. Me sorprendió sentir ese coraje, había pensado un poco antes que prefería verla contenta a cualquier otra cosa, ¿por qué entonces en ese momento deseaba ser yo el que gritara y saltara celebrando un gol del América? También me había molestado porque cuando unos minutos antes el arbitró expulsó a un jugador del América, yo no sabía el nombre de ese muchacho: reconocía más a los jugadores azules que a los de mi equipo.
Gretel estaba concentrada gritando instrucciones a los jugadores azules, los cementeros, los conejitos chemos, la Máquina Celeste, ¿quién chingados inventó esos nombres?
-Hace 24 años en la última final que disputaron nuestros equipos, yo era un niño angustiado por el resultado porque habíamos salido de vacaciones a un pueblo aislado y nos quedamos en un hotel sin televisión. No comprendía que ahí, junto a mis padres, sin más preocupaciones que el futbol, era feliz o podía serlo fácilmente.
-¿Ya se te subió la chela?
-No, no.
Faltan dieciocho minutos, dijo ella muy preocupada. Ya ganaron, le dije, dos goles en tan poco tiempo no van a anotar. En eso la defensa americanista salió a destiempo, no hubo fuera de lugar y llegó de frente contra el portero el Chaco Jiménez, su tiro pegó en el poste, otro azul no alcanzó a detener el balón que milagrosamente no besó las redes. Gretel, de pie, dijo: eso marcará el final.
Yo ya tenía más bien ganas de irme. Para salir del estadio, por lo menos tardaríamos una hora. Era el minuto 88 y ocurrió lo que ya todo el mundo sabe. Después del primer gol del América, un señor atrás de nosotros no paraba de decir: «no, no, no». Cuando cayó el segundo gol, el del empate, unos muchachos bailotearon con gran euforia, «a güevo, a güevo», parecían decir con su danza frenética. Gretel no dijo nada, pero no dejaba de ver al portero americanista que había anotado el segundo gol en los últimos segundos.
-Ya ganó el América, me dijo ella, ya ni quiero ver el final.
-Todo puede pasar en los tiempos extras.
-No, dijo, no, esto ya se acabó.
Al día siguiente hizo una maleta y se fue.