En la calle no había más rumor
que la murmuración del viento barrendero que dispersaba envolturas de plástico,
colillas y papeles. Diríase que la oscuridad del cielo temblaba y que en el
oriente se gestaba una redonda palidez.
-¿Qué hora es?
En la Colonia Pórtico, donde
vivía Andrea, algunos edificios comenzaban a encender tímidamente sus ventanas
y exhalaban pequeños ruidos caseros como la lumbre de la estufa, el corredor
del ropero o el chorro de las regaderas.
-Son las 5 de la mañana, no
mames, narrador, cállate.
Cuando aquella mañana aún era
incipiente, nuestra joven amiga se revolvía entre sus sábanas tratando de rescatar
unos instantes más de reposo, pero pronto la idea de no haber tenido pesadillas
la puso de buenas y salió de su cama decidida a transformar su rutina del modo
más alegre posible.
-¿Qué parte de son las 5 de la
mañana no comprendiste? No estoy de buenas. Me paré para ya no oírte.
Como si viera por vez primera los
enseres de su baño, vio con asombro los azulejos, ¿por qué no se llaman
zafirejos si son de color zafiro? Su cepillo de dientes era índigo, la cortina
de la bañera, turquesa; sus sandalias, celestes; bígaro era lavamanos y cerúleo
el jambaje de la ventana.
-No vas a seguir narrando
mientras me baño, ¿verdad?
Andrea recolectaba en una cubeta
azul ultramar un chorro de agua fría antes de dejarse empapar por la ducha,
luego de sentir la apertura de todos los poros de su piel, se enjabonaba y con
el cuerpo nuboso de jabón, procedía a cepillarse los dientes, enseguida reabría
el grifo y un bombardeo de gotas entraba a su boca que ella abría y disponía
como si fuera a recibir un manjar de limpieza.
-Como que te pasas de metiche,
¿no?
Andrea concluyó su baño con buen
semblante. También con una mirada que mezclaba ensayos de coquetería, chispas
de orgullo e inocencia infantil, se vistió frente al espejo sin tensarse por el
tiempo. Lo que sí hizo con un poco de premura fue tomar trozos de fresa y melón
y un vaso de leche, finalmente guardó una ensalada en su mochila, antes de
despedirse de su madre y sentir una agitación fría en el rostro cuando pisó la
acera.
-¿Nunca te callas?
Para llegar a su escuela podía
tomar un camión que en menos de diez minutos la acercaba a casi de cien metros,
o bien, caminar veintisiete cuadras. Opción que escogió esa mañana porque fue
atraída irremediablemente por el sonido verde que volaba entre los pirules, los
fresnos y los ahuehuetes. Asimismo veía a padres llevando a sus hijos
uniformados hacia sus respectivas escuelas; a hombres trajeados, a mujeres con
pasos presurosos, a comerciantes diligentes que abrían sus negocios. Quizá un
día todos me conozcan, pensó, y a unos pasos de llegar a su escuela se detuvo
para recoger una hoja de álamo, que era de todos los tipos de hojas su
preferido, pues disfrutaba el crujir y el olor que quedaba untado en sus dedos.
Esa mañana la miró con detenimiento antes de envolverla en su puño, mientras
pensaba que tal vez aquel acto fuera simbólico, ¿qué podría simbolizar una hoja
que de un lado es oscura y del otro muy clara? Se preguntó.
-Yo no me pregunto eso. Sólo me
gusta cómo suena y un poco el olorcito. Oye, por fa, ya cállate.
Aquella mañana Andrea se portó
bastante entusiasta en las pláticas de sus amigos. Era como si no quisiera
atender lo que su conciencia le recordaba. Incluso también apuntó en cada uno
de sus cuadernos lo que los distintos profesores decían.
Lamentablemente se comportó en un
cierto momento de un modo tan desconcertante que perdió el valor de enfrentar
las miradas próximas y se echó a correr cuando aún no terminaban las clases.
-¿Eso es un spoiler sobre mi
propia vida?
El ingrato acontecimiento ocurrió
en la hora posterior al descanso: el docente de matemáticas no se presentó y
eso causó que los estudiantes se pusieran a platicar entre sí. Primero Naomi y
luego Eduardo, se sentaron en las bancas vacías junto a ella.
-¿Por qué tienes esa mirada
perdida, Andrea?
-Hola, Naomi.
-Se me hace que ya no vino el de
mate, vamos a salirnos, ¿no?
En cuanto la mirada de Eduardo se
cruzó con la suya, Andrea recuperó la sensación del manojo de nudos en la
garganta.
-No es eso…
-¿No es qué?
-Nada.
-¿Para qué quieres salir? –Preguntó
Naomi, que solía tener flojera de salir de la escuela si habría de volver en
minutos después.
-Pues a salir, comprar algo tal
vez.
-No traigo dinero, ¿tú qué dices,
Andrea?
Pero Andrea que deseaba platicar
a solas con Eduardo, propuso que Naomi se quedara, mientras ellos dos salían.
-Yo no deseo…
-¿Qué no deseas, no deseas salir?
-Sí, tal vez. No sé, digo está
bien.
Andrea bajó la mirada para
encubrir que la sangre se concentraba bajo sus mejillas y su corazón brincaba
de contento.
-No encubro nada.
-Nadie dijo que encubrieras algo.
-Ya lo sé.
-¿Estás bien?, ¿te estás haciendo la rara y así?
-No. Estoy bien.
Andrea pronunció aquellas
palabras con tal énfasis que de inmediato Naomi descubrió el sentimiento indiscreto
de los celos en su amiga y quiso ayudarla sin saber que la perjudicaría.
-Vayan ustedes, yo aquí me quedo.
-No, no le hagas caso.
-¿A quién?
-¿A mí?
-No. Ay, olvídenlo.
-¿Seguro que estás bien?, ¿No
estarás enamorada?
Tal pregunta fue la que hizo
estallar a Andrea, se enfureció y los objetos cercanos fueron derribados, las
sillas temblaron ruidosamente a su paso y corrió, casi voló, por las escaleras:
era un vendaval de odio, que a travesó las rejas de la escuela y continuó acelerado
hasta llegar a una plaza cercana donde se echó a llorar.
-Pinche loco, yo no haré eso.
-¿Qué onda contigo Andrea? ¿Estás
aquí?
-Ay, perdón. Voy a salir.
-Espera, voy contigo. –Dijo Eduardo.
-No.
-¿Por qué corre?
-Está loca. –Dijo Naomi.