Creo que no sorprendería a nadie si dijera que el alcoholismo es una forma de inmadurez, pero a mí se me acaba de ocurrir.
En general, el dejarse arrastrar por cualquier exceso es síntoma de una madurez trastabillante. Probablemente ser maduro significa estar capacitado para la estabilidad.
Con esto no quiero decir que yo recomiende la madurez ni mucho menos. ¿Quién quiere estabilidad en un mundo que entiende la perversidad y la decadencia como modalidades del progreso?
Bien vista, la principal función de la madurez es la domesticación. ¿Acaso no son maduras todas las personas resignadas, conformistas y mediocres? ¿Y no son maduros los avaros, los déspotas y los hipócritas? La sal de la tierra son los inmaduros.
Pero estoy cayendo en un exceso de vaguedades y quisiera mostrar aunque sea una sola idea ordenada. Así que le daré muchas vueltas a unas cuantas palabras con la esperanza de que quede clara al menos una idea, a saber, la relación del alcoholismo con la inmadurez.
Conozco muy poco del aspecto biológico-medicinal del alcoholismo, sin embargo, conozco a un buen número de borrachos, por eso, y no tanto por haberlo leído en alguna parte, estoy convencido de que entre más joven un ebrio descubra su vocación más fácilmente puede conservar su gusto.
¿Qué buscan los adolescentes al beber si no volverse niños? Yo no creo que busquen hacerse hombres ni sentirse mayores, por el contrario, me parece que un motivo para emborracharse es el desentenderse de responsabilidades. Y no hay etapa más irresponsable que la infancia.
Mientras el adulto debe preocuparse por pagar cada mes todos sus adeudos, el niño puede estar jugando con la primera fantasía que tenga a la mano. Y el adolescente que ya posee conciencia de su carga de responsabilidades, que además ha de ir en aumento, al alcoholizarse se evade de tal carga, es decir, anda tras ese estado infantiloide de irresponsabilidad.
Creo que las personas que no lavan los platos todos los días son propensas emborracharse. Lo mismo la gente que por flojera, no por falta de dinero o de concetración, paga el recibo del teléfono tres días después de la fecha de vencimiento.
Piénsese en la impertinencia de los borrachines, ¿no se parece a la impertinencia de los niños malcriados? No es precisamente que los niños y los borrachos digan siempre la verdad, sino que ambos dicen estupideces. Ambos rompen el muro de las represiones sociales. Tal muro no es otra cosa que la decencia.
E insisto, yo no escribo esto para elogiar la decencia. La decencia es una lacra social sin duda. Si yo le tengo algún aprecio a la decencia ha de ser puramente a nivel estético. Para mí las impertinencias tanto de escuincles como de dipsómanos son nefandas, pero sólo porque tengo buen gusto, porque valoro la belleza clásica, porque todavía no le hallo gusto a lo monstruoso.
Ni el niño ni el borracho quieren pensar en las consecuencias, mucho menos en las molestias que les causan a los otros. Se expresan a su antojo, con muy pocos frenos, pretenden demasiada atención. Un niño gritando, corriendo, peleándose o llorando me da la impresión de ser, en el fondo, un enano en estado de ebriedad. ¿O al revés?
No niego que algunos sean divertidos, incluso más inteligentes que montones de sobrios y hasta agradables. Pero son sin duda excepciones. A menos que no me encuentre bebiendo, no tolero la conversación de un borracho o de un niño.
Algunos dipsómanos ofrecen una disculpa por su vicio, ya sea algún drama familiar, la hostilidad del entorno, las malas herencias, etc. ¿Pero los niños qué? No hay nada que los disculpe por su inmadurez. Así que hoy brindaré a la salud de los inmaduros.