Encontré en Internet el anuncio de un departamento bastante barato y en una zona que me agrada. La arrendadora por teléfono me pareció una persona amable. El único problema fue que tenía el empeño de rentarlo sólo a un matrimonio sin hijos y yo precisamente quería un departamento sin hijos y sin matrimonio.
Hice la cita con la casera aprovechando que una amiga había mostrado cierto interés en acompañarme a buscar casa. Pensé que si nos presentábamos los dos íbamos a dar la apariencia de recién casados. Lo que no sabía era si contarle a mi amiga aquel requisito. Consideraba que ante una pregunta de la dueña ella bien podría negar que estuviéramos casados, pero también creí que no aceptaría fingir, o que, al intentar fingir, sobreactuara.
Mentir es uno de mis defectos pero lo es más la desidia. Por desidioso no mencioné nada, de hecho, olvidé que tenía que dar la apariencia de casado.
--Buenas tardes, ¿vienen a ver el departamento?
--Sí, ¿usted es la señora Montes?
--Sí, mucho gusto, qué bueno que llegaron temprano, ¿me dijo que se llama Antonio, verdad?
--Sí.
--Pasen por favor, ¿y usted cómo se llama, perdón?
--Natalia.
--Bonito nombre, de princesa rusa. Adelante.
He dicho que soy desidioso y no sé si eso baste para hacer notar que a mí me bastaba con que el departamento existiera para acceder a firmar el contrato. En cambio, Natalia actuaba en verdad como si ella fuera a mudarse allí. Entra mucha luz, dijo, a pesar de que a ella le importa un bledo si entra o no entra luz. Es un poco pequeña la recámara, dijo, y estoy seguro de que no me lo decía a mí sino a la casera, como si gracias a esos comentarios pudiera ocurrir un descuento. Yo apenas si di unos pasos por el lugar y ella, en cambio, inspeccionó la cocina, el baño y hasta la azotea. Preguntó por la humedad, el calentador y el estacionamiento. Caray, yo en toda mi vida no he llegado a pensar en adquirir un automóvil, ¿cómo podría preguntar por un estacionamiento?
Unos días después firmamos el contrato de arrendamiento. Natalia volvió a acompañarme. E incluso se interesó en que yo lo leyera bien antes de firmarlo. Aquí tienen sus llaves nos dijo la dueña dándonos un juego a cada uno. Espero que se sientan a gusto, ya verán que es muy tranquilo este edifico porque no hay niños, ¿ustedes piensan tener hijos pronto? Aproveché que Natalia se había desconcertado con los verbos en plural para responder que no, que aún no. Me parece bien, disfruten un tiempo antes de tener hijos. Eso planeamos, respondí y supuse que ahí acabaría todo el problema, pero cuando nos quedamos solos, me di cuenta de que Natalia no estaba muy conforme con el engaño.
--¿Planeamos no tener hijos?
--Bueno, yo planeo, pero me gusta hablar en plural, siento que me hace más importante.
--¿Le dijiste a tu casera que yo era tu esposa?
--No, supongo que sólo lo sospechó por tu insistencia con el estacionamiento.
--¿Eso que tiene que ver?
--Yo ni siquiera sé conducir.
--Bueno, ten tus llaves.
--No, quédatelas, puedo olvidar las mías un día.
El problema de los desidiosos es que para mentir tienen que hacer grandes esfuerzos. Para ser convincente una mentira tiene que ser entusiasta. Con entusiasmo, me refiero a cierta intensidad emotiva y por desidia entiendo un estado abúlico, es decir, actitudes opuestas, que al juntarse causan muchos líos.
Por aquellos días empecé a salir con Daniela, una chica que una mañana o una noche, dejó su cepillo de dientes en mi baño y me preguntó si mi casera no me había dado un juego de llaves extra y que me convenía tener una copia por seguridad.
--Sí, quizá un día visite al cerrajero. Ya sabes que soy desidioso.
--Así no tendrías que levantarte cuando me fuera.
--Sí, pero perdería un buen motivo para odiar a los vecinos que le echan doble llave a la puerta del edificio.
Lamentablemente una tarde, cuando iba hacia mi casa con Daniela, vi que Natalia estaba abriendo la puerta del edificio. Me detuve sin pensar.
--¿Qué pasa?
--Es que me acabo de dar cuenta de que no traigo las llaves.
--Bueno, entonces hay que decirle a esa chica que está entrando que nos deje abierto.
--De todos modos, no tengo las de mi departamento.
--¿Y dónde las dejaste?
--No sé, se me habrán caído en cualquier lugar.
--Pues vamos a buscar una cerrajería.
--Mejor vamos por un café.
--Pero son las cinco de la tarde, después ya no vas a encontrar un cerrajero.
No sé por qué a Daniela le encanta resolver problemas. Es de las personas que no comprende que es conveniente posponer la resolución de ciertas cosas.
--Ya sé dónde las olvidé…
--¿Dónde?
--En… la casa de un amigo.
--¿Qué amigo?
--Uno que se llama Jonathan, él vive en un hotel, prácticamente sólo llega a dormir, en la noche iré a buscarlo y le pediré mis llaves y mañana sacaré un repuesto porque, bueno, se presentan emergencias.
Daniela me clavaba su mirada y yo sentía el filo de su incredulidad.
--Dijiste que en la casa de un amigo y ahora dices que en un hotel, ¿y por qué nunca me habías hablado Jonathan? Dime la verdad.
--Es muy antisocial, ésa es la verdad, por eso no te lo había mencionado. Es como un ogro, le encanta el aislamiento, como se cree artista, entonces le gusta apartarse para no tener pretextos de su incapacidad creativa, ya sabes.
--¿Y cómo fue que dejaste tus llaves en su hotel?
Estuve a punto de decirle que era gay, pero pensé que tendría que ocurrírseme algo mejor. ¿Por qué no le decía la verdad y entrábamos a saludar a Natalia? No sé, el maridaje entre la desidia y el entusiasmo de las mentiras estaba hecho.
Hice la cita con la casera aprovechando que una amiga había mostrado cierto interés en acompañarme a buscar casa. Pensé que si nos presentábamos los dos íbamos a dar la apariencia de recién casados. Lo que no sabía era si contarle a mi amiga aquel requisito. Consideraba que ante una pregunta de la dueña ella bien podría negar que estuviéramos casados, pero también creí que no aceptaría fingir, o que, al intentar fingir, sobreactuara.
Mentir es uno de mis defectos pero lo es más la desidia. Por desidioso no mencioné nada, de hecho, olvidé que tenía que dar la apariencia de casado.
--Buenas tardes, ¿vienen a ver el departamento?
--Sí, ¿usted es la señora Montes?
--Sí, mucho gusto, qué bueno que llegaron temprano, ¿me dijo que se llama Antonio, verdad?
--Sí.
--Pasen por favor, ¿y usted cómo se llama, perdón?
--Natalia.
--Bonito nombre, de princesa rusa. Adelante.
He dicho que soy desidioso y no sé si eso baste para hacer notar que a mí me bastaba con que el departamento existiera para acceder a firmar el contrato. En cambio, Natalia actuaba en verdad como si ella fuera a mudarse allí. Entra mucha luz, dijo, a pesar de que a ella le importa un bledo si entra o no entra luz. Es un poco pequeña la recámara, dijo, y estoy seguro de que no me lo decía a mí sino a la casera, como si gracias a esos comentarios pudiera ocurrir un descuento. Yo apenas si di unos pasos por el lugar y ella, en cambio, inspeccionó la cocina, el baño y hasta la azotea. Preguntó por la humedad, el calentador y el estacionamiento. Caray, yo en toda mi vida no he llegado a pensar en adquirir un automóvil, ¿cómo podría preguntar por un estacionamiento?
Unos días después firmamos el contrato de arrendamiento. Natalia volvió a acompañarme. E incluso se interesó en que yo lo leyera bien antes de firmarlo. Aquí tienen sus llaves nos dijo la dueña dándonos un juego a cada uno. Espero que se sientan a gusto, ya verán que es muy tranquilo este edifico porque no hay niños, ¿ustedes piensan tener hijos pronto? Aproveché que Natalia se había desconcertado con los verbos en plural para responder que no, que aún no. Me parece bien, disfruten un tiempo antes de tener hijos. Eso planeamos, respondí y supuse que ahí acabaría todo el problema, pero cuando nos quedamos solos, me di cuenta de que Natalia no estaba muy conforme con el engaño.
--¿Planeamos no tener hijos?
--Bueno, yo planeo, pero me gusta hablar en plural, siento que me hace más importante.
--¿Le dijiste a tu casera que yo era tu esposa?
--No, supongo que sólo lo sospechó por tu insistencia con el estacionamiento.
--¿Eso que tiene que ver?
--Yo ni siquiera sé conducir.
--Bueno, ten tus llaves.
--No, quédatelas, puedo olvidar las mías un día.
El problema de los desidiosos es que para mentir tienen que hacer grandes esfuerzos. Para ser convincente una mentira tiene que ser entusiasta. Con entusiasmo, me refiero a cierta intensidad emotiva y por desidia entiendo un estado abúlico, es decir, actitudes opuestas, que al juntarse causan muchos líos.
Por aquellos días empecé a salir con Daniela, una chica que una mañana o una noche, dejó su cepillo de dientes en mi baño y me preguntó si mi casera no me había dado un juego de llaves extra y que me convenía tener una copia por seguridad.
--Sí, quizá un día visite al cerrajero. Ya sabes que soy desidioso.
--Así no tendrías que levantarte cuando me fuera.
--Sí, pero perdería un buen motivo para odiar a los vecinos que le echan doble llave a la puerta del edificio.
Lamentablemente una tarde, cuando iba hacia mi casa con Daniela, vi que Natalia estaba abriendo la puerta del edificio. Me detuve sin pensar.
--¿Qué pasa?
--Es que me acabo de dar cuenta de que no traigo las llaves.
--Bueno, entonces hay que decirle a esa chica que está entrando que nos deje abierto.
--De todos modos, no tengo las de mi departamento.
--¿Y dónde las dejaste?
--No sé, se me habrán caído en cualquier lugar.
--Pues vamos a buscar una cerrajería.
--Mejor vamos por un café.
--Pero son las cinco de la tarde, después ya no vas a encontrar un cerrajero.
No sé por qué a Daniela le encanta resolver problemas. Es de las personas que no comprende que es conveniente posponer la resolución de ciertas cosas.
--Ya sé dónde las olvidé…
--¿Dónde?
--En… la casa de un amigo.
--¿Qué amigo?
--Uno que se llama Jonathan, él vive en un hotel, prácticamente sólo llega a dormir, en la noche iré a buscarlo y le pediré mis llaves y mañana sacaré un repuesto porque, bueno, se presentan emergencias.
Daniela me clavaba su mirada y yo sentía el filo de su incredulidad.
--Dijiste que en la casa de un amigo y ahora dices que en un hotel, ¿y por qué nunca me habías hablado Jonathan? Dime la verdad.
--Es muy antisocial, ésa es la verdad, por eso no te lo había mencionado. Es como un ogro, le encanta el aislamiento, como se cree artista, entonces le gusta apartarse para no tener pretextos de su incapacidad creativa, ya sabes.
--¿Y cómo fue que dejaste tus llaves en su hotel?
Estuve a punto de decirle que era gay, pero pensé que tendría que ocurrírseme algo mejor. ¿Por qué no le decía la verdad y entrábamos a saludar a Natalia? No sé, el maridaje entre la desidia y el entusiasmo de las mentiras estaba hecho.