9 ago 2007

Un lugar habitable

No se vive con raíz en la tierra. Un verso mexica es un buen modo de empezar. Los padres son un poco nuestras raíces, un poco los troncos. El concepto de árbol genealógico no me parece metáfora, sino una noción sensata de lo que es la herencia familiar.
Los árboles son seres viejos. Fueron los primeros dioses. Ellos sí tienen raíz en la tierra. Tienen una presencia subterránea muy firme. Nosotros, en cambio, somos breves. Apenas contamos con tiempo para superar el trauma del nacimiento y ya estamos a un paso de la tumba. Por eso siento que el ser humano ha buscado ser más que uno, ha buscado ser un colectivo, ha buscado ser parte de una familia.
Estar solo implica estar frágil. Una hoja no puede nada ante la tempestad. Un árbol sí resiste. Pero digamos lo obvio: para pertenecer al mismo ramaje todas las hojas deben parecerse entre sí. Y resulta que nosotros los humanos poseemos una personalidad infinita, que complica la fraternidad.
Trataré de explicar esto de la personalidad infinita. Aunque compartamos tantos genes, aunque seamos tan parecidos biológicamente, el prójimo, el otro, la alteridad o lo que sea, tiene un rostro diferente al nuestro. Por rostro, quiero decir, espíritu. Y pienso en Emmanuel Levinas. Él creía, como yo, aunque lo creyó cincuenta años antes que yo, que la filosofía debía enfocarse más en la ética y menos en la metafísica. Sobre todo en la metafísica de la totalidad. Porque ésta cree que el hombre es un ente que forma parte del ser, que es el todo. Es decir, que las diferencias son superficiales, en la medida en que en lo profundo estamos conectados y somos parte del mismo ser, o más precisamente, parte del Ser único. Ser y Dios es lo mismo para ciertos filósofos, especialmente para esos que se creen metafísicos y no han dejado de ser teólogos.
Pero el mundo visto desde la ética necesita pensar que existen otros. Las reflexiones éticas nos ayudan a no ser tan egoístas, a no creer que todo es yo. El otro existe y tiene sus propias inquietudes, su visión de las cosas, etc. Conocer la totalidad del otro es una labor improbable e incluso teóricamente imposible. Mientras estamos vivos contamos con infinitas posibilidades de comportamiento. La muerte es el límite. La muerte es la desaparición. Sólo podemos pensarnos y pensar al otro vivo. Cuando el otro muere, ya no lo podemos pensar, ya sólo es recuerdo, ya no es. Todo cuando tengamos en mente acerca del otro, una vez muerto, nos pertenece, es decir, serán nuestras imágenes, nuestros recuerdos, nuestras sensaciones, nuestras ideas, etc., pero ya no estará el otro. Y ya no será infinito, tampoco totalidad, será simplemente ausencia, o un no-ser.
¿Qué haremos para sentirnos en familia si todos los humanos somos hojas diferentes? Compartimos, quién lo duda, una historia, una cultura, una lengua, una cantidad de herencia genética, y aún así, no somos el mismo ser y hay sensaciones intransferibles. Aunque existan las palabras adecuadas para nombrar cierta realidad, las palabras no hacen la realidad. “No / las palabras no hacen el amor / hacen la ausencia”, escribió certeramente Pizarnik. La realidad de un sentimiento no se nombra con palabras. Ni con caricias ni con silencio, tampoco con abrazos, tampoco con los ojos. Si los hombres nos comunicamos tanto es porque no podemos comunicarnos de verdad.
¿Cómo vivir más o menos satisfechos sin raíz en la tierra? ¿Cómo profesar simpatía, cordialidad, fraternidad por aquellos que no nos entienden, especialmente por los que no quieren hacerlo y no hacen ni un esfuerzo? Mientras la pregunta sea cómo, habrá muchas respuestas, muchos modos de conseguir la satisfacción éticamente. Mientras no nos preguntemos el porqué, me parece, todo es solucionable.
No somos el mismo ser, no tenemos la misma finalidad, no podemos comunicar nuestra infinidad de sensaciones e ideas, pero todos compartimos el mundo, y debemos por ello convertirlo en un lugar habitable para todos.

5 ago 2007

Cumpleaños

Cumplir años es un buen pretexto para volverte un ser miserable. Esperamos que la gente nos felicite sólo por el hecho de que hemos sobrevivido a una vuelta más de la Tierra en torno al sol. Aceptamos regalos como si los mereciéramos y hasta los podemos exigir. Hacemos advertencias: la próxima semana es mi cumpleaños, ya sólo faltan tres días, etc. Incluso organizamos fiestas en nuestro honor. ¿Es que somos tan importantes?

¿Por qué deseamos que la gente esté contenta de que nos hagamos más viejos y seamos más próximos a la tumba?

Cuando era niño asistí a suficientes cumpleaños de otros escuintles para notar cómo éstos pensaban que por ser el aniversario de su natalicio tenían derecho a cometer toda clase de patanerías. Lo tomaban como un carnaval personalísimo durante el cual podían orinarse y escupir sobre las reglas que respetaban el resto del año. Siento que esos chamacos siempre seguirán razonando igual: es mi cumpleaños, por lo tanto, hoy puedo darme el lujo de ser un protervo imbécil y mañana seré nuevamente un hombre respetable. Creen que sin el regaño de la madre, las iniquidades son aceptables.

Yo, por lo menos, veo una contradicción en esto de los cumpleaños. Celebramos nuestra vida el día que más conscientes podemos ser de nuestro envejecimiento y, por tanto, de nuestro deterioro y de nuestra brevedad. A mí me gustaría que la gente celebrara mi existencia cualquier día excepto cuando cumplo años. Pero contra las costumbres nada podemos hacer, ni siquiera pensar por nosotros mismos.

Para colmo, este año a las amigas que me llaman por teléfono para preguntarme cómo voy a festejar, les digo la verdad: voy a ir al panteón a poner una cruz sobre la tierra que mi padre estercola desde hace unos días. Supongo que no les parece muy divertido.

Si estuviera en mis manos, cambiaría las usanzas occidentales por aquéllas que imaginó Tolkien entre los hobbits, es decir, que quien dé regalos sea el cumpleañero. De otro modo, un cumpleaños será una oportunidad para que gente expulsada de nuestras vidas vuelva con el pretexto de felicitarnos. Creo que esto nunca me ha pasado a mí, sin embargo, yo sí lo he aprovechado para acercarme por segunda vez a quien no me desea ver.

A la única persona que me gustaría hacerle una fiesta sería a mi tocayo Ramírez, el puto, ya que era hijo de testigos de Jehová, que quién sabe porqué superchería estúpida no celebran los cumpleaños. Y si llamo "puto" a mi amigo es porque a él la palabra "gay" le parecía muy gay. Me decía: "yo me identifico más con la palabra 'puto' que con cualquier otra". No entiendo porqué los sacerdotes de lo políticamente correcto no admiten que se les diga putos a los putos, ni a los discapacitados, discapacitados, ni a los negros, negros.

Lamentablemente mi amigo murió hace un par de meses de pulmonía. Y yo no seré de los que celebran a los muertos ni a la muerte. Qué consuelo más idiota ése de ser amable con alguien que ya no existe. ¿Quiénes habrán dictado el cúmulo de idiosincrasias insensatas que guardamos con respecto a los muertos?

Indudablemente en todo lo que llevo escrito, he exagerado; pero es mi cumpleaños, carajo, quiero expresar un poco de rabia sin remordimientos. Mañana volveré a escribir como un humanista decente.

4 ago 2007

Cálculo y calidez

Soplabas a la luna en mis brazos
Eras una felina valerosa
mirabas con grandes miradas
y desde el primer día conmigo
dormiste.
Eras una coconita con frío
eras casi calva.
¿Qué voy a hacer con el olvido
y sin tus ojos plenamente negros?

Hace unas madrugadas
no sé cuánto tiempo
intentando recordar tu apellido
recordé tus pestañas enormes
cuando a punto del sueño aleteaban
recordé tus dedos
bebedora de leche
la suavidad que mi piel
jamás sentirá otra vez.

Quisiera anunciarte algo valioso
cómo si yo supiera algo
o como si tú supieras ya leer
o como si fuera posible entenderse
yo entendía tus cantos
carentes de palabras
y yo entendía tus palabras
carentes de sintaxis
eras una gaviota sin coordinación
eras un demonio, preciosa

Me quitabas la calma y la paz
y me arrebatabas mis libros
y juntos veíamos el agua
borboteando en la tele
y tú aprendías a levantar la voz
la alegre voz de los charcos al brincarlos
yo no aprendí a dejar de ser amargo
pero mi mano aprendió distraídamente
a visitar tu cabello
a mojarlo en las mañanas
y en las noches a alisarlo
mi mano, sin darse cuenta, te decía
te quiero, y tú dormías.

Yo no sabía qué hacer con tu llanto
que se alzaba repentino e indomable
y corría por la casa hasta arrinconarse
hasta tristemente endurecerse
tú, en cambio, sí sabías hacer consuelos
Anti, decías, todo está bien
o decías no llores, Antoine,
pequeña francesa, pequeñita,
tengo un corazón inútil
yo debí quererte, y ahora no sé
ni siquiera tu apellido.

Siento tu imagen como un rayo
que me parte el tórax
cuando comienzan a lloverme
los recuerdos.
Y siento cómo me has de estar olvidando
en un columpio, en una risa
quizá en el cine
y siento toda mi insignificancia
y me duele la palabra “niña”
y me duele la palabra “vida”.

Eras toda calidez
yo era un cálculo maldito.

Impotencia

Se lee poesía porque uno no puede con la rabia
quiero decir, yo no puedo
ni con mi rabia ni con mi ternura
no puedo con el impulso
de tocar la cabeza de un niño
de acariciarme la mano rozando la inocencia
la ilusa inocencia que no existe
más que en sueños platónicos
y en sueños revolucionarios y en sueños
tontos de mis insomnios.

Quiero decir, leo poesía porque no puedo escribirla
porque me enloquezco de impotencia
me enloquezco de silencio
del silencio jadeante, deslucido,
de ojos en la oscuridad abiertos
henchido silencio de eufonías
que motiva un grito a medianoche
me motiva a mí y a nadie más
en el mar de las deshoras
soy una isla en espera
de una frase calmante.

Leo como un náufrago que desea ser rescatado
como un suicida que se hunde tranquilamente

no soy más que un lector
un ciego, un desvelado
por más que cierro los ojos
sigo mal mirando recuerdos
y por más que los abro
sigo sin ver nada claro

lleno de rabia contra un cuerpo de sombra
contra la carne y los huesos del inasible
tiempo que hacia la nada se evapora
lleno de rabia contra mi ternura reprimida

solo, algo triste, detenido en la vigilia,
muy solo, por de más está decirlo
leo poesía porque no puedo
confesarme lo que siento, lo tanto que siento
a veces lo bien, lo increíblemente bien que me siento

reclino la cabeza en un poema
porque no puedo descansar
cierro los ojos de nuevo
y acomodo el cuerpo al cansancio
trato de cobijarme con versos,
trato de estar dormido, leo
…la madrugada de brazos fríos
el delgado aliento del alba…

Quiero estallar mi ternura
zarandear de cariño al silencio
que amuralló mis palabras
que tantos años me ha embozado
y me impide ser franco y fácil
sin contraseñas ni resguardos

quiero dar puñetazos de cursilería
destrozarme en el pecho muros
dar abrazos como miradas
abrazar este instante,
esta fugacidad, este
día ordinario
que se me abran los brazos
de la vida y de los mundos
de los que duermen apacibles

Quiero dejar de leer y escribir, escribirme
contarme que aún mis latidos laten
y que son capaces de acelerarse
por unos labios
porque las sombras se encarnen
cálidamente junto a mi cuerpo
a pedirme: ya no leas, ya no escribas
si el aire tuviera voz femenil
y la escritura placenteras humedades
y la lectura ojos sonrientes
que me apresaran entero…

Pero cierro los oídos y los libros
no quiero oír ya nada
no quiero huir ya nada
apago la oscuridad de mis pensamientos
empiezo a sentir la tímida ola de la calma
la callada cadencia del silencio
tal vez muero
o sueño, duermo
o germino.