En la historia del pensamiento político, podemos apreciar un momento fundacional en la Revolución Francesa, en ese momento Izquierda y Derecha se fundan como una aparente disputa entre monarquía y república; la disputa fue más profunda, se trataba de la disputa por el mito rector: el mito del derecho divino contra el mito del progreso.
La izquierda entiende la historia a través del mito del progreso, en este sentido, el progresismo es una deriva lógica de la izquierda.
¿Qué implicaciones tiene el progreso?
El progreso da pie a la divinización de la sociedad.
El progreso nos dice que las utopías sí son posibles.
El progreso es incompatible con el cristianismo, ya que nos promete el cielo en la tierra y no en el cielo.
El progreso también tiene un problema con la pluralidad: no hay múltiples progresos, sino uno solo, lo cual conduce a una sociedad cerrada, a la imposición de la corrección política, dado que hay una sola forma de progresar.
Un multiprogresismo sería, en realidad, la negación del progreso de una sola vía. Si existen diversas formas de progresar, necesariamente, aumenta la incertidumbre: no hay forma de saber si algo es progreso o no, ante tal incertidumbre, una postura favorable a los cambios, no sería propiamente progresista sino novedadismo, es decir, una doctrina que apoya cualquier novedad, sin valorar sus cualidades, sino exclusivamente por ser novedosa.
Doctrinas progresistas, entre otras, son: el jacobinismo, el marxismo, el positivismo y el objetivismo.
La derecha no es progresista. Puede promover y aprobar modernizaciones, pero si traspasara la línea de afirmar que modernizar es equiparable a progresar, entonces, dejaría de ser derecha.
¿Qué opone la derecha al mito izquierdista del progreso?
- La doctrina de la anaciclosis, el auge y la decadencia de los regímenes.
- La doctrina cristiana del juicio final
- La radical ignorancia que nos impide saber si hay progreso o decadencia o cualquier otra tendencia.
En el primer caso, tenemos evidencia empírica de cómo han caído repúblicas, imperios y naciones. También podemos saber cómo se han levantado de las ruinas algunas sociedades juiciosas y esforzadas. La teoría de las generaciones de Ortega y Gasset abona a la comprensión de la anaciclosis: hay generaciones que construyen, otras que reafirman, algunas que critican y otras más que destruyen. Lo cual viene a decir que no hay progreso, porque lo que en un tiempo se considere bueno, puede ser criticado y destruido en el futuro, pero ningún tiempo presente es el último. Una derecha que afirmara que ha llegado el fin de la historia sería una derecha enceguecida por el presente, que se estaría negando a sí misma. La derecha auténtica no puede concebir un final para los avatares del ciclo político.
En el caso del juicio final se trata de una creencia, evidentemente, extrapolítica. Pero a nivel político significa que en cualquier tiempo se comenten errores y se llevan a cabo aciertos, por lo cual el progreso no es absoluto, ni siquiera claro, es sólo la proximidad con el fin de los tiempos, es como llamar progreso a la propagación de un virus en el cuerpo, es progreso despojado de su connotación alentadora, un progreso sin optimismo.
El tercer punto, la radical ignorancia consiste en cobrar conciencia del mundo de cosas desconocidas que ni siquiera sabemos que no sabemos. Ante esa perspectiva de la imposibilidad de conocer los fenómenos de la existencia, el progreso que conciben sus más entusiastas defensores es una fatal arrogancia. No podemos llamar progreso a fenómenos que quizá estén causando estragos. El uso de combustibles fósiles y la destrucción de la capa de ozono es un ejemplo paradigmático. La Conquista de América que tuvo por consecuencia la propagación de la viruela es otro ejemplo. Aunque haya aspectos buenos en cierto cambio, no sabemos si la contracara del mismo podría ser dañina.
En síntesis, la izquierda manifiesta su fe en el progreso, la derecha su escepticismo.