El pasado sábado 11 de agosto, Heriberto Yépez publicó en su notable
Archivo hache de
Laberinto (el
Babelia mexicano) una crítica de las
Olimpiadas. Creo que vale la pena comentarlo.
A mí me gusta el estilo de Yépez, pero siento que le ocurre lo que a otros escritores con talento para la diatriba: su calidad estilística queda al servicio de ideas lisiadas. Las afirmaciones tajantes casi siempre conducen al absurdo. Los escritores que no le temen al absurdo y que lo enuncian con maestría son recordados y valorados por ello: por su pose, por sus desplantes estilísticos, sin embargo, sus ideas se hacen a un lado, no se les toma en serio.
Yo no quiero hacer eso, sino lo contrario, rebatir esas ideas con la seriedad que siempre me caracteriza.
Dice Yépez: las culturas más autoritarias son las que más brillan en los cuadros de medallas. Está claro que lo dice por China, que por primera vez quedará en primer lugar del medallero. Pero ni siquiera China funciona de ejemplo para la aseveración porque si bien es un país que vive bajo un régimen dictatorial, años antes, allí la falta de libertades eran aún más dolosa. No quiero decir que ahora no lo sea. Lo que digo es que aún teniendo un gobierno autoritario (yo prefiero hablar de gobierno en vez de cultura ya que no sé si existan culturas autoritarias) su deporte no alcanzó el grado de eficiencia que posee en la actualidad. La mejoría se debe a óptimas condiciones económicas.
Tampoco podemos decir que Estados Unidos haya sido el país más autoritario del mundo durante los últimos veinticinco años. No voy a defender el sistema democrático de los gringos, no soy Tom Wolf ni ningún proyanqui comemierda, pero no. Evidentemente no. Su éxito se debe a factores económicos y organizativos. Por supuesto que hay un fondo autoritario en cualquier eficiente organización. Mas, como existen personas convencidas por su propia imbecilidad de que vale la pena entrenar años y años para alcanzar quince minutos de fama, se debe comprender que esas personas escogen libremente para su realización personal el deporte.
Dice Yépez: “Hay una relación directa entre frustración (el subrayado es suyo y lo puso nomás para joder) y afición por los deportes ajenos.” Quién sabe qué considere Yépez un deporte ajeno. ¿Será un nacionalista deportivo? Después redactó algo que me dolió en el alma y fue un golpe del cual todavía no me repongo y no sé cuántos años viva sumido en la depresión por la siguiente frasecita: “Entre menos realizada esté una persona o una nación, más le gustará ver futbol.”
Yo soy enfático defensor de la condición artística del futbol. No me explico cómo puede considerarse arte la mariconería del ballet y no al futbol. No sé si a Yépez le guste esa mariconería o alguna otra. No estoy enterado de cuál sea la mariconería de su preferencia.
Cito al gran jerezano acerca de Cuauhtémoc: escúchame loarte / único héroe a la altura del arte. Versos que no deben leerse como crítica a los héroes revolucionarios y decimonónicos, ni como un malhadado intento de mitificar la herencia prehispánica ni, mucho menos, como encomio al máximo derrotado, para nada. Deben leerse como lo que son: una apología que en realidad es profecía sobre el advenimiento de Cuauhtémoc Blanco.
¡A güevo, putos!
En la medida que el futbol es un espectáculo placentero no creo que pueda condenársele. Tampoco me parece justo denostar al futbol por el efecto que causa en algunos aficionados.
Además de Yépez, recuerdo a otro par de intelectuales (o aproximados a intelectuales) a quienes les disgusta el futbol: Tomás Mojarro y Carlos Monsiváis. Al primero le molesta porque vive enajenado en los dogmas marxistas. Sí, señores, el marxismo causa enajenación y fetichismo. Se sabe de marxistas que en la cabecera de su cama cuelgan al Che, se persignan trazando la hoz y el martillo sobre cara y pecho y con un dildo, también en forma de martillo y hoz, se entregan a malos tactos. Está documentado. Que se muera Fidel si miento.
Entonces, como los enajenados marxistas quieren que el hombre sea un animal de pura praxis, una especie de burro ideologizado, no aceptan que uno elija ver en lugar de hacer. No aceptan el entretenimiento. Si yo nunca voy a jugar tan bien como Messi ¿por qué no quedarme dos horas en casa viéndolo? Cuando apague la televisión sabré que debo pagar la luz, la renta y salir a trabajar. La diferencia es que estaré más relajado. Por supuesto que hay quienes sufren con el futbol y que es difícil no enojarse de vez en cuando. Hasta en esos casos veo con agrado que las frustraciones tengan un canal de salida mediante el futbol.
Y la crítica de Monsi me suena a pura mamonería. Como le gusta la pose de diva intelectual, no quiere que lo confundan con el populacho futbolero. Quizás si le gustara el futbol no estaría atrapado en el conflicto de ser al mismo tiempo izquierdoso y clasista, conflicto por el cual sus análisis tienden a la superficialidad y no al rigor crítico, que sólo puede alcanzar el intelectual congruente. Pero tal vez exagero y en verdad sólo sea cuestión de gustos. Así como yo no puedo disfrutar de la poesía de un montón de mediocres decimonónicos adorados por Monsi, él no sabe disfrutar de la estética (y la ética) del futbol.
Por último, habrá que señalar que entre los aficionados al futbol hay una gama extensísima de personalidades, con diferentes grados de realización personal. No todos vemos el futbol por la misma causa ni reaccionamos con la misma intensidad.
Me he desviado del tema. Yépez criticó las Olimpiadas, creo yo, porque desprecia al autoritarismo. Respeto su crítica, pero no creo que sean estos juegos tan oprobiosos como dice y de plano en el párrafo que no dio una, por dárselas de gurú y consejero diplomático, fue el siguiente:
Al propio Dalai Lama le faltan cojones. Confunde la compasión con la condescendencia. Le sucede lo que a Juan Pablo II: mediante el carisma de turista espiritual, oculta que no ha querido renovar de fondo su religión conservadora. Y su declaración de que espera que las olimpíadas sirvan para la paz mundial es digna de una concursante a Miss Idaho, no del líder oficial de la filosofía asiática. El budismo reducido a wishful thinking.
Dice cojones porque así es como decimos los mexicanos a lo que los españoles llaman huevos. No sé si Yépez crea que la obligación de un líder espiritual sea renovar su religión, pero eso de los cambios me parece más propio de los herejes que de los religiosos.
Tal vez tenga razón en que la declaración del Dalai parece de señorita Idaho, ahí sí me hizo reír para que vean. ¿Pero cómo se le ocurrió escribir “líder oficial de la filosofía asiática”? En esas seis palabras hay, mínimo, siete pendejadas.
¿Filosofía asiática, qué es eso? Casi, casi escribe: líder de la filosofía de ojos rasgados. Está claro que entre más ignorantes somos, los chinos más se parecen. Y a medida que uno pierde ignorancia, comienza a ver diferencias entre unos y otros. El Dalai Lama no es un líder filosófico, sino espiritual, y no todos los asiáticos son budistas ni para todos los budistas el Dalai Lama es el máximo representante. Sólo para una ramita del árbol budista. Y yo no sé si él confunda compasión con condescendencia, son dos conceptos ambiguos. Lo que me parece incontestable es que si los tibetanos eligen una actitud combativa, podría haber ríos de sangre. Y quisiera que nadie quisiera eso.