Enrique entró en su casa sin ganas de saludar a Marcela, su mujer; tenía la garganta más lastimada que de costumbre. Para hacerse notar tosió dos de veces. Fue hacia su cama, arrinconó un bulto de ropa antes de lanzarse sobre el colchón.
¿Cómo te fue hoy? Le preguntó su esposa, desde la cocina. El hombre hizo un gesto de molestia y se tocó la garganta. Al alzarse un poco, vio que se le acercaba. ¿Te fue bien? Insistió. Estoy harto de hablar, me duele la garganta, ¿no ves? Dijo.
Subió un pie al borde de la cama para desatarse las agujetas. Ella regresó a la cocina. Los vapores de la sopa se difundían por la vivienda. Enrique, ya hambriento, botó sus zapatos y fue descalzo hacia el fregadero para servirse un vaso de agua. Entretanto, su mujer llevaba dos platos a la mesa.
Ayer llegaste tan cansado que ni te conté lo bien que me fue en el trabajo, espero que hoy esté igual. ¿Por qué nunca me preguntas cómo me va? El hombre soltó la cucharada de sopa, afiló su mirada contra ella. La estaba imaginando en la cama con otro hombre.
¡Yo no quiero saber nada de tu pinche trabajo! Gritó afónicamente. Marcela dirigió la vista, por inercia, hacia la cuna donde dormía su hijo, que se movió un poco, pero sin despertar. Los esposos continuaron la comida en silencio. Cuando Enrique había inclinado su plato y lo raspaba en busca de más caldo, ella se lo retiró. Desde la cocina quiso iniciar otra plática.
Hoy casi se suelta a caminar el bebé.
Ah. ¿Por qué no pones música, aunque sea bajito? La mujer fue a examinar la pequeña pila de discos que tenían y escogió uno de boleros. Comenzó No me platiques más. Ella aminoró el volumen.
Una vez terminada la comida, Él fue a la cama. Marcela lo siguió y puso su cabeza sobre el pecho del hombre, luego miró al Cristo de la cabecera.
Quisiera que ya no chambearas. De verdad yo preferiría morirme de hambre a verte trabajar. Me aguanto sólo porque necesitamos sacar adelante al niño, si no...
Ya no digas nada. Te digo que va a mejorar la situación, ya no pienses cosas.
Cerraron los ojos. Acabaron las canciones. Con el silencio, Marcela se desprendió de los brazos de Enrique. Ya era hora de marcharse. Muy maquillada, con una minifalda y cargando un bolso salió a la calle.
¿Cómo te fue hoy? Le preguntó su esposa, desde la cocina. El hombre hizo un gesto de molestia y se tocó la garganta. Al alzarse un poco, vio que se le acercaba. ¿Te fue bien? Insistió. Estoy harto de hablar, me duele la garganta, ¿no ves? Dijo.
Subió un pie al borde de la cama para desatarse las agujetas. Ella regresó a la cocina. Los vapores de la sopa se difundían por la vivienda. Enrique, ya hambriento, botó sus zapatos y fue descalzo hacia el fregadero para servirse un vaso de agua. Entretanto, su mujer llevaba dos platos a la mesa.
Ayer llegaste tan cansado que ni te conté lo bien que me fue en el trabajo, espero que hoy esté igual. ¿Por qué nunca me preguntas cómo me va? El hombre soltó la cucharada de sopa, afiló su mirada contra ella. La estaba imaginando en la cama con otro hombre.
¡Yo no quiero saber nada de tu pinche trabajo! Gritó afónicamente. Marcela dirigió la vista, por inercia, hacia la cuna donde dormía su hijo, que se movió un poco, pero sin despertar. Los esposos continuaron la comida en silencio. Cuando Enrique había inclinado su plato y lo raspaba en busca de más caldo, ella se lo retiró. Desde la cocina quiso iniciar otra plática.
Hoy casi se suelta a caminar el bebé.
Ah. ¿Por qué no pones música, aunque sea bajito? La mujer fue a examinar la pequeña pila de discos que tenían y escogió uno de boleros. Comenzó No me platiques más. Ella aminoró el volumen.
Una vez terminada la comida, Él fue a la cama. Marcela lo siguió y puso su cabeza sobre el pecho del hombre, luego miró al Cristo de la cabecera.
Quisiera que ya no chambearas. De verdad yo preferiría morirme de hambre a verte trabajar. Me aguanto sólo porque necesitamos sacar adelante al niño, si no...
Ya no digas nada. Te digo que va a mejorar la situación, ya no pienses cosas.
Cerraron los ojos. Acabaron las canciones. Con el silencio, Marcela se desprendió de los brazos de Enrique. Ya era hora de marcharse. Muy maquillada, con una minifalda y cargando un bolso salió a la calle.
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