24 jul 2007

Consolación

Cuando comenzó el viernes, apenas hace tres días, aunque los pienso lejanos, estaba viendo una película en la casa de una amiga, a una cuadra de mi casa. Volví con la calle fría y negra. Las luces del Barba Azul, una tienda abierta, un teporocho pidiendo para una cañita.
Mi padre se quejaba. Aún.
Yo no podía dormir. Pensaba. Quería oír música, quería escribir. Estuve un rato en la intemperie recordando, planeando. Encendí la computadora y empecé a lanzar las primeras palabras. Una carta. Corrieron los minutos a ritmo de segundos. Leí viejos textos. Las luces donde dormían mis padres se prendieron, se apagaron.
Sorpresivamente, porque también el amanecer es una sorpresa, amaneció. Creí que sería bueno dormir un rato. Un poco después mi madre me despertó, llorando, quiso abrazarme y me pidió llamar un médico.
MADRE: Márcale, dile que venga, que tu papá está muy grave. Voy a la farmacia.
Ella mentía. Yo ya no pude ver a mi padre ese viernes. Vi un cuerpo sin vida. Decir esto parece fácil, pero nunca había visto algo semejante. No había ser humano en ese cuerpo que yo vi, no había espíritu ya. En vano acerqué el oído a su corazón buscando el respirar de su alma. En vano aproximé el espejo a su rostro pretendiendo ver el reflejo de su espíritu. No había nada.
No sabía qué hacer con esa piel fría y ajada, con esos huesos ya para siempre inmóviles. Tendí mi cama. Me lavé tres veces los dientes. Di varias vueltas. Mi madre volvió, contenía su llanto y derramó una cucharada de suero en esa boca inerte. Ya está muerto, le dije. Eso temo, dijo ella. Abrázalo y despídete, dijo, pero yo lo busqué en el aire y no lo vi, lo busqué también en el techo y tampoco lo hallé. Ya no estaba. Ya no podía abrazarlo.
Fue el comienzo de un día largo.
Hubo funeraria, hubo llamadas, hubo carroza y lágrimas, y pésames e incredulidades. No hubo desayuno, no hubo baño, no hubo buenos días, tampoco música, tampoco risas ni minutos tranquilos.
En la capilla donde fue el cuerpo velado, aparecieron personas que yo desconocía. Me fue molesto. Sus intentos de consolarme y de manifestar condolencias, me confirmaban que estaba, incluso, más solo que antes. Tampoco entendía porqué debía guardar un ritual en el que de ningún modo creo. Y me parecía muy significativo que mi padre estuvo muriendo mientras yo escribía. Se me ocurrió un título para un ensayo: “La evasión de la literatura”, en él explicaría cómo la aparente evasión, en realidad, era vigilia, es decir, un estar despierto.
En ese momento, se marcharon todos los extraños y todos los vagamente rostros familiares, y quedé solo ante el cadáver. Yo no sabía qué hacer, me temblaban las piernas, no sabía cuánto más podía estar de pie. En eso, comenzaron amigos a consolarme.

SÉNECA: Antonio, lex est, non poena, perescere.

ANTONIO: En español, Lucio, no estoy para latines ahorita.

SÉNECA: Español latín es. Lex-ley, est-es, non-no, poena-pena, perescere-perecer.

ANTONIO: Cierto, gracias por hacer guardia conmigo.

MANRIQUE: Recuerde el alma dormida, avive el seso e despierte.

ANTONIO: ¿Ves, Séneca?, ésta sí es mi lengua. ¿Yo tenía el alma dormida? ¿Por qué yo no recordaba que mi padre iba a morir? Uno debe recordar la muerte, la ajena y la propia. Pero no recuerdo bien. (Para sí mismo) ¿Qué día era en el que me voy a morir?

VALLEJO: Yo moriré en París con aguacero, un día del cual tengo ya el recuerdo.

ANTONIO: Por supuesto, para recordar el futuro basta con ser un poco sensatos. Volver a ser cuerdos, eso es recordar. Y debemos recordar las cuerdas, los acordes y las cordialidades del corazón. ¿Verdad, Jorge?

MANRIQUE: Si juzgamos sabiamente, daremos lo non venido por pasado.

ANTONIO: Ya estamos cuatro haciendo guardia, ya está mejor, se me siguen cansando las piernas sin embargo.

SABINES: (Enojado) ¿Para esto vivir? ¿para sentir prestados los brazos y las piernas y la cara, arrendados al hoyo, entretenidos los jugos en la cáscara?

ANTONIO: Pues sí, somos seres para la muerte. No seas malo, Jaime, tráeme un café y no digas más.

BÉCQUER: ¿Vuelve el polvo al polvo? ¿Vuela el alma al cielo? ¿Todo es vil materia, podredumbre y cieno? (Se persigna y llora)

ANTONIO: La materia no es vil, Gustavo, ándale, quédate en mi lugar mientras descanso un poco.

NETZAHUALCÓYOTL: ¿Dónde está el camino hacia el reino de los muertos, al lugar donde todos bajan, a la región del olvido? ¡Nadie está aquí: me han dejado huérfano!

ANTONIO: No es necesario buscar ese camino. Los muertos están aquí con nosotros. Mira, él te lo puede explicar, yo saldré a caminar un rato.

COMTE: (Adoctrinador) La humanidad se compone más de muertos que de vivos…

MIGUEL HERNÁNDEZ: Tu padre volverá por los altos andamios de las flores.

ANTONIO: Gracias, ¿me acompañas a estirar las piernas? (Ambos avanzan)

GABRIEL CELAYA: En la primavera los muertos suben a las rosas.

FADANELLI: Ojalá pudiéramos comprender que la muerte no es una desgracia.

ANTONIO: No estoy seguro de eso último. Depende de qué muerte, ¿no?

SÓCRATES: El virtuoso no puede temer la muerte.

ANTONIO: Es que sólo podemos pensar la muerte como desgracia, comprendiendo, recordando, que la vida es buena. Como la vida es buena, no es bueno morir, pero como la vida es buena, no es bueno lamentarse por la muerte, porque la muerte y la vida son la misma mujer. Mírenla, hermosa, sin piedad, imponente. Yo no puedo dejar de mirar sus curvas, sus risas bobas y sus ojos dolientes. Me gusta la vida.

MÚSICA DE SCHUBERT: A mí también. Qué bella mirada de llanto tiene la vida.

MÚSICA DE MOZART: Ella es un manantial de milagros, es bebible como el gozo.

MÚSICA DE BEETHOVEN: Hay que estar de pie con ella, someterla a cariños, conquistarla.

ANTONIO: Vamos a volver, a despedir esta caja de muerto, vamos a enterrarla, vamos a ser humanos, vamos a decir unas palabras, vamos, si somos fuertes, a recordar nuestra muerte.

CAJA DE MUERTO: Yo no estoy triste. Mi espíritu está construido para cobijar a un cuerpo, para presentarlo con la tierra y para que la tierra lentamente lo conquiste, lo abrace y lo lleve a embellecer un verde cementerio.

CUATRO CIRIOS: Nosotros no estamos tristes. Estamos para la firme luz, para el firme desplome de nuestra existencia. Ya casi nos acabamos y seguiremos firmes, para eso nacimos.

ANTONIO: Yo sí estoy triste. Pero la tristeza no es mala. Mi padre era un lector. Yo lo vi leer tantas veces al pie del ocaso. Yo lo oí recitar a López Velarde. Y yo leí por él, leí que tengo hermanos en todas las centurias. Leí no sólo quejas, no sólo furias, leí consuelos.

TORQUEMADA: Para la fugacidad de la vida, la historia es un consuelo.

ANTONIO: Y lo es más la literatura. Aunque aquí llore Jaime y mande a la chingada las lágrimas, y Gustavo Adolfo palidezca, y el pobre de César lleve horas sin comer, aquí velando, me acompañan, me consuelan. Y mi padre no del todo está allí, bajo la tierra, enamorándose del polvo. Está en mis entrañas, en mi sangre, en mi risa, en mi miopía. ¿Cómo voy a sentir la orfandad si está conmigo? ¿Cómo si me enseñó a tener cientos de hermanos? Y aquí están, unos son tristes, sí, porque duelen los decesos, como a veces duele una sinfonía, mas la música es buena, es bueno que exista. La muerte no es una desgracia. Ella sirve para recordarnos lo venturoso de estar vivos.

MANRIQUE: Nos dexó harto consuelo su memoria.

En el nombre del humanismo, de la literatura y del teatralismo, Amén.

1 comentario:

Lata dijo...

Precioso...
:)
Yo lo quiero publicar.