Llegó a mis manos Política (Manual del usuario), una compilación de Eduardo Olivares que me hizo imaginar una fiesta de políticos y politólogos de todas las ideologías posibles; imaginé que si tal fiesta pudiera existir habría al menos un asesinato.
Me figuro a los políticos incapaces de llegar a un mínimo acuerdo, por ejemplo, el de cooperarse con equidad para ir a comprar cervezas. Platón empezaría a preguntarse si el que bebe poco debe sufragar la misma cantidad que un gran borracho. Proudhon diría que a él nadie le dice cuánto desembolsar, quizás gritaría que están atentando contra la libertad, que son unos tiranos; al oírlo, Marat pediría que lo expulsaran junto con todos los anarquistas, que sin ellos la reunión será mejor. Lenin, en secreto, ya hubiera organizado la exclusión de Proudhon. Stalin y Napoleón estarían pidiendo dinero cada uno por su cuenta. Gandhi se echaría en el piso para anunciar que no beberá. Jefferson y Roosvelt pasarían para que todos firmaran una hojita en la cual se consignaba el compromiso de realizar la elección de una comitiva que pudiera debatir el procedimiento para elegir el número preciso de cervezas a comprar y el monto que cada individuo está obligado a costear. Mientras unos se asociarían con perfidia a otros, más de alguno se mantendría apartado, ora apático, ora amargado, colérico por la inmoralidad, o resignado ante el desorden de las ideas humanas.
Total que las cervezas jamás llegarían.
En Política (Manual del usuario), hice conciencia de la faena utópica que ejerce el político, me refiero a la intención de bien comunicarse con el prójimo, que para unos debe ser siervo, para otros simple subordinado, o un semejante lleno de indolencia para los más progresistas. El Ethos del político, a qué dudarlo, es una búsqueda por sobresalir, por diferenciarse de la masa y, luego de ello, por establecer un orden adecuado para conservar su estatus de superioridad. A esto se le conoce, entre otras formas, como orden y progreso.
Ni los anarquistas difieren en esa característica ególatra del político. Pero siquiera los anarquistas me hacen reír con gusto y sin amargura, tal como a veces río cuando un criminal defiende al pueblo. ¿Quién diablos es el pueblo? Para mí ya es automático asociar los encomios al pueblo con las mayores atrocidades. Sabines tiene unos buenos versos acerca de esto, sin embargo, entre los más nefastos poemas del chiapaneco están sus loas a la revolución cubana. Escribió como una quinceañera enamorada de Fidel. ¿Luego de esos ripios qué autoridad poética tenía para criticar a la poesía política latinoamericana? Por otra parte, es verdad que era insufrible aquella retórica revolucionaria y es cierto en verdad que las únicas armas cargadas de futuro son las tarjetas de crédito.
Lo que ha hecho Eduardo Olivares en este libro, con su Política, me parece, ha sido extraer un néctar del ruido de las ideologías. Ha compilado una cantidad extraordinaria de sentencias que mezclan la alta y baja cultura. Así encontramos filósofos de la antigüedad, a clásicos de la filosofía política y a pensadores contemporáneos, pero también poetas, músicos, cineastas, dramaturgos e intelectuales que yacen fuera del canon como Emma Goldman, Jaucourt, Cándido Nocedal, y también personajes geniales como Nikito Nipongo, El Turista de la Corrupción y un tal Anónimo, que en ocasiones es verdaderamente genial.
Por ello, me pareció que Política es una invitación, o mejor, un reto, un modo de iniciar “el debate público y político que México debería tener”, como dice Alejandro Cienfuegos, porque ¿acaso uno debe quedarse callado luego de oír los disparates de los políticos? ¿Nos conviene enmudecer ante los sistemas de pensamiento rigurosamente dispuestos para encubrir sus contradicciones internas? ¿Ser indiferentes ante el pasmoso estruendo de la politiquería? No, si bien hace falta el silencio de la reflexión, también hace falta la cortesía de las primeras palabras para abrir un debate. Y el debate es a la democracia, si se me permite esta modesta analogía, como la cerveza es a una fiesta, entre más debates haya, mejor; y hasta que no se abra y se agote la última cerveza, la democracia no habrá terminado.
Me figuro a los políticos incapaces de llegar a un mínimo acuerdo, por ejemplo, el de cooperarse con equidad para ir a comprar cervezas. Platón empezaría a preguntarse si el que bebe poco debe sufragar la misma cantidad que un gran borracho. Proudhon diría que a él nadie le dice cuánto desembolsar, quizás gritaría que están atentando contra la libertad, que son unos tiranos; al oírlo, Marat pediría que lo expulsaran junto con todos los anarquistas, que sin ellos la reunión será mejor. Lenin, en secreto, ya hubiera organizado la exclusión de Proudhon. Stalin y Napoleón estarían pidiendo dinero cada uno por su cuenta. Gandhi se echaría en el piso para anunciar que no beberá. Jefferson y Roosvelt pasarían para que todos firmaran una hojita en la cual se consignaba el compromiso de realizar la elección de una comitiva que pudiera debatir el procedimiento para elegir el número preciso de cervezas a comprar y el monto que cada individuo está obligado a costear. Mientras unos se asociarían con perfidia a otros, más de alguno se mantendría apartado, ora apático, ora amargado, colérico por la inmoralidad, o resignado ante el desorden de las ideas humanas.
Total que las cervezas jamás llegarían.
En Política (Manual del usuario), hice conciencia de la faena utópica que ejerce el político, me refiero a la intención de bien comunicarse con el prójimo, que para unos debe ser siervo, para otros simple subordinado, o un semejante lleno de indolencia para los más progresistas. El Ethos del político, a qué dudarlo, es una búsqueda por sobresalir, por diferenciarse de la masa y, luego de ello, por establecer un orden adecuado para conservar su estatus de superioridad. A esto se le conoce, entre otras formas, como orden y progreso.
Ni los anarquistas difieren en esa característica ególatra del político. Pero siquiera los anarquistas me hacen reír con gusto y sin amargura, tal como a veces río cuando un criminal defiende al pueblo. ¿Quién diablos es el pueblo? Para mí ya es automático asociar los encomios al pueblo con las mayores atrocidades. Sabines tiene unos buenos versos acerca de esto, sin embargo, entre los más nefastos poemas del chiapaneco están sus loas a la revolución cubana. Escribió como una quinceañera enamorada de Fidel. ¿Luego de esos ripios qué autoridad poética tenía para criticar a la poesía política latinoamericana? Por otra parte, es verdad que era insufrible aquella retórica revolucionaria y es cierto en verdad que las únicas armas cargadas de futuro son las tarjetas de crédito.
Lo que ha hecho Eduardo Olivares en este libro, con su Política, me parece, ha sido extraer un néctar del ruido de las ideologías. Ha compilado una cantidad extraordinaria de sentencias que mezclan la alta y baja cultura. Así encontramos filósofos de la antigüedad, a clásicos de la filosofía política y a pensadores contemporáneos, pero también poetas, músicos, cineastas, dramaturgos e intelectuales que yacen fuera del canon como Emma Goldman, Jaucourt, Cándido Nocedal, y también personajes geniales como Nikito Nipongo, El Turista de la Corrupción y un tal Anónimo, que en ocasiones es verdaderamente genial.
Por ello, me pareció que Política es una invitación, o mejor, un reto, un modo de iniciar “el debate público y político que México debería tener”, como dice Alejandro Cienfuegos, porque ¿acaso uno debe quedarse callado luego de oír los disparates de los políticos? ¿Nos conviene enmudecer ante los sistemas de pensamiento rigurosamente dispuestos para encubrir sus contradicciones internas? ¿Ser indiferentes ante el pasmoso estruendo de la politiquería? No, si bien hace falta el silencio de la reflexión, también hace falta la cortesía de las primeras palabras para abrir un debate. Y el debate es a la democracia, si se me permite esta modesta analogía, como la cerveza es a una fiesta, entre más debates haya, mejor; y hasta que no se abra y se agote la última cerveza, la democracia no habrá terminado.
3 comentarios:
Muy enjundioso, aunque no comparto el "nihilismo esperanzado" del siempre urraquesco compilador de citas ilustres.
saluditos
Tus palabras, reflexivas pero con la chispa básica de un escritor sin miedo a la búsqueda eterna de la utópica y escurridiza 'verdad', aun en los entramados inciertos de la Política, me conmueven y me obligan a mejorar esta humilde compilación en cada sentido.
Saludos Antonio.
Eduardo Olivares
http://www.tiempodedemonios.blogspot.com/
edolivmo@gmail.com
La reseña del libro es una invitación a conocerlo sobre todo a un tema del que todos hablan y nadie conoce.
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