Todos los sábados estoy tentado a comprar El País. Sólo por Babelia. Pero gracias a internet siento que me ahorro diez pesos. Fuera de eso, por mí que todas las novedades del mundo se vayan por el caño.
Me pondré un poco pedante y filólogo, si no es lo mismo. Caño y canon provienen del latin canon. Y en inglés también hay una relación entre main[1] y mainstream. No sé por qué la gente no traduce mainstream por caño o canon. Pero eso no es relevante.
Lo relevante es que yo me ahorro diez pesos cada sábado, y quizá otros más, gracias a mi empeño en desinteresarme de las noticias. Mi televisión lleva varias semanas desconectada. La última vez que vi un noticiero de TV Azteca tuve el deseo de arrastrar ese demoniaco aparato un par de cuadras y arrojarlo al Viaducto para solazarme con todos sus cables y botones destripados. Sin embargo, pensé que aun así alguna persona se interesaría en informarme cómo van los vientos de la cosa pública.
Fadanelli, a quien terminaré odiando si no termino mi tesis en este mes, declaró a un periodista de Babelia que los políticos son como criados: “A ellos se les encargó el bien público, son empleados de nosotros pero nadie los ve como empleados, pero yo sí. Para mí son mis criados, ahora, ni modos, he encontrado criados estúpidos.”
Esos criados estúpidos no tienen el poder que la gente les atribuye. Hay demasiado primitivismo en eso de decir este puente lo hizo Fulano de Tal, la nueva línea del Metro es obra de Zutano y Perengano privatizó tal cosa. Mas el canon del periodismo marca que los políticos son importantes y que se debe hablar de sus frivolidades.
A mí me resulta difícil distinguir a un periodista de una vecina chismosa. Y si procuro aquilatar con sensatez las cosas, en realidad preferiría saber cuál de mis vecinas le es infiel a su esposo que averiguar quién será el próximo presidente de los Estados Unidos.
El mainstream es un caño de banalidades aceptado por las buenas conciencias. Yo prefiero mi mala conciencia ilustrada, es decir, mi cinismo. Ya ni siquiera suspiro por alcanzar ideales. Me parece absurdo reflexionar en una nueva política de seguridad pública. Me conformo con que se remedie el farol descompuesto de la esquina.
Y quienes habrán de reparar el alumbrado público van a ser trabajadores que no hacen ostentación de ninguna ideología. Ojalá los políticos y los “líderes de opinión” tuvieran la misma decencia. Pero no, sienten fascinación por los discursos de facunda nobleza. Ansían agrandar el caño de las buenas intenciones, ocultar mediante imágenes y palabras la mierda irremediable del mundo. Como si alguna vez pudiera advenir una sociedad perfecta. Como si los recursos limitados de la naturaleza alcanzaran para la felicidad de todos.
Debemos amar, se nos dice, amar la vida y amar la patria, amar la familia y amar a los insoportables niños, amar los valores todos del sacrosanto canon. ¿Y la mierda? La mierda que corre oculta por ese amoroso caño, ¿qué hacer con ella, hacer que no existe, amarla, negarla?
En mi opinión se ama el canon, porque se ama lo que éste oculta, se ama su poder, la capacidad que tiene el caño de esconder la podredumbre. Ama el canon quien no quiere ver la mierda.
Interesarse por los políticos, esos criados estúpidos, es un efecto de vivir fascinado con el poder. Esa fascinación, disfrazada de amor, reparte latigazos. El hombre-masa que rinde culto a los políticos tiene mucho de masoquista y acaso anhela él mismo convertirse en verdugo.
Por eso a mí los chismes políticos, los grandes hombres, las ocho columnas, sólo podrán importarme cuando se me acabe el papel higiénico. Por ahora, me interesan más los ayudantes de electricista que cambian lámparas en las calles.
[1] large pipe or line for the distribution of water
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