Diré lo evidente. Fumar es un vicio y un vicio es un deleite. Aquel que condena los vicios no sabe gozar la vida.
El día que murió mi padre yo vi con tristeza su cajetilla de cigarros. Mi padre no se interesó en acumular riquezas. Hubo un tiempo insensato en mi vida que yo lamenté eso. ¿Por qué no se hizo abogado si sabía tanto de leyes y de teoría del derecho? ¿Por qué tuvimos que vivir en míseras vecindades si él hubiera podido ganar más dinero como leguleyo? ¿Por qué se emborrachaba en las cantinas mientras su único hijo a los ocho años se angustiaba al notar que pasaban las horas y él no volvía del trabajo? ¿Y por qué allí en las cantinas mostraba una cartera gorda e invitaba tragos a los extraños?
No sé exactamente. Pero estoy seguro de que un buen borracho-fumador tiene que ser un buen humanista.
Procuraré no desviarme mucho. Comencé a fumar después de su muerte. Ésta es una mala época para empezar con el tabaco porque, como sabemos, los pinches sanos dominan el mundo. Pero sentía que no debía postergarlo. ¿Cómo iba a quedarme con la orfandad y encima sin vicios?
¿Alguien se puede imaginar a un tipo de 27 años empezando a fumar, sin saber bien cómo, tosiendo al principio, sin dar el golpe, con mentolados o buscando los cigarrillos más ligeros?
Todavía no fumo mucho, pero cada día me gusta más. En verdad disfruto marearme con la nicotina. O quién sabe qué cosa sea la que provoca ese leve mareo. También me gusta ver a las mujeres fumar. Cuando besé por vez primera a una mujer que fumaba, pensé que nunca más quería besar a una que no lo hiciera. ¡Qué gran mentira es ésa de que resulta desagradable el beso de una fumadora! ¡Todo lo contrario! Hoy, cada vez que fumo pienso en ella y ella además me enseñó su poética del tabaco…
¿Me he extraviado?
La ley ésta antitabaco a mi juicio demuestra una concepción errada de lo que significa la libertad, además de que el Estado pretende una vez más inmiscuirse en un ámbito que no le corresponde.
La libertad, hay que decirlo, no tiene por qué conducirnos a la perfección. Cómo si la perfección existiera. Ni es creíble que genere una sociedad armónica y risueña. No, la libertad es un desmadre, sin embargo, un bien en sí misma. Gracias al sentimiento de ser libre el ser humano potencia su desenvolvimiento espiritual, que se traduce en mejorías sociales. Por eso es importante que existan libertades políticas y civiles en una sociedad. La libertad ontológica por otra parte, a mí por lo menos, me vale madres.
Pero existe una concepción, desde mi punto de vista, muy retorcida de lo que es la libertad. Que asume que los hombres sólo son libres cuando realizan el bien. ¿Y qué coño es el Bien? No dicen, pero les gusta obligar a cumplir con ese bien absoluto que imaginan. Para ellos, los que conciben la libertad como un instrumento represor de la maldad, los fumadores son personas que han perdido su libertad por ser adictas. Es decir, no creen que fumen por elección o gusto, sino por error, por ignorancia y/o por inconciencia. Como si todos para ser libres tuviéramos que preocuparnos por los pinches sanos.
Esto último lo dije en broma. Está claro que no se le debe echar humo en la cara a un recién nacido ni se va a fumar una caja de puros delante de un asmático. ¡Pero carajo prohibir fumar en los bares!
Esta ley me parece antiliberal y yo últimamente ando coqueteando con el liberalismo. También se fuma por ideología. Lo he dicho antes, en el fondo de mi corazón habita un anarquista. Y él también fuma.
Ahora, no sé si esto es un ensayo; o una carta, Héctor; o un embate de grafomanía. Como sea, me aventaré un desliz poético…
Este fuego amargo
trabaja de metáfora
porque la vida es breve
y es áspera paladeable
y se consume y deja
un vahído intransferible
y sí
lastima este gozo vital
respirar ya es hacer daño
pero la salud no existe
en los seres que son para la muerte…
El otro día en la ventana, fumando, me acordé de la misantropía. Se me ocurrió que parte del placer de fumar radicaba en que cada cigarro es un diminuto grano de arena que contribuye a la destrucción del mundo. Acaso uno desea que el mundo se acabe para que el sufrimiento también lo haga. ¿Dónde está la misantropía, entonces? Yo qué sé. Pero ya se me antojó otro cigarro.
Por cierto, yo estoy seguro de que Dios fuma.
Sí, también marihuana…
1 comentario:
Yo fumo! Yo fumo!
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