16 mar 2008

Otros motivos de Caín

CAÍN: ¿Puedo pasar?

ANTONIO: Por supuesto. ¿Escribes?

CAÍN: No. Pero tengo una buena historia. ¿Te la cuento?

ANTONIO: ¿Por qué no?

CAÍN: La historia que voy a contar es la de un niño que estaba enamorado de su madre y de otro niño enamorado de su padre.

FREUD: Suena bien.

CAÍN: Estos niños eran buenos hermanos, ya sabes, en ocasiones se desgreñaban o se insultaban, pero diario se abrazaban, diario se miraban a los ojos, se lanzaban a un lago a bañarse juntos. Uno le contaba al otro lo que observaba en las flores y a su vez le oía noticias acerca de golondrinas.

ANTONIO: Órale.

CAÍN: Su padre, llamado Adán, teñido de morriña, miraba el horizonte. Les preguntaba si a ellos les gustaría acompañarlo en una larga caminata que durara la vida entera. Un viaje lleno de frutos y paisajes diferentes, sin más trabajo que el de cansarse los pies y a veces malcomer. Uno de los niños se entusiasmaba, se dejaba arrastrar por el sueño que aquellas palabras construían. El otro, en cambio, sólo decía: a mamá no le va a gustar.

VIENTO: Me quedaré quieto para escuchar atentamente.

CAÍN: La madre, llamada Eva, les pedía que conocieran el comportamiento de todos los seres, de los animales pacíficos y de los indómitos; les pedía no temerle a las reacciones del cielo ni al cambio de las estaciones. Aseguraba que en la quietud, mirando el mismo pedazo de tierra, era posible ver las modificaciones del mundo y era posible entenderse con ella, con la tierra, decía, nuestra madre.

ANTONIO: ¿Y tú le hacías caso, Caín?

CAÍN: No. Al principio lo intenté. Las ovejas, sin embargo, me desesperaban. Odio la docilidad. Detesto inspirar miedo. No me gusta aprovecharme de las bestias indefensas. Tampoco tengo corazón para matarlas. Sus ojos me desarman. Las quisiera libres, quisiera que pudieran correr cada una por su lado, que no se dejaran convencer tan fácilmente por lo que les ordena un pastor abusivo.

ANTONIO: ¿Abel era abusivo?

CAÍN: No. Era bueno, sólo que tenía un cerebro de oveja. Era miedoso, no le demostraba cariño a nuestro padre y, contrariamente, con mi madre mostraba excesivo apego.

ANTONIO: ¿Y ella con él?

CAÍN: También. Con Abel se entendía. Pienso que el afecto que le negaba a mi padre, lo expresaba con su hijo.

ANTONIO: Qué gacho.

CAÍN: Por eso lo maté. Pensé que todo podría recomponerse. Mi madre se reconciliaría afectivamente con mi padre, quizás partiríamos los tres por un camino repleto de parajes diversos y nuevas frutas.

ANTONIO: Ay, Caín…

CAÍN: Pero Dios, la sangre, el destierro. Y ahora estoy solo. Soy un errante, un criminal, no tengo perdón. ¿Contar esto sirve de algo? (Con ingenuidad y esperanza) ¿La literatura lava pecados?

ANTONIO: A la chingada los pecados, Caín. La literatura no sé si sirva para eso o para algo. El tiempo es irreparable. Pero ya te casarás con alguna. Ya tendrás hijos y los verás matarse entre sí, ya sufrirás. No hay felicidad, Caín. Siempre habrá ovejas dispuestas a la esclavitud. No hay libertad, Caín. Tu padre es el castrado que procreó gracias a Dios, ese otro gran castrado, que nunca más creará otro mundo. Se equivocó creando éste y vio que era bueno. Perdónalo por no ver.

CAÍN: Por no existir.

ANTONIO: Exactamente, perdónalo.

1 comentario:

Audiostranger dijo...

Este tipo de texto maravilloso hace que uno se sienta orgullosa de conocer al creador... jeje el creador de la teatralidad.