24 jul 2007

La ciudadanía desempleada

¿Por qué en México tenemos un presidente del empleo? Me lo pregunté mientras leía a una mujer preocupada por el desempleo en México, que es un poco mayor del tres por cierto. Según ella es muy alto. Ese porcentaje a mí me suena a un millón y medio de desempleados. Muchos, ciertamente, pero al cotejar estos números con los del resto del mundo resulta que estamos en uno de los países con menor índice de desempleo. Es decir, ¿por qué consideramos que éste es uno de los más graves problemas mexicanos cuando más de cien países tienen un mayor porcentaje de desempleados?
Asimismo, los escasos países que tienen una tasa de desempleo menor a la de México son más pobres y menos desarrollados. Ruanda cuenta con apenas el 0.6 % de desempleados y no por eso deja de ser un país paupérrimo. Alemania, en cambio, con una tasa de desempleo tres veces mayor a la de nuestro país es innegablemente una economía solidísima.
Ahora bien, no dejan de intrigarme las cifras mexicanas. Si tenemos una tasa tan baja de desempleo –porque sí es baja--, y además, dentro de esa tasa no se considera a los que se dedican al comercio informal o a los que cuentan con empleos por los que no se reciben prestaciones, tendríamos que en México no hay ningún desempleado. O sólo un puñado con vocación de vago que no mermaría los porcentajes macroeconómicos.
Aunque yo no tengo fe en estos datos, debo decir que, en efecto, yo no percibo que el desempleo sea un problema mexicano. Siento que cualquier individuo con mínima preparación podría conseguir un trabajo, al menos en la ciudad de México, el mismo día de comenzar a buscarlo. Por supuesto, la apabullante mayoría de los que encontrara serían mal pagados.
Los bajos salarios son un problema diferente al del desempleo. ¿Pero por qué tenemos un presidente que prometió empleos y no mejores salarios? Acaso la pregunta tendría que ser: ¿por qué tenemos presidentes que nos prometen maravillas si ni siquiera tendrán el poder de cumplirlas? La realidad es que nuestro, como chistosamente se dice, primer mandatario no tiene tantas atribuciones como creemos. No es suya la responsabilidad de los empleos ni la de la mejora de los salarios.
Sólo desde la demagogia se promueve el mito del líder salvador que redimirá a los pobres. Pero eso visto con un poco de racionalidad es imposible. La pobreza de nuestro país no es producto de la voluntad de unos malvados oligarcas como parecen creer y aseveran los enfermos de izquierdismo. No se puede aumentar el salario mínimo por decreto al doble o al triple. Y si se hiciera no sería necesariamente benéfico, puesto que seguramente causaría una impresionante inflación, cuyos efectos perjudicarían en mayor medida a la clase baja.
A los siete años me enfrasqué en un debate político con un primo mío un año menor. Discutíamos para ver quién de los dos convenía más para presidente de México. Ese día se había incrementado el precio de las tortillas y yo dije que si fuera presidente reduciría su precio a la mitad, mi primo adujo que él las pondría a la mitad de la mitad. Continuamos prometiendo cada vez más tonterías hasta llegar a absurdos como el de regalarlo todo. Y yo, que como todos los niños normales era ateo, no me di cuenta de que ni el omnipotente dios judeocristiano sería capaz de tanta dadivosidad.
Me río de la anécdota pero me preocupo al mismo tiempo viendo que hay gente adulta dispuesta a creer que el presidente sí tiene la capacidad de volverse benefactor de los pobres, bastaría con que fuera bueno y no el malévolo explotador que, según esto, suele ser. Y peor aún, hay políticos y columnistas dispuestos a propagar el mito de que, efectivamente, sí es suficiente la voluntad de un caudillo para que los pobres dejen de serlo.
Lamentablemente, la bondad de un mesías metido a candidato a un puesto público no alcanza para reducir la pobreza del país. En las elecciones jamás hay una disputa entre el bien y el mal, por más que los bandos en cuestión traten de hacerlo creer. Y en un gobierno republicano, federal y democrático es imposible la omnipotencia. Parece que estoy diciendo enormes tonterías por la obviedad que implican, pero basta revisar las promesas de campaña y basta ver el comportamiento de los fieles votantes para asustarse de esas masas entusiasmadas con su gallo, con el bueno, con el que los sacara de pobres. Mas, en ningún primero de diciembre ha de llegar Godot a México.
Escribo esto, contrario a lo que podría pensarse, impelido por el optimismo. Se ha ido lentamente construyendo en el nuestro un país democrático. Y si bien hay peligros, el mayor no está en nuestros políticos, sino en las masas antidemocráticas. Esto es redundante. El hombre-masa es esencialmente antidemocrático porque ni siquiera asume su individualidad, renuncia intelectualmente a su calidad de ciudadano al integrarse a una masa especializada en gritar consignas estúpidas.
No son empleos lo que más requiere México en estos años, sino que se llenen las millones de plazas vacías: se solicitan ciudadanos demócratas. No debemos dejar la política en manos de políticos exclusivamente. La ciudadanía no debe quedar desempleada. Debemos usar con provecho las libertades políticas que en México existen. Más ciudadanos, menos políticos, tal es la llave de la democracia.
¿Por qué un presidente del empleo si los ciudadanos no requerimos más empleos mal pagados? ¿Por qué un presidente del empleo si la ciudadanía al no asumir su rol se desemplea a sí misma? En la pregunta está la respuesta, me parece.

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