10 may 2016

Humildad ante todo

Publicado originalmente en sombradelaire.com.mx

Si en lugar de hacer un test de personalidad de esos que abundan en algunas páginas de internet y son amigos de la procastinación, me pusiera a pensar cuáles son mis defectos y mis virtudes, sin más auxilio que mi capacidad analítica y crítica, sinceramente, creo que me conocería mejor a mí mismo... Sin embargo, si me fijo, lo que acabo de afirmar se puede decir de otro modo: tengo más confianza en lo que yo pueda decirme acerca de mí mismo, que lo que cualquier otra persona pudiera decir sobre mí, ¿no podría acaso esto indicar que uno de mis defectos es la falta de modestia o humildad?

La humildad es una virtud asociada a las prédicas de Jesús de Nazareth, un hombre que para algunos fue el Mesías largamente esperado, para otros fue un profeta, pero con el tiempo en Roma y Europa y lo que llaman Occidente se tuvo por el hijo de Dios, y luego por Dios mismo. Así que, ¿no es absurdo pretender que Dios sea humilde? Se imaginan que dijera: sólo a veces soy omnipotente, no todo el tiempo, y bueno, sí tengo omnisciencia, pero poquita.

Por supuesto, que Jesús, en comparación con el airado Yaveh, es un pan de Dios. Puedo entender que Jesús sea humilde porque anduvo en la tierra, se juntó con pescadores y prostis y no le hacía el feo a nadie, salvo a los mercaderes, y tal vez porque andaba de malas ese día. La humildad en este caso me parece muy cercana a lo que llamaríamos buena onda, buena vibra, vivir alivianadamente. Esta virtud no la tengo.

Me gusta el Jesús que trata de mostrar Luis Buñuel en una película llamada “La vía láctea”, recomendable por otras muchas razones, en ella Jesús se ve como echando desmadre. Qué diferencia con el Jesús de los católicos: moralizante y sufridor. Si la humildad se asocia a la actitud de víctima permanente del destino, de compasión máxima por todos los pequeños gusanos que padecen algún dolor, etc. La verdad es que esa clase de humildad no me gusta ni la considero virtud y tampoco la tengo.

Supongo que la humildad se puede comprender en contraste con la soberbia, la petulancia, el orgullo, la mamonería; defectos o características mal vistas. Pero también hay que oponer la humildad a sus extremos patológicos: la baja autoestima, la timidez, la depresión, la inseguridad, etc. Al contrastar una y otra vez ejemplos de humildad, soberbia y baja autoestima, he llegado a la conclusión, en otras ocasiones, de que la mediocridad es mi ideal ético y, por otra parte, que no hay fronteras fijas entre los defectos y las virtudes, sino que las perspectivas de análisis inciden al interpretar hechos juzgándolos unas veces indignos, otras laudables. Esta vez, sin embargo, no quiero llegar a una conclusión, sino siendo un poco más humilde quiero sencillamente señalar unas erosiones en la piedra de toque que afila los prejuicios sobre la humildad.

Hoy un periodista deportivo podría preguntar ¿Jiménez, has tenido una actuación soberbia, hiciste un gol soberbio, cómo lo has conseguido? Y Jiménez responder: Con humildad, trabajando con mucha humildad. Esto quiere decir que nuestro español está jodido hasta el carajo, no que la humildad nos conduzca a las actuaciones soberbias. A pesar de eso hay que intentar que las palabras signifiquen alguna cosa comprensible. A mí no me interesa la semántica, sino la posibilidad de comprender y a la vez comprendido.

Estoy seguro de que más de una persona ha tenido la impresión de que soy mamón, es decir, una mezcla de presuntuoso, soberbio y elitista. También otras personas, que acaso me conocen un poco más, me consideran tímido, inseguro y humilde. Esto me deja creyendo o que soy un maldito Jekyll-Hyde o que la gente nada más habla por hablar.

La verdad es que antes de que me acostumbrara a leer y de esa manera aprendiera cosas diversas, yo ya confiaba en mi capacidad para responder las preguntas que me planteaba a mí mismo. En otras palabras, si se considera que la confianza en mis procesos mentales es falta de humildad, no me queda más remedio que aceptarme como una persona incapaz de ser humilde, pues la red de palabras que junta mi cerebro me parece de lo más natural, no creo poder desconfiar alguna vez de mi propia razón.

Siento que otras personas sí desconfían de su razón y prefieren hacerle caso a lo que dicen las estadísticas, las autoridades y las citas, las bibliografías gordas, los títulos y las vestimentas. A nada de eso yo le otorgo mucho valor. ¿Qué gano yo con lo que reflexionara Tomás de Aquino acerca de la humildad si él no conoció a quienes en lugar de juntar ideas sólo juntan citas para publicar artículos? La humildad predicada desde una religión puede ser una barrera de contención para el pensamiento crítico.

Ahora que la religión ya no domina el mundo, la humildad que proclaman los deportistas también podría ser susceptible de una crítica seria: ser humilde es interpretado como un estado de insatisfacción motivante, ser humilde es desear más y más logros sin festejar ninguno. Esta clase de humildad ha de estar impulsada por los capitalistas. ¿Cómo es posible que alguien crea que es humildad anhelar un campeonato tres años seguidos? O que ser humildes consiste en trabajar horas extra sin goce de sueldo y elogiar a los jefes para un día ascender un escalafón. Yo nunca tendré esa clase de humildad.


En general debe pensarse que quienes ejercen dominio sobre otros tratan de persuadir a los dominados para que asuman un comportamiento dócil, en no pocas ocasiones tal docilidad es elogiada y designada con distintos nombres, humildad es uno de esos nombres. Pero no me crean mucho, tengo escasos conocimientos de teología y psicología, carezco de formación filosófica y ni siquiera me he dedicado al autoexamen metódicamente, así que lo que he escrito es con llaneza mi humilde opinión.