29 abr 2010

Génesis

En un principio
revolvía el mar la vida
antes del hombre
el sol había besado
el vientre oscuro
de las aguas palpitantes
y antes del beso
pulsaba la muerte el agua.

Antes del tiempo
la sangre del mar espesa
se volvió tierra
cuerpo de soles heridos
cuerpo cantante
cuerpo de sombras heridas
cuerpo con aire
y con un alma latente.

¿Cuál es el misterio más embozado:
el mar, la tierra o el sol o los alientos?
¿cómo se afincó
esta primera nostalgia en los sueños?
¿y antes del primer antes
sólo hay nada?

Los soles y los vientos rompieron el mar
sangraron, desgajaron la tierra
que fue una hija violada
que abortó a la luna
y parió a los hombres
cuyo padre es una incógnita doliente

quizá es el mar
que expele a sus vástagos indignos
tal vez el sol
que castiga con ardeduras
acaso el viento
que es mitad furia y es mitad nada…

Un día a nadie dolerá
la herida del génesis
que hoy es una cueva de sordera
un muladar de miedo y de vilezas
donde se origina la escritura.

23 abr 2010

Rumi

No voy a escribir sobre el gran poeta persa, sino de una palabra que me resisto a pronunciar y soy incapaz de traducir, tampoco logro inventar una que se acomode a la realidad que vivo a diario. Hace poco dije un barbarismo cuando me preguntaron por ella, por la mujer y por la realidad que no sé describir: “es mi vecina de la siguiente puerta”, dije, lo cual no es una descripción adecuada ni creo que en español se entienda, pero parece que entendieron a la perfección mis interlocutoras o quién sabe qué diablos habrán entendido.

Por más que uno quiera huir de los barbarismos imperiales, es decir, de las gringadas, basta pasear un poco para toparse con éstas, y así nos hallamos ante una sarta de engendros de voces gringas, anglicismos llaman a estos vocablos bastardos. Algunas expresiones mestizas tienen encanto, otras son francamente grotescas. No quisiera extenderme en ejemplos porque ni soy lingüista ni me preocupa la salud del idioma, que posee mucho más vigor que yo. Lo que me inquieta es solamente cómo nombrar a mi vecina inmediata.

Podrán tacharme de pedante insufrible. ¿Por qué no digo roommate o roomie como cualquier hijo de vecino y me dejo de tonterías? Básicamente porque no se me da la gana. Ya tolero suficiente con decir chat en vez de mentidero, que es como más me gustaría decir; ya he sobrellevado con mucha paciencia el bye y el ok, el mainstream y el background, el fuck y el sorry. Así que ya estoy fastidiado de las injerencias gringas. A la chingada los anglicismos.

Además, hay otra razón, mi vecina contigua me ha hecho reflexionar en la novedad de vivir con alguien con quien no se tiene un vínculo amoroso. Esto de compartir departamento requiere una meditación seria y calmada, y no una tan apurada y guasona como las mías. Pienso esto porque la reciente costumbre de compartir departamento ha venido, en mi opinión, a señalar de manera discreta el derrumbe de la familia tradicional, esa institución base de la sociedad y, por ende, raíz de todo mal.

¿Por qué comparto baño y cocina con una extraña? En mis razones personales, creo, se encuentran las razones generacionales. Porque no tengo dinero y porque no resisto el maternalismo, esa pequeña dictadura. Pienso que el desarraigo que poseo con respecto a mi familia se explica por mi deseo de libertad, o sea, por el deseo de ser hombre sin las cadenas de alguna tradición. Ser hombre de un modo nuevo, no ser hijo de prejuicios, sino de mis actos y de mi conciencia. Por esas mismas razones, en mi opinión, la idea del desarraigo de la patria resulta estimulante.

¿Cómo se sentirá ser hombre sin necesidad de ser mexicano? Aunque sospecho que el desarraigo provoca lo contrario, induce la conciencia de ser circunstancia en todos los poros, de estar cincelado según la historia, la generación, la tierra. Este polvo que somos está lleno de raíces.

Salí de la casa de mi madre como quisiera salir de mi país y como saldría si pudiera de mi lengua española. Pero lo cierto es que no puedo. Mi desarraigo es de chocolate, un exilio de mentiritas. Y mi roommate me lo recuerda. Ella, que por muchos motivos puede tenerse por persona admirable, apela al arraigo con nuestra historia. Y esto lo dice con las palabras más sencillas. Parece confiar en las palabras campechanas. Su afabilidad es llaneza, por tanto, verdadera. En este país de formalismos, hay personas de cordialidad espontánea. En este país de valles ensimismados, de selvas impenetrables, hay también planicies francas, fáciles de caminar, sin misterios. Ella es así y la admiro porque jamás se mete en un problema sin necesidad. No agarra las palabras y las amontona y se sepulta bajo ellas, como yo hago. Nunca pensaría que pudiera ser un problema escoger un sustantivo para nombrar nuestra relación. Vivimos juntos y ya. ¿Cuál pinche problema?

Casi la puedo escuchar diciéndome: "¿eso qué? Ash, con esta gente que le gusta hacerse chaquetas mentales. Vamos a comer, mejor; ve por las tortillas; me quedó bien rica mi comida."

El mundo está demasiado lleno para hablar de él, escribió Rumi, pero mi habitación, cuando vivía solo, estaba demasiado vacía como para no proyectar muchas palabras que intentaran llenar esos huecos. Ahora que estoy, y sobre todo que me siento, acompañado, por mero pudor, debería escribir menos, especialmente, de temas como éste. ¿Cuál es el tema, por cierto? ¿Qué sucederá en el mundo si los jóvenes prefieren hacer amigos que familias? No, eso no era. ¿Qué pasará con el español invadido de anglicismos? No, eso tampoco. ¿Qué ocurrirá si nos olvidamos de nuestra historia, la historia que está en nuestras palabras cotidianas? No, menos. Pero algún tema habré tratado. Y mi conclusión es que es posible.
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Después de esto, mi rumi estirará los dedos como si con ello arrojara una bola enmarañada de palabras, diciendo así que prefiere cambiar de tema. Y yo solamente apachurraré el botón derecho del ratón sobre el vocablo rumi y lo agregaré al diccionario de Word.

20 abr 2010

Silenciarse

Ojalá tuviera una palabra
para recuperar la vida
o para consolar
o para algo
pero una palabra no sirve
para recuperar la vida
ni para consolar
ni para hacer poesía.

5 abr 2010

La cita

Tenía la esperanza de no escuchar un solo toquido en la puerta, y cuando escuché sus nudillos pegándole a la madera, aún quise imaginar que se trataría de la recamarera o de cualquier otra persona. Cuando vi por la mirilla el rostro de Silvia, fui incapaz de controlar temblores en mi cuerpo. Pensé que necesitaba domar mi nerviosismo antes de abrirle, de otro modo no lograría finalizar la cita que había planeado durante un mes.

Toqué la perilla sin girarla, temía que al encontrarme de frente con Silvia el silencio me ganara y, con ello, ella me avasallara con su voz, con reclamos e insultos y que se marcharía sin culpabilidad, dejándome frustrado, como un criminal que sin consumar su venganza fuera apresado. Por eso cerré los ojos, esperé a que mi respiración se normalizara. Luego le abrí.

--Ya sabía que habías sido tú. –Dijo sin sorpresa y con desgana.

--Traje una botella, vamos a brindar.

--No tengo ganas de tomar...

Tres semanas antes, había comenzado a escribirle correos electrónicos. Me había esforzado en parecer un experto sexual y, además, una persona discreta, cálida, comprensiva. Como conocía bien a Silvia, sabía qué clase de comentarios decir y cuáles evitar: nada de misoginia, cero política y deportes; en cambio, redactaba constantes comentarios alegres, sueños de viajes y mucho sobre música. De tal suerte conseguí relativamente rápido que confiara en mí.

La primera vez que platicamos por messenger tenía miedo de que me descubriera. A ella le había confesado secretos que a nadie más me hubiera atrevido a contar. ¿Cómo disfrazar mis palabras ante ella? No me pareció suficiente cambiar la letra y equivocarme a propósito en la ortografía, usé vocablos infrecuentes en mí e intente un tono expresivo muy distinto al que de común utilizo. Por el contrario, tuve menos reparos en enviarle una foto mía, a pesar de que ella me había visto todos los días durante el último año, supuse que si veía una imagen de mi desnudez, no me reconocería.

Por esas fechas, en la casa, Silvia y yo platicábamos muy poco. Algunas frases breves sobre la comida. Casi nada acerca de mi trabajo, ella no pronunciaba nada más que un “bien” si le preguntaba por su empleo. Sólo disfrazado de amante cibernético conseguí enterarme de algunos de los nuevos segmentos de su vida. Supe que todos los días meditaba en cómo separarse de mí, que a veces iba al cine sola, también supe que usaba otra lencería.

Ya habíamos terminado de facto nuestro concubinato, sólo deambulábamos bajo el mismo techo por desidia. ¿Cómo habíamos llegado hasta ahí? Sospecho que nuestro conflicto inició el día en que ella me platicó de sus primeras relaciones sexuales. La timidez con la que las narraba, me pareció síntoma de una lujuria enmascarada, deseosa de liberarse. Desde entonces, fui víctima de la curiosidad. Pretendía reproducir en mi mente los posibles rostros de Silvia siendo desnudada por otros hombres. Durante varios meses fui enterándome de cada vez mayores detalles con respecto a su anterior vida sexual; con frecuencia sus relatos se contradecían entre sí. En algunas ocasiones ella se excitaba con sus reminiscencias pero en otras se fastidiaba, aseguraba que ya no recordaba bien, que su memoria era incierta, que no la siguiera chingando. En esos días yo quedaba convencido de que el pasado es ficticio; sin embargo, cada vez que alcanzaba un punto intenso de excitación volvía a inquirirle lo mismo y ella volvía a describirme con tal verosimilitud sus aventuras, que me dejaba bien convencido de la importancia de sus antiguos placeres.

Si mal no recuerdo ella fue quien primero planteó la posibilidad de que yo estuviera con otra mujer. La rechacé al principio previendo que fuera una trampa para demostrar mi latente infidelidad. Cuando yo le revertí la pregunta, aunque ella también rechazó la idea, dejó unos instantes en suspenso su respuesta. Para mí, esos instantes de suspenso fueron la respuesta.

--¿Ya estás contento, te sientes realizado de verme aquí? Yo ya sabía, te conozco mejor de lo que tú a mí, sé lo que querías hacerme sentir.

-- No vamos a discutir.

--¿Por qué no estás en tu trabajo?

-- Si no quieres tomar, vamos a oír música.

Creo que todas las fantasías son reales. Son la miseria de la realidad puesta de cabeza. Pero hay fantasías que rasguñan cada vez más duro la vida cotidiana. Silvia empezó a buscar un amante, impelida por mí, para un trío. Sólo que el trío nunca se hizo real. Ella quiso probar por su cuenta. Se inscribió por internet a una página de contactos. Se citó con un chico una noche, se fueron a un hotel y luego regresó a casa a contármelo. La segunda vez me llamó desde una habitación y la tercera dejó descolgado el auricular para que yo pudiera imaginar mejor.

-- Vine sólo a decirte eso, que esperaba que me recibieras de otra forma y que de último momento te arrepintieras de jugar conmigo.

--Quiero verte desnuda.

--Tengo frío.

--Me gusta ese brasier.

Silvia tenía la piel fría esa tarde, quise tocarla de otra manera. La besé de un modo distinto. Allí donde solía apretarla, la acaricié; y allí donde la tocaba con delicadeza, la oprimí, la rasguñé, le ordené posiciones que jamás habíamos realizado. Le repetí al oído algunas palabras que le había escrito en aquellos correos. Cuando la sentí más húmeda, más temblorosa y más débil, me detuve. Ella se detuvo también.

¿Podríamos llegar a viejos juntos después de eso? ¿Por qué yo le era insuficiente? ¿Por qué ella me era insuficiente? ¿Por qué deseaba conocerla hasta el último rincón de su piel y hasta el último rincón de su pasado? ¿Por qué los celos y los deseos y los terceros? ¿Por qué quería llorar y ceñirla mientras me fui con mucha lentitud saliendo de ella? ¿Por qué había usado un nombre falso para citarla? ¿Qué buscaba al comprobar que ella era capaz de irse con un desconocido a un hotel? ¿No era yo, en verdad, un desconocido para ella? ¿No son en verdad desconocidas todas las personas con las que tenemos sexo? ¿Quién no conoce las metamorfosis sexuales?

Yo no quise verla mientras me vestía. Tenía miedo de abrazarla. Ella susurró unas palabras, luego se quedó callada y empezó a vestirse, antes de que terminara, salí de la habitación. Hasta ahí llegaba mi plan.