3 mar 2020

La rifa del avión


Cuando despertó, descubrió que había ganado el avión presidencial. Él no solía confiar demasiado en sus percepciones antes de levantarse de la cama, de tal suerte que su primera reacción ante la descomedida noticia, leída todavía bajo las sábanas, fue extremadamente pasiva, si es que la pasividad puede llamarse extrema.
Se limitó a sus rutinarios quehaceres. En el cuarto de azotea donde vivía, el desorden era una amenaza limitada, si estiraba la colcha y cobija, si lavaba la taza del café y cuidaba de que la ropa sucia no rebasara el cesto, su habitación luciría suficientemente agradable para quien atravesara su puerta.
Sólo una persona atravesaba aquella puerta, dos o tres veces por semana.
Él salía el resto de los días, con un afeitado imperfecto, ya que le faltaba paciencia, acaso tolerancia, para mirarse al espejo con detenimiento. Usaba pantalones de mezclilla, camisas y suéteres, oscuros como su humor; sólo se ponía ocasionalmente uno de sus dos sacos; corbata nunca, y zapatos cómodos porque caminaba demasiado.
Él tenía un sueño o un plan o, llanamente, una idea: comprarse un scooter eléctrico para que sus pies no le dolieran, así no tendría que soportar las incomodidades del transporte público, además se imaginaba a sí mismo sonriendo a quince kilómetros por hora a cambio del pequeño esfuerzo de pagar un mayor precio en su recibo de luz.
Trabajaba en una preparatoria donde daba quince horas semanales de Historia de México e Historia Moderna de Occidente. Pretendía conseguir más clases, pero eran escasos los grupos en su escuela. También llegó a ofrecerse como profesor de otras materias, pero los directivos no confiaban en que poseyera conocimientos ajenos a su campo de estudio.
Tampoco hallaba un trabajo extra que le ayudara a incrementar su angosta cuenta de ahorros. Como sus gastos estaban cubiertos ajustadamente, él había terminado por acostumbrarse a las metas modestas, tanto así que éstas ya ni siquiera alcanzaban la categoría de sueños.
Aquel día, cuando México se enteró de la fortuna que llegaba a bendecir la vida del profesor, sólo hubo un muchacho que se le acercó al finalizar su clase para preguntarle, con un dejo de timidez:
-¿cuál es su segundo apellido, profe?
-Aldana.
-¿Entonces usted no fue usted quien ganó el avión del presidente?
-No lo creo.
Como no creía en Dios, tampoco creía en la suerte desmedida. Si es que aquello podría considerarse suerte. Previamente había discutido dos veces sobre el asunto del avión, una con sus compañeros de trabajo y otra con su madre. En el primer caso fue en una junta extraordinaria convocada por el Sindicato. Se trataba de exponer la necesaria participación de los patriotas en la rifa presidencial. Un buen mexicano no pude dejar solo a su presidente mientras persistan las amenazas de los conservadores. Eso había dicho uno los dos representantes sindicales.
No es momento de mezquindades, compañeros, somos parte de una transformación histórica y tenemos la obligación de ponernos en el lugar adecuado, debemos hacer valer nuestra vocación, decirle a todo el pueblo de México que los maestros estamos en primera línea, que nos mueve el amor a la patria y que por lo tanto cada uno de nosotros va a comprar, por lo menos, un boleto de la rifa.
El segundo representante sindical también tomó el micrófono y menos articuladamente se dirigió al auditorio:
Nuestro Presidente nos necesita. Por años hemos sido vilipendiados. Se nos acusa del atraso de los mexicanos, cuando somos nosotros quienes sustentamos el progreso, quienes enseñamos a convivir a les niñes de todas las preferencias sexuales en nuestras aulas para construir el país de nuestros sueños. Cada año nos tocaba luchar con uñas y dientes para defender nuestros pocos derechos laborales mientras los políticos corruptos de la derecha rancia y conservadora nos robaban nuestro salario, pero hoy las cosas han cambiado y debemos ser soldados de Nuestro Presidente, no habrá dinero mejor invertido que comprar, además del que se nos descontará en automático, un boleto más de la rifa del avión. Yo pondré el ejemplo: compraré tres boletos, y si lo gano, voy a donarlo al Sindicato.
El profesor de Historia no sabía si levantar la mano cuando hubo oportunidad, ¿qué podría decirles sin que se ofendieran? ¿Qué palabras usar para explicarles el caudal de problemas que traería ganar un avión? ¿Acaso ya nadie tenía sentido común? Sus nulos ascensos laborales, la pérdida de amistades y su diminuta red de contactos, todo eso le pedía internamente no levantar la mano como lo hizo y no decir lo que dijo:
-Yo, compañeros, sinceramente, tengo una opinión contraria, con todo respeto, entiendo su postura, pero un descuento de esa cantidad, aunque parezca poco afecta nuestros planes, o bueno, voy a hablar por mí mismo: a mí me saca de balance. Van a decir que soy avaro, pero simplemente ya tengo repartido mi presupuesto, entonces, pregunto, ¿no habría posibilidad de que la participación en la rifa fuera meramente opcional?
Alcanzó a oír, pero no a identificar ciertas voces: sólo son quinientos pesos, mejor en esto que en ir al cine, es un momento importante en la vida del país.
Gracias por su pregunta, compañero, usted saber que aquí toleramos todas las posturas, porque somos un sindicato democrático, aquí tomamos decisiones entre todos, no le imponemos nada a nadie, lo que hacemos es defendernos, cooperar y así cuidamos de sus derechos laborales, por eso solicitamos un pequeño respaldo, o un mínimo respeto, si alguno quiere comprar tres o cuatro boletos, eso es opcional, pero la mínima participación fue una decisión democrática que tomamos entre todos, aquí no hay fascismo como en la derecha. Piense en esto si uno puede cooperar por el bien del país, eso no nos debe doler, al contrario, lo que hoy sembremos por México, lo vamos a seguir cosechando en los sexenios que vienen. Pero hoy es momento de defender y cooperar para dar una lección al mundo de que México es solidario.
Más tarde a solas, un profesor de matemáticas le dijo casi en tono confidencial: a mí también esto me parece una cosa demencial, pero bueno, unas por otras, hoy nos descuentan quinientos pesos, quizá mañana nos dan un cupón de descuento en algo o un vale de despensa o nos regalan una chamarra. Además qué tal que nos ganemos el avión, ¿eh, compañero?, ya no tendremos que viajar más en camión. Ambos rieron con una de esas risas que después de un par de segundos parece muecas de melancolía.
La segunda discusión por la rifa fue con su madre, días más tarde, cuando la efervescencia por la rifa se había vuelto irrefrenable.
-Lalo, ¿por qué no te compras un boleto?
-No, mamá, eso es… -Se quedó en silencio tratando de encontrar un sinónimo apropiado a “estúpido”.
 -Está mucho mejor que comprar boletos de lotería, además se están acabando, vi en las noticias que ya se han vendido dos millones y medio de boletos.
-El avión, además, sólo está en arrendamiento, es puro circo. Me descontaron a mí quinientos pesos para esa estupidez, ¿sabes lo que es eso?
-No hables así, es una oportunidad, además estás contribuyendo con México.
-Claro que no, mamá, México es una ficción. Nadie se beneficia de esto. Bueno, los políticos que viven de cobrar entradas para el circo donde nos reparten un pan imaginario.
-Ay, Lalo, ¿hasta cuándo vas a madurar?
Él no quiso hablar más del tema se limitó a retirar 500 pesos de su cuenta bancaria de 1467.30, y recorrió cinco quincenas más la compra de su patín eléctrico. Cuando su novia fue visitarlo la desnudó en silencio, la besó con lentitud y la apretó más fuertemente que de costumbre. No quería que las palabras pudieran arruinar el consuelo de la sensualidad, así pasaron tres semanas.
Cada mañana había una nueva notica de impacto sobre la rifa del avión: la selección mexicana de futbol y los equipos de primera división compran doscientos mil boletos. Las tres televisoras nacionales compraban respectivamente veinte mil, cuarenta mil y ochenta mil boletos. Otro día los bancos nacionales y extranjeros compraban más de trescientos mil boletos. Al margen de ello, se comentaba en los diarios, en las revistas y en Twitter que esta rifa era equivalente a la nacionalización petrolera, que México volvía a vivir una unión semejante al triunfo de la Revolución, al Terremoto del 85 o a la victoria del 5 de mayo contra los franceses.
Eduardo se quejó amargamente de aquella eufórica estulticia. ¿Cómo pueden darle importancia a un tema absurdo? Se cansaba de preguntar, se callaba y escribía frases desconsoladas: ¡qué tiempos me reservaste, Señor! Pero continuaban agolpándose mañana tras mañana las notas exaltadas de la prensa nacional, las aerolíneas hacían compras masivas, también empresas de construcción, casinos y hasta las telefónicas. Los mismos periódicos anunciaron que compraban boletos, hubo un masivo challenge en YouTube en el que gente común o los llamados influencers mostraban sus boletos comprados.
Faltando una semana para el día el concurso, la Liga Mexicana de Béisbol anuncia otra compra masiva de boletos con lo que se rebasaban los 4.2 millones de boletos financiados. Pero el gobierno no se cansaba de promocionar la rifa. ¿Pero por qué hacen publicidad de esto? ¡Retrógrada fascista! Le respondían anónimamente en sus redes.
Cinco gobiernos: Argentina, Cuba, España, Nicaragua y Venezuela compraban boletos. ¡Dios mío! Decía Eduardo, el mundo está vuelto de cabeza. Faltaban seis días para el día final y todavía doscientos mil boletos por vender. Nuestro presidente se atrevió a decir que si no se vendían todos la rifaba quedaba cancelada, aunque el dinero de los boletos ya lo estaban administrando, pero para estimular la compra prometía una devolución de impuestos. ¿Entonces qué carajo sentido tiene todo esto? Gritaba en su interior Eduardo.
-¿Por qué estás de malas? –Le preguntó su novia un viernes por la noche, que era el día que se quedaba a dormir con él, aprovechando que ninguno de los dos iría a la escuela al día siguiente.
-No sé, realmente no sé. Quizá ya perdí mi sentido del humor. Siento que vivo bajo el imperio de Comodo, aunque ciertamente jamás he conocido a un gobernante como Marco Aurelio, aun así, sospecho que ya cruzamos la frontera de la decadencia.
-Ay, amor. Tú puedes abrirle los ojos a mucha gente.
-Por supuesto que no. Quizá yo mismo no los tengo abiertos. ¿El próximo año, estarías dispuesta a irte conmigo a otro lado?
Ella se acomodó entre sus brazos sin palabras. Era una respuesta inobjetable.
El hijo de Nuestro Presidente apareció en cadena nacional rompiendo un cochinito para comprar tres boletos a tres días del fin de la rifa a la que le faltaban poco más de veinte mil boletos por vender. El mismo Presidente declaró que él compraría cien boletos, no podía comprar más porque era pobre y honrado, el dinero jamás lo había motivado en la vida, sus actos eras impelidos por el deseo de ayudar a los más necesitados, y esa misericordia ahora lo llevaba a invertir en el país de su propio bolsillo, pero bajo el compromiso de donar el avión a las comunidades más pobres del país en caso de ganar. ¡Pero qué grandísima…! Eduardo, ya ni siquiera en su interior, hallaba palabras para describir lo real espantoso que experimentaba.
En las doce horas previas al concurso actores de telenovelas, cantantes de pop y bandas de rock, para apoyar a Nuestro Presiente y al pueblo de México, anunciaron compras personales de boletos. Nuestra Primera Dama también compró sus propios boletos y afirmó que donaría el avión en caso de obtenerlo a una asociación feminista, algunas de las cuales también habían comprado cientos de boletos.
Eduardo había decidido no mirar televisión ni detenerse a leer los periódicos y a no desviarse ni un centímetro en sus clases para que nadie mencionara el tema de la rifa del avión. Algún impulso interior le hacía creer que quizá sí estaba exagerando en su desprecio por la actualidad o pecando de amargura. De cualquier forma, el alejamiento que estableció entre él y las novedades, le reportaron cierta paz mental.
Aquella tarde afortunada, antes de regresar a su cuarto, lo llamaron de un Banco estatal y de la Secretaría de Hacienda, también de dos periódicos y tres televisoras. Quienes le llamaron se cuidaron de no felicitarlo. Y él tuvo que enfrentar el hecho de ser el gran ganador.
Lo otro que tuvo que enfrentar fue una cita para modificar su situación fiscal, debía reportar su nueva propiedad y pagar seis millones de pesos por haberla adquirido. Le informaron que no podía vender el avión si previamente no pagaba por sus derechos adquiridos. Le recomendaron buscar instrumentos de financiación para liquidar su deuda. El profesor Eduardo, que no entendía bien la situación se molestó pensando que le estaban recomendando endeudarse para pagar una deuda que el gobierno le había trasladado azarosamente. El funcionario le explicó que estaba malinterpretando las cosas, simplemente debía cumplir las leyes, pagar lo que le correspondía según sus propiedades de lujo, o atenerse a las sanciones legales por su negligencia fiscal.
-¡Son unos ladrones desquiciados! –Gritó y se fue lleno rabia.
Otro funcionario en otra dependencia de gobierno le habló con un tono paternalista acerca de la necesidad que él tenía de un crédito para pagar la renta de su avión y colocarlo en el mercado y contribuir con el gobierno mexicano de acuerdo a sus ganancias, para ello se ofrecían a acompañarlo en el proceso de compra-venta.
-¿Cuántos boletos compró señor Cuevas?
-Uno, bueno, en realidad, yo no quería…
-¡Uno! Vaya suerte que usted tiene, ¿no es cierto? Muchas personas compramos más de diez, mi cuñado compró veintisiete, yo mismo para no quedarme muy atrás compré ocho, todos aquí en la oficina hasta los de limpieza teníamos al menos dos boletos, lo dábamos por perdido; nuestro objetivo era salvar al país, no hacernos millonarios. En fin, volviendo al punto, si sólo compró un boleto asumo que no tendrá suficientes recursos para mantener su avión.
-No sé ni siquiera si es mi avión, yo preferiría primero ver un contrato, o conocer la situación real…
-No se preocupe, el gobierno le asignó a esta oficina para las cuestiones legales, de otra forma le saldría a usted en una fortuna, que supongo que no tiene. Llevaremos su caso. Y llegado el momento le avisaremos cuánto nos debe. No se crea. Hay que bromear con un gran ganador como usted. Seguramente saldrá de pobre con este golpe de suerte. Y bien ganada esa fortuna porque, aunque fuera con un boleto, usted es un patriota. No se preocupe, nos encargaremos de los procedimientos legales. Le abriremos un fondo especial para devengar los recursos necesarios y, posteriormente a la transacción que consigamos, un porcentaje de la venta será para usted. A menos que no quiera venderlo y sustituya su carcachita, amigo.
-No, por supuesto que quiero venderlo, si es que eso es posible, insisto, yo no sé cuál es la verdadera situación.
-La verdad es que usted ha sido muy afortunado. Todos los mexicanos tenemos mucha suerte, pero usted más, como si fuera poco, oí que es posible que conozca al señor Presidente. Gracias por venir, señor Cuevas. No le quito más su tiempo, seguimos en contacto.
Los periodistas lo interceptaron al salir de la Secretaría de Comunicaciones y Transportes. Lo avasallaron con preguntas: ¿este es el día más feliz de su vida? No, realmente, ¿qué hará con su avión? No sé, ni siquiera sé si es mío. ¿Usted a qué se dedica? Soy profesor de Historia. ¿Qué siente de pasar de dar clases de Historia a ser una gran protagonista de la Historia? No, yo no soy ningún protagonista de la Historia, sigo siendo un profesor, nada más. ¿Cómo recibió su esposa la noticia? No estoy casado. ¿Al comprar sus boletos para la rifa imaginó ser portador de la gracia y la fortuna? ¿Qué?, no, no, para nada, ni siquiera compré boletos, sólo el que me descontaron en automático por ser funcionario público. ¿Usted ni siquiera compró un boleto por voluntad propia? Por supuesto que no, no soy estúpido. ¿Cree que las personas que amamos a nuestro país, nuestro México lindo y querido, y que por lo tanto compramos boletos en la rifa somos estúpidos, nuestro amor a la tierra que nos vio nacer, según usted es estúpido? Yo no dije eso, pero su pregunta sí es bastante estúpida. ¿También insulta a los alumnos cuando estos tienen dudas en clase? Mis alumnos tienen una inteligencia normal, no tendría por qué insultarlos, ninguno de ellos será reportero, seguramente. ¿Cómo le agradecería a Nuestro Presidente si lo llegara a conocer? Gracias por nada, mira el lío en que me metiste por tu ocurrencia.
Hubo un instante de silencio.
Luego continuó la marabunta: ¿no está agradecido con el presidente? No, no soy fan del circo. Me voy.
Y aprovechando un resquicio entre los reporteros, su delgadez y sus zapatos ligeros, se echó a correr. Sus quince minutos de fama, luego de tales declaraciones, se multiplicarían.
-¿Eduardo, qué has hecho?, te van a crucificar. –Le dijo verdaderamente angustiada su novia.
-Bueno, ¿de qué sirven quince minutos de fama si no se va a insultar a los reporteros?
-Eso quizá te lo perdonen, fue una extravagancia. Pero te metiste con el Presidente y eso no se dispensa tan fácilmente.
-Nada más faltaba que tuviera que agradecerle el lío en el que me metió. Están usando mi nombre como tapadera de yo qué sé qué chanchullo. Ni me piensan dar nada y yo no voy a participar en este tinglado.
-Pues con más razón, deberías ser prudente, amor.
-Si fuera prudente no estaría contigo.
-Es cierto, si fueras prudente no serías tú, pero una cosa es decir las cosas que dices en el salón de clases y otra, muy distinta, decirlas por televisión nacional.
Durante las siguientes horas el teléfono de Eduardo no paró de sonar, lo llamaban para que concediera entrevistas con diversos medios. Él aceptaba. Sin embargo, sólo se realizó una de las veintitrés programadas. Visitó un estudio de televisión. Lo maquillaron, le explicaron a qué cámara mirar y le dieron tres preguntas que finalmente el conductor no le realizó.
-Señor Cuevas, los mexicanos hemos logrado en los últimos días una sinergia asombrosa para comprar seis millones de boletos y con ello conseguir recuperar el dinero que anteriores gobiernos derrocharon a costa de una gran desigualdad económica en nuestro país, después de ese logro, supimos que usted fue el gran ganador y, sin embargo, ha despertado mucha controversia su reacción, pareciera que usted no está feliz por el éxito de México, ¿es usted de derecha, señor Cuevas?
-What that fuck. No me considero precisamente de derecha.
-Es que es muy curioso, porque la derecha estuvo saboteando la rifa del avión, criticándola, desconfiando. Aunque es su rol como oposición, lo cierto es que se demostró que fracasaron en su intento de sabotaje y que mintieron al desconfiar de la veracidad de la rifa, la prueba está en que ganó usted, alguien con una ideología conservadora, no se ofenda, aquí respetamos todos los puntos de vista, por eso lo invitamos, pero, ¿no siente que hay en su actitud de desprecio hacia el pueblo mexicano una fuerte ingratitud?
-Really? Bueno, no sé de dónde sacas eso del desprecio y, me parece hilarante, en serio. Yo no desprecio al supuesto pueblo mexicano pero no puedo estar agradecido cuando lo único que me ha traído esta rifa hasta el momento son problemas.
-El tiempo vuela, como su avión, profesor. ¿Qué piensa hacer con la nave? Supongo que no tiene en mente donarla al pueblo de México.
-Are you serious? Yo no tengo ningún avión. La rifa fue un fraude…
-No, cómo dice eso, usted está insultando al pueblo de México, eso sí que no se lo podemos permitir en este espacio. Vamos a un corte y volvemos con más noticias. Hasta luego, señor Cuevas, disfrute su avión egoístamente.
Entraron las maquillistas. A Eduardo lo tomaron del brazo para retirarlo del estudio. Y enseguida fueron llegando a su teléfono minuto tras minuto mensajes de cancelaciones. No iría a ningún otro programa de televisión ni de radio, incluso los youtubers le cancelaron. Pensó, no sin cierto goce, que el fin de su fama había llegado antes de lo esperado.
El Presidente declaró que el pueblo de México le había pedido sustituir las clases de inglés por náhuatl. Los reporteros en su conferencia matutina le aplaudieron de pie. Eduardo suspiró hondo, pero al menos sintió que el tema del avión se había esfumado para siempre.
Sin embargo, sus representantes sindicales lo llamaron para una reunión. Le informaron que había una irregularidad en la asignación de su plaza.
-Pero quedé en el primer lugar de la prelación cuando hice mi examen de ingreso, tuve la puntuación más alta.
-Lalo, compañero, nosotros te queremos ayudar, eso fue en la era neoliberal, antes de la Cuarta Transformación. Tú sabes que ese sistema de ingreso atentaba contra nuestros derechos. El neoliberalismo fue un sistema perverso que corrompió al país. Se descubrió que te ofrecieron una plaza y, aunque ganaste esa plaza, por tus méritos, no te lo negamos, pero fue una plaza fantasma que en realidad no existía. Así que bueno, lo que nosotros conseguimos, porque nos interesa tu bienestar es un traslado a Morelos, allí es donde te correspondía dar clases.
-¿Esto es por lo del avión, no?
-Esto es porque te apreciamos. La verdad es que hay rumores de que tienes una relación no apropiada y hay presiones contra ti. Vete a Morelos, allá estará mejor porque vas a tener sólo 10 horas, y así más tiempo para pensar y reflexionar, te la vas a pasar a todo dar.
-Es como estar setenta y cinco por ciento en el desempleo. En fin, ¿para qué discuto? ¿Cuándo sería esto?
-Dentro de dos semanas.
-No tengo dinero, no tengo nada. En fin, lo haré.
-Tienes tu avión.
-Qué avión voy a tener, no tengo más que un papelito que ustedes me dieron. Les regreso su papelito, si quieren.
-¿Qué pides a cambio?

Un mes después, cuando despertó, su rutina había cambiado: besaba a su novia, le acariciaba las piernas, luego se bañaba con agua fría, colaba café y salía hacia su nueva escuela. Además de las clases de Historia también daba clases Geografía y Redacción. Aunque pronto juntó para un scooter, ya no lo compró porque usaba más la bicicleta eléctrica que le canjearon en el Sindicato a cambio del boleto ganador del avión.
Una tarde lluviosa le hizo decirse en voz alta ahora quizá lo único que me falta es un capote.