Cuando despertó, descubrió que había ganado el
avión presidencial. Él no solía confiar demasiado en sus percepciones antes de
levantarse de la cama, de tal suerte que su primera reacción ante la descomedida
noticia, leída todavía bajo las sábanas, fue extremadamente pasiva, si es que
la pasividad puede llamarse extrema.
Se limitó a sus rutinarios quehaceres. En el
cuarto de azotea donde vivía, el desorden era una amenaza limitada, si estiraba
la colcha y cobija, si lavaba la taza del café y cuidaba de que la ropa sucia
no rebasara el cesto, su habitación luciría suficientemente agradable para
quien atravesara su puerta.
Sólo una persona atravesaba aquella puerta, dos
o tres veces por semana.
Él salía el resto de los días, con un afeitado
imperfecto, ya que le faltaba paciencia, acaso tolerancia, para mirarse al
espejo con detenimiento. Usaba pantalones de mezclilla, camisas y suéteres,
oscuros como su humor; sólo se ponía ocasionalmente uno de sus dos sacos;
corbata nunca, y zapatos cómodos porque caminaba demasiado.
Él tenía un sueño o un plan o, llanamente, una
idea: comprarse un scooter eléctrico para
que sus pies no le dolieran, así no tendría que soportar las incomodidades del
transporte público, además se imaginaba a sí mismo sonriendo a quince
kilómetros por hora a cambio del pequeño esfuerzo de pagar un mayor precio en
su recibo de luz.
Trabajaba en una preparatoria donde daba quince
horas semanales de Historia de México e Historia Moderna de Occidente.
Pretendía conseguir más clases, pero eran escasos los grupos en su escuela. También
llegó a ofrecerse como profesor de otras materias, pero los directivos no
confiaban en que poseyera conocimientos ajenos a su campo de estudio.
Tampoco hallaba un trabajo extra que le ayudara
a incrementar su angosta cuenta de ahorros. Como sus gastos estaban cubiertos
ajustadamente, él había terminado por acostumbrarse a las metas modestas, tanto
así que éstas ya ni siquiera alcanzaban la categoría de sueños.
Aquel día, cuando México se enteró de la
fortuna que llegaba a bendecir la vida del profesor, sólo hubo un muchacho que
se le acercó al finalizar su clase para preguntarle, con un dejo de timidez:
-¿cuál es su segundo apellido, profe?
-Aldana.
-¿Entonces usted no fue usted quien ganó el
avión del presidente?
-No lo creo.
Como no creía en Dios, tampoco creía en la
suerte desmedida. Si es que aquello podría considerarse suerte. Previamente
había discutido dos veces sobre el asunto del avión, una con sus compañeros de
trabajo y otra con su madre. En el primer caso fue en una junta extraordinaria
convocada por el Sindicato. Se trataba de exponer la necesaria participación de
los patriotas en la rifa presidencial. Un
buen mexicano no pude dejar solo a su presidente mientras persistan las
amenazas de los conservadores. Eso había dicho uno los dos representantes
sindicales.
No es
momento de mezquindades, compañeros, somos parte de una transformación
histórica y tenemos la obligación de ponernos en el lugar adecuado, debemos hacer
valer nuestra vocación, decirle a todo el pueblo de México que los maestros
estamos en primera línea, que nos mueve el amor a la patria y que por lo tanto
cada uno de nosotros va a comprar, por lo menos, un boleto de la rifa.
El segundo representante sindical también tomó
el micrófono y menos articuladamente se dirigió al auditorio:
Nuestro Presidente
nos necesita. Por años hemos sido vilipendiados. Se nos acusa del atraso de los
mexicanos, cuando somos nosotros quienes sustentamos el progreso, quienes
enseñamos a convivir a les niñes de todas las preferencias sexuales en nuestras
aulas para construir el país de nuestros sueños. Cada año nos tocaba luchar con
uñas y dientes para defender nuestros pocos derechos laborales mientras los
políticos corruptos de la derecha rancia y conservadora nos robaban nuestro
salario, pero hoy las cosas han cambiado y debemos ser soldados de Nuestro Presidente,
no habrá dinero mejor invertido que comprar, además del que se nos descontará
en automático, un boleto más de la rifa del avión. Yo pondré el ejemplo:
compraré tres boletos, y si lo gano, voy a donarlo al Sindicato.
El profesor de Historia no sabía si levantar la
mano cuando hubo oportunidad, ¿qué podría decirles sin que se ofendieran? ¿Qué
palabras usar para explicarles el caudal de problemas que traería ganar un
avión? ¿Acaso ya nadie tenía sentido común? Sus nulos ascensos laborales, la
pérdida de amistades y su diminuta red de contactos, todo eso le pedía
internamente no levantar la mano como lo hizo y no decir lo que dijo:
-Yo, compañeros, sinceramente, tengo una
opinión contraria, con todo respeto, entiendo su postura, pero un descuento de
esa cantidad, aunque parezca poco afecta nuestros planes, o bueno, voy a hablar
por mí mismo: a mí me saca de balance. Van a decir que soy avaro, pero
simplemente ya tengo repartido mi presupuesto, entonces, pregunto, ¿no habría
posibilidad de que la participación en la rifa fuera meramente opcional?
Alcanzó a oír, pero no a identificar ciertas
voces: sólo son quinientos pesos, mejor
en esto que en ir al cine, es un momento importante en la vida del país.
Gracias
por su pregunta, compañero, usted saber que aquí toleramos todas las posturas,
porque somos un sindicato democrático, aquí tomamos decisiones entre todos, no
le imponemos nada a nadie, lo que hacemos es defendernos, cooperar y así
cuidamos de sus derechos laborales, por eso solicitamos un pequeño respaldo, o un
mínimo respeto, si alguno quiere comprar tres o cuatro boletos, eso es
opcional, pero la mínima participación fue una decisión democrática que tomamos
entre todos, aquí no hay fascismo como en la derecha. Piense en esto si uno
puede cooperar por el bien del país, eso no nos debe doler, al contrario, lo
que hoy sembremos por México, lo vamos a seguir cosechando en los sexenios que
vienen. Pero hoy es momento de defender y cooperar para dar una lección al
mundo de que México es solidario.
Más tarde a solas, un profesor de matemáticas
le dijo casi en tono confidencial: a mí también esto me parece una cosa
demencial, pero bueno, unas por otras, hoy nos descuentan quinientos pesos,
quizá mañana nos dan un cupón de descuento en algo o un vale de despensa o nos
regalan una chamarra. Además qué tal que nos ganemos el avión, ¿eh, compañero?,
ya no tendremos que viajar más en camión. Ambos rieron con una de esas risas
que después de un par de segundos parece muecas de melancolía.
La segunda discusión por la rifa fue con su
madre, días más tarde, cuando la efervescencia por la rifa se había vuelto irrefrenable.
-Lalo, ¿por qué no te compras un boleto?
-No, mamá, eso es… -Se quedó en silencio
tratando de encontrar un sinónimo apropiado a “estúpido”.
-Está
mucho mejor que comprar boletos de lotería, además se están acabando, vi en las
noticias que ya se han vendido dos millones y medio de boletos.
-El avión, además, sólo está en arrendamiento,
es puro circo. Me descontaron a mí quinientos pesos para esa estupidez, ¿sabes
lo que es eso?
-No hables así, es una oportunidad, además
estás contribuyendo con México.
-Claro que no, mamá, México es una ficción.
Nadie se beneficia de esto. Bueno, los políticos que viven de cobrar entradas
para el circo donde nos reparten un pan imaginario.
-Ay, Lalo, ¿hasta cuándo vas a madurar?
Él no quiso hablar más del tema se limitó a
retirar 500 pesos de su cuenta bancaria de 1467.30, y recorrió cinco quincenas
más la compra de su patín eléctrico. Cuando su novia fue visitarlo la desnudó
en silencio, la besó con lentitud y la apretó más fuertemente que de costumbre.
No quería que las palabras pudieran arruinar el consuelo de la sensualidad, así
pasaron tres semanas.
Cada mañana había una nueva notica de impacto
sobre la rifa del avión: la selección mexicana de futbol y los equipos de
primera división compran doscientos mil boletos. Las tres televisoras
nacionales compraban respectivamente veinte mil, cuarenta mil y ochenta mil
boletos. Otro día los bancos nacionales y extranjeros compraban más de
trescientos mil boletos. Al margen de ello, se comentaba en los diarios, en las
revistas y en Twitter que esta rifa era equivalente a la nacionalización
petrolera, que México volvía a vivir una unión semejante al triunfo de la
Revolución, al Terremoto del 85 o a la victoria del 5 de mayo contra los
franceses.
Eduardo se quejó amargamente de aquella eufórica
estulticia. ¿Cómo pueden darle importancia a un tema absurdo? Se cansaba de
preguntar, se callaba y escribía frases desconsoladas: ¡qué tiempos me
reservaste, Señor! Pero continuaban agolpándose mañana tras mañana las notas
exaltadas de la prensa nacional, las aerolíneas hacían compras masivas, también
empresas de construcción, casinos y hasta las telefónicas. Los mismos
periódicos anunciaron que compraban boletos, hubo un masivo challenge en YouTube en el que gente
común o los llamados influencers
mostraban sus boletos comprados.
Faltando una semana para el día el concurso, la
Liga Mexicana de Béisbol anuncia otra compra masiva de boletos con lo que se
rebasaban los 4.2 millones de boletos financiados. Pero el gobierno no se
cansaba de promocionar la rifa. ¿Pero por qué hacen publicidad de esto? ¡Retrógrada fascista! Le respondían
anónimamente en sus redes.
Cinco gobiernos: Argentina, Cuba, España,
Nicaragua y Venezuela compraban boletos. ¡Dios mío! Decía Eduardo, el mundo
está vuelto de cabeza. Faltaban seis días para el día final y todavía
doscientos mil boletos por vender. Nuestro presidente se atrevió a decir que si
no se vendían todos la rifaba quedaba cancelada, aunque el dinero de los
boletos ya lo estaban administrando, pero para estimular la compra prometía una
devolución de impuestos. ¿Entonces qué carajo sentido tiene todo esto? Gritaba
en su interior Eduardo.
-¿Por qué estás de malas? –Le preguntó su novia
un viernes por la noche, que era el día que se quedaba a dormir con él,
aprovechando que ninguno de los dos iría a la escuela al día siguiente.
-No sé, realmente no sé. Quizá ya perdí mi
sentido del humor. Siento que vivo bajo el imperio de Comodo, aunque ciertamente
jamás he conocido a un gobernante como Marco Aurelio, aun así, sospecho que ya
cruzamos la frontera de la decadencia.
-Ay, amor. Tú puedes abrirle los ojos a mucha
gente.
-Por supuesto que no. Quizá yo mismo no los
tengo abiertos. ¿El próximo año, estarías dispuesta a irte conmigo a otro lado?
Ella se acomodó entre sus brazos sin palabras.
Era una respuesta inobjetable.
El hijo de Nuestro Presidente apareció en
cadena nacional rompiendo un cochinito para comprar tres boletos a tres días
del fin de la rifa a la que le faltaban poco más de veinte mil boletos por
vender. El mismo Presidente declaró que él compraría cien boletos, no podía
comprar más porque era pobre y honrado, el dinero jamás lo había motivado en la
vida, sus actos eras impelidos por el deseo de ayudar a los más necesitados, y
esa misericordia ahora lo llevaba a invertir en el país de su propio bolsillo,
pero bajo el compromiso de donar el avión a las comunidades más pobres del país
en caso de ganar. ¡Pero qué grandísima…! Eduardo, ya ni siquiera en su
interior, hallaba palabras para describir lo real espantoso que experimentaba.
En las doce horas previas al concurso actores
de telenovelas, cantantes de pop y bandas de rock, para apoyar a Nuestro
Presiente y al pueblo de México, anunciaron compras personales de boletos.
Nuestra Primera Dama también compró sus propios boletos y afirmó que donaría el
avión en caso de obtenerlo a una asociación feminista, algunas de las cuales
también habían comprado cientos de boletos.
Eduardo había decidido no mirar televisión ni
detenerse a leer los periódicos y a no desviarse ni un centímetro en sus clases
para que nadie mencionara el tema de la rifa del avión. Algún impulso interior
le hacía creer que quizá sí estaba exagerando en su desprecio por la actualidad
o pecando de amargura. De cualquier forma, el alejamiento que estableció entre
él y las novedades, le reportaron cierta paz mental.
Aquella tarde afortunada, antes de regresar a
su cuarto, lo llamaron de un Banco estatal y de la Secretaría de Hacienda,
también de dos periódicos y tres televisoras. Quienes le llamaron se cuidaron
de no felicitarlo. Y él tuvo que enfrentar el hecho de ser el gran ganador.
Lo otro que tuvo que enfrentar fue una cita
para modificar su situación fiscal, debía reportar su nueva propiedad y pagar
seis millones de pesos por haberla adquirido. Le informaron que no podía vender
el avión si previamente no pagaba por sus derechos adquiridos. Le recomendaron
buscar instrumentos de financiación para liquidar su deuda. El profesor
Eduardo, que no entendía bien la situación se molestó pensando que le estaban
recomendando endeudarse para pagar una deuda que el gobierno le había trasladado
azarosamente. El funcionario le explicó que estaba malinterpretando las cosas,
simplemente debía cumplir las leyes, pagar lo que le correspondía según sus
propiedades de lujo, o atenerse a las sanciones legales por su negligencia
fiscal.
-¡Son unos ladrones desquiciados! –Gritó y se
fue lleno rabia.
Otro funcionario en otra dependencia de
gobierno le habló con un tono paternalista acerca de la necesidad que él tenía
de un crédito para pagar la renta de su avión y colocarlo en el mercado y
contribuir con el gobierno mexicano de acuerdo a sus ganancias, para ello se
ofrecían a acompañarlo en el proceso de compra-venta.
-¿Cuántos boletos compró señor Cuevas?
-Uno, bueno, en realidad, yo no quería…
-¡Uno! Vaya suerte que usted tiene, ¿no es
cierto? Muchas personas compramos más de diez, mi cuñado compró veintisiete, yo
mismo para no quedarme muy atrás compré ocho, todos aquí en la oficina hasta
los de limpieza teníamos al menos dos boletos, lo dábamos por perdido; nuestro
objetivo era salvar al país, no hacernos millonarios. En fin, volviendo al
punto, si sólo compró un boleto asumo que no tendrá suficientes recursos para
mantener su avión.
-No sé ni siquiera si es mi avión, yo
preferiría primero ver un contrato, o conocer la situación real…
-No se preocupe, el gobierno le asignó a esta
oficina para las cuestiones legales, de otra forma le saldría a usted en una
fortuna, que supongo que no tiene. Llevaremos su caso. Y llegado el momento le
avisaremos cuánto nos debe. No se crea. Hay que bromear con un gran ganador como
usted. Seguramente saldrá de pobre con este golpe de suerte. Y bien ganada esa
fortuna porque, aunque fuera con un boleto, usted es un patriota. No se
preocupe, nos encargaremos de los procedimientos legales. Le abriremos un fondo
especial para devengar los recursos necesarios y, posteriormente a la
transacción que consigamos, un porcentaje de la venta será para usted. A menos
que no quiera venderlo y sustituya su carcachita, amigo.
-No, por supuesto que quiero venderlo, si es
que eso es posible, insisto, yo no sé cuál es la verdadera situación.
-La verdad es que usted ha sido muy afortunado.
Todos los mexicanos tenemos mucha suerte, pero usted más, como si fuera poco,
oí que es posible que conozca al señor Presidente. Gracias por venir, señor
Cuevas. No le quito más su tiempo, seguimos en contacto.
Los periodistas lo interceptaron al salir de la
Secretaría de Comunicaciones y Transportes. Lo avasallaron con preguntas: ¿este
es el día más feliz de su vida? No, realmente, ¿qué hará con su avión? No sé,
ni siquiera sé si es mío. ¿Usted a qué se dedica? Soy profesor de Historia.
¿Qué siente de pasar de dar clases de Historia a ser una gran protagonista de
la Historia? No, yo no soy ningún protagonista de la Historia, sigo siendo un
profesor, nada más. ¿Cómo recibió su esposa la noticia? No estoy casado. ¿Al
comprar sus boletos para la rifa imaginó ser portador de la gracia y la
fortuna? ¿Qué?, no, no, para nada, ni siquiera compré boletos, sólo el que me
descontaron en automático por ser funcionario público. ¿Usted ni siquiera
compró un boleto por voluntad propia? Por supuesto que no, no soy estúpido.
¿Cree que las personas que amamos a nuestro país, nuestro México lindo y
querido, y que por lo tanto compramos boletos en la rifa somos estúpidos,
nuestro amor a la tierra que nos vio nacer, según usted es estúpido? Yo no dije
eso, pero su pregunta sí es bastante estúpida. ¿También insulta a los alumnos
cuando estos tienen dudas en clase? Mis alumnos tienen una inteligencia normal,
no tendría por qué insultarlos, ninguno de ellos será reportero, seguramente.
¿Cómo le agradecería a Nuestro Presidente si lo llegara a conocer? Gracias por
nada, mira el lío en que me metiste por tu ocurrencia.
Hubo un instante de silencio.
Luego continuó la marabunta: ¿no está agradecido
con el presidente? No, no soy fan del circo. Me voy.
Y aprovechando un resquicio entre los
reporteros, su delgadez y sus zapatos ligeros, se echó a correr. Sus quince
minutos de fama, luego de tales declaraciones, se multiplicarían.
-¿Eduardo, qué has hecho?, te van a crucificar.
–Le dijo verdaderamente angustiada su novia.
-Bueno, ¿de qué sirven quince minutos de fama
si no se va a insultar a los reporteros?
-Eso quizá te lo perdonen, fue una
extravagancia. Pero te metiste con el Presidente y eso no se dispensa tan
fácilmente.
-Nada más faltaba que tuviera que agradecerle
el lío en el que me metió. Están usando mi nombre como tapadera de yo qué sé
qué chanchullo. Ni me piensan dar nada y yo no voy a participar en este
tinglado.
-Pues con más razón, deberías ser prudente,
amor.
-Si fuera prudente no estaría contigo.
-Es cierto, si fueras prudente no serías tú,
pero una cosa es decir las cosas que dices en el salón de clases y otra, muy
distinta, decirlas por televisión nacional.
Durante las siguientes horas el teléfono de
Eduardo no paró de sonar, lo llamaban para que concediera entrevistas con
diversos medios. Él aceptaba. Sin embargo, sólo se realizó una de las
veintitrés programadas. Visitó un estudio de televisión. Lo maquillaron, le
explicaron a qué cámara mirar y le dieron tres preguntas que finalmente el
conductor no le realizó.
-Señor Cuevas, los mexicanos hemos logrado en
los últimos días una sinergia asombrosa para comprar seis millones de boletos y
con ello conseguir recuperar el dinero que anteriores gobiernos derrocharon a
costa de una gran desigualdad económica en nuestro país, después de ese logro,
supimos que usted fue el gran ganador y, sin embargo, ha despertado mucha
controversia su reacción, pareciera que usted no está feliz por el éxito de
México, ¿es usted de derecha, señor Cuevas?
-What that fuck. No me considero precisamente
de derecha.
-Es que es muy curioso, porque la derecha
estuvo saboteando la rifa del avión, criticándola, desconfiando. Aunque es su
rol como oposición, lo cierto es que se demostró que fracasaron en su intento
de sabotaje y que mintieron al desconfiar de la veracidad de la rifa, la prueba
está en que ganó usted, alguien con una ideología conservadora, no se ofenda,
aquí respetamos todos los puntos de vista, por eso lo invitamos, pero, ¿no
siente que hay en su actitud de desprecio hacia el pueblo mexicano una fuerte
ingratitud?
-Really? Bueno, no sé de dónde sacas eso del
desprecio y, me parece hilarante, en serio. Yo no desprecio al supuesto pueblo
mexicano pero no puedo estar agradecido cuando lo único que me ha traído esta
rifa hasta el momento son problemas.
-El tiempo vuela, como su avión, profesor. ¿Qué
piensa hacer con la nave? Supongo que no tiene en mente donarla al pueblo de
México.
-Are you serious? Yo no tengo ningún avión. La
rifa fue un fraude…
-No, cómo dice eso, usted está insultando al
pueblo de México, eso sí que no se lo podemos permitir en este espacio. Vamos a
un corte y volvemos con más noticias. Hasta luego, señor Cuevas, disfrute su
avión egoístamente.
Entraron las maquillistas. A Eduardo lo tomaron
del brazo para retirarlo del estudio. Y enseguida fueron llegando a su teléfono
minuto tras minuto mensajes de cancelaciones. No iría a ningún otro programa de
televisión ni de radio, incluso los youtubers le cancelaron. Pensó, no sin
cierto goce, que el fin de su fama había llegado antes de lo esperado.
El Presidente declaró que el pueblo de México
le había pedido sustituir las clases de inglés por náhuatl. Los reporteros en
su conferencia matutina le aplaudieron de pie. Eduardo suspiró hondo, pero al
menos sintió que el tema del avión se había esfumado para siempre.
Sin embargo, sus representantes sindicales lo
llamaron para una reunión. Le informaron que había una irregularidad en la
asignación de su plaza.
-Pero quedé en el primer lugar de la prelación
cuando hice mi examen de ingreso, tuve la puntuación más alta.
-Lalo, compañero, nosotros te queremos ayudar,
eso fue en la era neoliberal, antes de la Cuarta Transformación. Tú sabes que
ese sistema de ingreso atentaba contra nuestros derechos. El neoliberalismo fue
un sistema perverso que corrompió al país. Se descubrió que te ofrecieron una
plaza y, aunque ganaste esa plaza, por tus méritos, no te lo negamos, pero fue una
plaza fantasma que en realidad no existía. Así que bueno, lo que nosotros
conseguimos, porque nos interesa tu bienestar es un traslado a Morelos, allí es
donde te correspondía dar clases.
-¿Esto es por lo del avión, no?
-Esto es porque te apreciamos. La verdad es que
hay rumores de que tienes una relación no apropiada y hay presiones contra ti.
Vete a Morelos, allá estará mejor porque vas a tener sólo 10 horas, y así más
tiempo para pensar y reflexionar, te la vas a pasar a todo dar.
-Es como estar setenta y cinco por ciento en el
desempleo. En fin, ¿para qué discuto? ¿Cuándo sería esto?
-Dentro de dos semanas.
-No tengo dinero, no tengo nada. En fin, lo
haré.
-Tienes tu avión.
-Qué avión voy a tener, no tengo más que un
papelito que ustedes me dieron. Les regreso su papelito, si quieren.
-¿Qué pides a cambio?
Un mes después, cuando despertó, su rutina
había cambiado: besaba a su novia, le acariciaba las piernas, luego se bañaba
con agua fría, colaba café y salía hacia su nueva escuela. Además de las clases
de Historia también daba clases Geografía y Redacción. Aunque pronto juntó para
un scooter, ya no lo compró porque
usaba más la bicicleta eléctrica que le canjearon en el Sindicato a cambio del
boleto ganador del avión.
Una tarde lluviosa le hizo decirse en voz alta
ahora quizá lo único que me falta es un capote.
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