ANTONIO: Yo sé que la muerte no es una desgracia, pero me gustaría mucho que dejara de morirse la gente cercana a mí.
Pasan los minutos como una brisa muda. La luz del día camina sin gestos, nada dice. Ni un rostro a mi alrededor. Yo debo acudir al hospital.
HEMATOLOGÍA: ¿A qué paciente buscas?
ANTONIO: A mi hermano.
HEMATOLOGÍA: No es aún hora de visitas. Vuelve más tarde.
ANTONIO: ¿Y qué puedo hacer aquí mientras tanto?
EL SEÑOR CÁNCER: Yo te puedo contar una historia. Creo que te conviene.
ANTONIO: Escucho.
EL SEÑOR CÁNCER: En una ciudad muy lejana, había varón, propietario de negocios y casas, gentil y firmemente ateo. Tenía una hija y un hijo y una buena esposa, de aquellas que conservan e incluso acrecientan su belleza al pasar los cuarenta. Los fines de semana practicaban deportes o visitaban museos, asistían al teatro o a conciertos y al cine. Porque él, Job se llamaba, decía que sus hijos requerían disfrutar la vida, ampliar todos sus horizontes, conocerse conociendo el mundo. Pero cierto día…
ANTONIO: ¿Un vuelco de fortuna?
EL SEÑOR CÁNCER: Hey… en una fiesta de los ínferos apareció Dios.
SATANÁS: ¿Tú qué haces aquí?
YAHVÉ: Bajé un rato a la tierra y se me ocurrió pasar a saludarte.
SATANÁS: (Sonriendo) ¿Viste a Job? Es bien alivianado, sin broncas existenciales, jamás se deprime, no tiene represiones sexuales, goza lo humano, lo fugaz, para nada cree que tú existas. ¿A poco no te ardió verlo?
YAHVÉ: Porque tú lo sobreproteges. Te las pasas cuidándolo y ayudándolo en cada cosa que hace. Procuras que le vaya bien en sus negocios, si alguien le llega a deber dinero, tú lo presionas, procuras que nada le falte, defiendes a su familia; de esa manera, cualquiera se olvidaría de mí.
SATANÁS: Mira, yo no voy a dejar que lo lastimes, pero si tú quieres quítale todo cuanto tiene y verás que a pesar de ello, seguirá siendo fiel al ateísmo.
ANTONIO: Como que esa historia me suena… ¿Oye, no tienes un cigarro?
EL SEÑOR CÁNCER: Claro, siempre cargo, te lo enciendo ahora mismo.
ANTONIO: No fumo, pero quiero volverme fumador. No importa, mejor continúa.
EL SEÑOR CÁNCER: Un lunes por la mañana, un crack en la bolsa, quebraron sus negocios, además, se inundó la ciudad y sus casas quedaron destrozadas; los bancos cerraron y no le permitieron retirar sus ahorros. Se quedó en la calle.
ANTONIO: ¿Era argentino o mexicano?
EL SEÑOR CÁNCER: No, no era de ningún país, era judío.
ANTONIO: Con razón era ateo.
EL SEÑOR CÁNCER: Aún hay más: sus hijos vacacionaban en Cancún cuando un huracán destruyó aquellas playas y murieron. Job lloró largamente a solas. Luego estuvo leyendo muchos poemas. Y con ojos hinchados de insomnio y llanto, pudo hablar.
JOB: Ya conocía las advertencias sobre la fugacidad de los placeres. Yo sabía de lo frágil y de lo inestable de la fortuna. Tal vez por eso esta tempestad no ha demolido mis haciendas espirituales. Nací desnudo y nunca la vida prometió eternidad para mis cosas. Al contrario, ella decía: cada momento se deja de ser; el sol se sacrifica a diario; segundo tras segundo algo y alguien mueren. Mas vivir sigue siendo bueno.
EL SEÑOR CÁNCER: En ningún momento, Job pensó que existiera Dios.
SATANÁS: ¿Lo has visto? No te necesita. ¿Ahora ya querrás debatir conmigo acerca de la tiranía del paternalismo?
YAHVÉ: No. El hombre prefiere la muerte de otros a la suya. Como tiene salud, dice que goza la vida. Pero cuán pronto mudaría su mente si enfermara de gravedad.
SATANÁS: En tus manos está arrancarle la salud, espero, sin embargo, que no lo mates.
EL SEÑOR CÁNCER: Y Dios me contrató. Comenzó a vomitar sangre, a no poder comer, a desmayarse. Fue hospitalizado, le diagnosticaron leucemia, padeció grandes hemorragias. Por la noche no podía dormir ni estar en paz en la cama por múltiples dolores: en la cabeza, en la boca, en las costillas.
ANTONIO: Igual que mi hermano…
EL SEÑOR CÁNCER: Un médico le dijo: si no crees en Dios, es momento de que comiences a creer y su esposa le reclamó: ¿Todavía sigues con tu estupidez de ateísmo, rechazando a Dios y a la Biblia y a la estampita de San Judas?
JOB: Si yo nunca he creído en ninguna religión, no lo voy a hacer ahora. Piensa que si hay un ser divino, antropomórfico o no, capaz de crear el universo, sin duda, ha obrado con inconsciencia o con crueldad, porque hay niños que mueren de hambre y nada lo justifica. Un dios poderoso me es totalmente abominable. Y los dioses territoriales y débiles y sacrificados y muertos no me preocupan. Prefiero a mis hermanos, estos que sufren aquí en el hospital, que atraviesan conmigo la noche de la enfermedad. Porque ellos, y no los dioses y no ningún dios, necesitan mi amor.
EL SEÑOR CÁNCER: Job no dijo cosa alguna que se apartara del ateísmo.
ANTONIO: ¿Y qué pasó después, se murió?
EL SEÑOR CÁNCER: Le aplicaron quimioterapias, se le cayó todo el cabello, no quedaba rastro de su antigua robustez; los antibióticos no le surtían efecto, lo asediaban otras enfermedades; vivía con sus uñas adoloridas rasguñando el precipicio de la muerte.
JOB: “Tanto penar para morirse uno”, ¿para qué soporto la vida? ¿para qué esta adicción doliente de respirar? No soy un viejo pero no podré tener más hijos. No puedo soportar más el dolor de un hijo desaparecido. No me entusiasma correr tras los bienes materiales, que se esfuman y que, finalmente, no valen un comino. ¿Qué motivos puedo para vivir? Ya mi mujer me abandonó y ya no confío en ninguna otra. No sé crear arte ni literatura, no sabré inventar medicinas ni construir edificios inquebrantables. Tampoco podré detener la hoguera que ha de quemar el mundo ni curaré el hambre de millones de hambrientos. Y sufro. ¿Y para qué sufro si podría descansar en la celada del morir?
FILÓSOFO: Eres responsable de los otros. No debes considerarte un ser para la muerte sino un ser para más allá de la muerte, un ser para los otros, asume tu culpabilidad.
JOB: Ya no puedo entregarme como antes. ¿Qué ayuda he de ofrecer? Mi presencia en sí es un grito de auxilio. En mi rostro ya no está inscrito el “no matarás” sino que llevo tatuado el “dadme una buena muerte”.
MÉDICO: Debería tener una actitud positiva aunque la enfermedad se encuentre en etapa terminal. Por favor revise los documentos de donación de órganos. Disculpe, ¿quién se hará a cargo de los gastos de hospitalización? Con permiso.
JOB: ¿Cómo una buena actitud con mi cuerpo en desgracia permanente? ¿Cómo si estoy en la miseria plena? ¿Debo acaso enmudecer mis dolores? ¿Qué órganos tengo buenos? Mis ojos sólo ven sombras, mis pulmones están agotados, mi corazón renquea. Con toda mi sangre envenenada, con mis huesos lastimados, sin familia, sin saber de nuevo cómo es el sol sobre pasto y rocío, ¿qué hago, qué haré sin futuro y con mi pasado todo perdido?
POETA: A veces yo también he deseado ser de la legión de los no nacidos, he llegado a envidiar a los que reposan dentro de un pequeño frasco y son usados para investigaciones médicas. He visto entre sueños el silencioso, pacífico y dulce vientre de la tierra. Y he anhelado el momento en que mi corazón borrascoso se vuelva ceniza sin penas.
JOB: ¿He pensado yo así? ¿He sido tan falso y egoísta y cursi? ¿Eres mi espejo, poeta? ¡Yo no deseo lo que tú! A mí me gusta cómo caminan las hormigas, me gusta Beethoven, me gustan los chongos zamoranos. No es que quiera renunciar a ello, es que ya no puedo tenerlo. Sin embargo, digo que me gustó vivir, confieso que vale la pena.
EL SEÑOR CÁNCER: Sin embargo, no se murió. Hubo un milagro y un happy end.
ANTONIO: ¿Cómo? No es posible. Nadie es inmortal.
EL SEÑOR CÁNCER: Bueno, murió después de muchos años, a los 120.
ANTONIO: Ay, claro que no, no es verdad.
EL SEÑOR CÁNCER: Bueno, sí se murió en esos días, pero sin dolores, muy bonito.
ANTONIO: No es cierto, dime la verdad.
EL SEÑOR CÁNCER: Murió entre torturantes ramalazos de dolor, ¿ya? ¿Estás contento?
ANTONIO: No, pero me gusta el realismo. ¿Y Satanás y Yahvé?
EL SEÑOR CÁNCER: Por ahí andan, ahorita voy a verlos, ¿quieres que les diga algo?
ANTONIO: No… ¿me regalas otro cigarrito?
EL SEÑOR CÁNCER: Por supuesto, quédate con la cajetilla, también te dejo mi encendedor. (Sonriendo) Nos vemos.
ANTONIO: Órale, gracias.
CAMA 15: Familiar de este paciente preséntese.
ANTONIO: Ahi voy.
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