Soplabas a la luna en mis brazos
Eras una felina valerosa
mirabas con grandes miradas
y desde el primer día conmigo
dormiste.
Eras una coconita con frío
eras casi calva.
¿Qué voy a hacer con el olvido
y sin tus ojos plenamente negros?
Hace unas madrugadas
no sé cuánto tiempo
intentando recordar tu apellido
recordé tus pestañas enormes
cuando a punto del sueño aleteaban
recordé tus dedos
bebedora de leche
la suavidad que mi piel
jamás sentirá otra vez.
Quisiera anunciarte algo valioso
cómo si yo supiera algo
o como si tú supieras ya leer
o como si fuera posible entenderse
yo entendía tus cantos
carentes de palabras
y yo entendía tus palabras
carentes de sintaxis
eras una gaviota sin coordinación
eras un demonio, preciosa
Me quitabas la calma y la paz
y me arrebatabas mis libros
y juntos veíamos el agua
borboteando en la tele
y tú aprendías a levantar la voz
la alegre voz de los charcos al brincarlos
yo no aprendí a dejar de ser amargo
pero mi mano aprendió distraídamente
a visitar tu cabello
a mojarlo en las mañanas
y en las noches a alisarlo
mi mano, sin darse cuenta, te decía
te quiero, y tú dormías.
Yo no sabía qué hacer con tu llanto
que se alzaba repentino e indomable
y corría por la casa hasta arrinconarse
hasta tristemente endurecerse
tú, en cambio, sí sabías hacer consuelos
Anti, decías, todo está bien
o decías no llores, Antoine,
pequeña francesa, pequeñita,
tengo un corazón inútil
yo debí quererte, y ahora no sé
ni siquiera tu apellido.
Siento tu imagen como un rayo
que me parte el tórax
cuando comienzan a lloverme
los recuerdos.
Y siento cómo me has de estar olvidando
en un columpio, en una risa
quizá en el cine
y siento toda mi insignificancia
y me duele la palabra “niña”
y me duele la palabra “vida”.
Eras toda calidez
yo era un cálculo maldito.
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