11 jun 2012

¿El fin del neoliberalismo en México?


O me estoy volviendo optimista o el segundo debate entre los candidatos a la presidencia de México mostró, junto con las encuestas recientes, algo que yo considero una muestra palpable de que estamos viviendo en nuestro país los últimos días del neoliberalismo.

En un artículo reciente de Letras Libres, Alberto Fernández sostiene que el PRI de vuelta en la presidencia podría girar hacia la izquierda. Dice: “Existe una enorme reserva de legitimidad para quien pueda plantear la ruptura abierta con el modelo económico de las últimas tres décadas.” Agrega: “Es fácil ser de centro-izquierda en el mundo actual, los predicadores del neoliberalismo llevan algunos años en franca retirada.”

Está claro que en México el partido que más ha impulsado el neoliberalismo, desde la oposición y desde el gobierno, ha sido el PAN. También a la luz de las encuestas presidenciales se nota que este partido se convertirá en la tercera fuerza, que no obtendrá ni la cuarta parte de los votos, es decir, que sus propuestas de gobierno han sido derrotadas, que los mexicanos ya se cansaron de este sistema y que se desea un Estado que vuelva a asumir su responsabilidad en el desarrollo social.

Tal vez la izquierda en estas elecciones no obtenga un mayor porcentaje que en las de 2006, sin embargo, ha hecho una buena campaña, ha impuesto su agenda y ha logrado que la mayor parte de los mexicanos acepte, de una u otra manera, que es necesaria una más justa redistribución de la riqueza. El próximo sexenio ya no habrá neoliberalismo: la derecha ha perdido.

Me he expresado en términos un tanto enigmáticos para el común de los ciudadanos. Para la mayoría la economía y la geografía política son tan crípticas como los jeroglíficos egipcios o la física cuántica o los misterios teologales. Lo que normalmente se escucha como un argumento para el retorno del PRI es: “ellos robaban pero dejaban robar”. Cabría decir que esta frase debe ser analizada con cuidado. ¿Qué significa en el fondo ese aparente cinismo?

“Ellos” son los priistas, y más aún, todo el aparato burocrático y sindical asociado al régimen del partido hegemónico. El “robaban” es una forma contundente de nombrar a la corrupción. Lo más interesante, el “pero-dejaban-robar”, implica lo que algunos dirían “placer culposo”, ya que hay una culpa implícita, y al mismo tiempo, un contrato social que legitima la ilegalidad. Ahora bien, en concreto, ¿qué cosas dejaban robar? El obeso aparato estatal del PRI anterior al neoliberalismo, ofrecía trabajo, buenas condiciones laborales a quienes tenían la fortuna de vivir dentro del presupuesto. O bien, a través del el comercio informal y otras prácticas clientelares. El “robaban pero dejaban robar” es quizá un sui generis: laissez faire, laissez passer. Un liberalismo por debajo del agua. Un gobierno que tolera la corrupción en pro de la paz.

Pero frente a la percepción de que el PRI tradicional era un partido corrompido y corruptor, que por la socialización de la ilegalidad se legitimaba, los gobiernos panistas parecen inoperantes o ineptos: roban sin dejar robar, lo cual al traducirse significa que favorecen descaradamente a una clase social y se olvidan de la gran mayoría. Los gobiernos neoliberales en este sentido han sido oligárquicos. Son corruptos, roban, pero no distribuyen la riqueza, no dejan robar. En otras palabras, muchos de los votantes mexicanos prefieren el crecimiento económico, aún con corrupción generalizada, que un gobierno de corrupción parcial. Y tienen toda la razón: la corrupción parcial es muchísimo más injusta que la corrupción generalizada.

El PAN ha resultado el gobierno más injusto posible. Es un partido sin arraigo popular, producto de su desdén por el verdadero pulso de México. La derecha en un país pobre está condenada a ser minoritaria. Si llegó al poder se debió en gran medida al hartazgo de la sociedad ante el autoritarismo del PRI, pero también, y esto es muy importante, porque el PRI se había cargado a la derecha.

¿Pero por qué no ha ganado la izquierda en México? Habría que decir la izquierda se bifurca en lo económico-social y en lo social-político. La erradicación de la pobreza, la búsqueda de una mayor igualdad económica y la ampliación de los derechos laborales son temas fundamentales y perfectamente claros para las izquierdas mexicanas, incluyendo en éstas a un sector del PRI. Sin embargo, la democracia, los derechos civiles y las libertades políticas, no generan consenso en la izquierda partidista ni en el resto de distintos grupos izquierdistas. Más allá del combate a la pobreza hay una zona de turbulencia por la que la izquierda avanza sin claridad. ¿Y quién puede confiar en la turbulencia?

Los próximos 6 años la izquierda urgentemente debe tener claridad en sus propuestas más allá del combate a la pobreza porque el PRI, muy probablemente, acabará con el neoliberalismo, lo cual dejaría a la izquierda sin banderas; pero también es lógico suponer que el PRI no democratizará los medios de comunicación ni hará reformas importantes para incentivar la participación ciudadana en la toma de decisiones ni tampoco será capaz de crear instituciones o respetar las existentes en cuanto a la rendición de cuentas.

López Obrador y el PRD podrían estar orgullosos, pues gracias a sus críticas, a su énfasis en lo perjudicial que es el sistema neoliberal, en el debate del 10 de junio, Peña Nieto en sus propuestas económicas fue un eco de las propuestas de López Obrador. Los medios masivos no se interesan en esta información, tergiversan la realidad a su antojo y burdamente, por eso en el siguiente sexenio el mejoramiento de nuestra democracia y de las condiciones de vida de la mayoría tiene que pasar por la democratización de los medios de comunicación: en este país no son los partidos políticos, sino los comunicadores al servicio de la mentira y de la frivolidad quienes más dañan a la democracia.

3 jun 2012

¡Salud, por el nomeacuerdo!


--El olvido es un rayo de Dios, aquí vengo a pararme bajo la lluvia, capaz que me cae encima el dichoso rayo.

Acababa de contarme una de las primeras desgracias de su historia, aunque sí le presté atención lo que a mí me había pasado ocupaba mucho sitio, con sus vueltas, en las punzadas de mi cabeza. No me parecía un asunto digno de ser contado en una pulquería, pero ahí estaba un miércoles por la noche, dispuesto al desahogo, frente a una cubeta en dudosas condiciones higiénicas y con un vaso de plástico por el que chorreaban venas del pulque.

--¿Y tú, carnalito, qué rayos andas buscando en esta pulcata?

--Pues, creo que mi coraje es contra el olvido.

--¿Te olvidaron, carnal?

Me olvidaron, por supuesto, un montón de personas, pero me olvidó una, y no por voluntad, sino por quién sabe qué diablos. En cuanto a Dios estoy seguro de mi ateísmo, en cuanto a los diablos reservo mi derecho al agnosticismo. Sin embargo a aquel hombre de dedos callosos y gordos no iba a confesar mis creencias tan fácilmente, a pesar de que ya sentía las olas del alcohol columpiando mis ojos.

--Más o menos.

--Las viejas a todos nos olvidan y nosotros nos olvidamos de todas, así es esto de los recuerdos.

Sumergió de nuevo su vaso en la cubeta y lo vi a punto de sumergirse a él mismo en una cubeta de silencio. Pensé que era una piedra humana que se hinchaba y se desinflaba cada vez más despacio.

--Es chistoso lo que me pasó, le dije para animarlo a oírme y de paso animarme a hablar. Pero yo no lo sentía nada chistoso.

Había conocido a una mujer, casi de mi edad, de esas de ojos risueños. ¿Pero cómo hablar de lo risueño en el rincón de una casa descarapelada, donde la peste a pulque y a sudores desangraba cualquier romanticismo?

--Tenía un hijo y quería terminar la prepa y me contrató para que le diera clases de matemáticas.

--Y en lugar de mate, le diste otras cosas.

Me dieron ganas de decirle: “le di mi corazón, cabrón, no te burles”. Solamente me reí. Después de todo, ya no tengo modo de demostrar lo que en verdad ocurrió. Durante cuatro meses la dejé de ver y la semana pasada, cuando la volví a ver, ya no tenían chispas de flirteo sus ojos, a pesar de que me miraba como intentando ver otra dimensión de mi cara: me escudriñaba en el rostro el pasado, se diría.

--Bueno, sí, el amor une cuerpos, como dijo el poeta; dije.

--No es el amor, valedor, son las ganas de estar pegado a otro cuerpo para hacer como que nos hacemos ilusiones.

Volví a sonreír porque me sorprendió que me saliera filósofo ese hombre, cuya piel parecía recién extraída de una mina de cobre. Quizá tenía razón o quizá la razón es un estado de agregación de ideas que están más a gusto cuando se vuelven humo.

Yo me había pegado al cuerpo de Laura haciéndome ilusiones un tanto difusas. Pensé en la vida marital, en pasear los domingos, en hacer poco ruido en las noches para que su hijo no nos oyera; imaginé que caminaríamos juntos haciendo bromas en los supermercados, que aprendería a bailar con sus pasos, que la vería caer dormida sin miedo en mi cama.

--Sí, me ilusioné un poco.

--Tráete otra cubeta, yo orita te copero.

Mientras iba, ya no muy derecho, a que alguien metiera la cubeta en un tambo de pulque a cambio de unos cuantos pesos, dudé si Laura habría combatido contra las ilusiones que se hubiera hecho. Mejor búscate otra sin hijos, me pidió una vez. Te van a gustar otras más jóvenes que yo. No voy a poder competir con tus amigas de la universidad. ¿Por qué nunca negué enfáticamente esas ideas? Negaba con la cabeza, la tocaba, nada más.

--¡Salud, por el nomeacuerdo!

Sólo discutimos una vez porque le cancelé una cita, ya que había preferido salir con una amiga a tomar café. No fue una pelea fuerte, fue de esas anécdotas que suelen extraviarse en la memoria de las parejas, pero no hablamos más durante dos días. Después, le marqué a su trabajo, más o menos quedamos reconciliados. Íbamos a vernos al día siguiente, cuando saliera y nunca salió.

--A veces toca insistir, a veces toca darse la vuelta, uno nunca sabe: ahora toca chupar. Dijo con una voz más lenta y más raspada.

Por alguna razón me dieron ganas de insultarlo. ¿Él qué carajos sabía? Ni siquiera sabía cuál era mi problema, no sabía cómo me sentía atrapado en el cuerpo de Laura cuando la abrazaba. ¿Qué necesidad tenía yo de invitarle una borrachera a un briago cualquiera?

--Sígueme contando, carnalito, se me hace que te falta más desahogo.

--Yo no supe por qué llegó, le marqué a su celular y me contestó su hijo, un chavito como de 11 o 12 años. No sabía nada, solo que su mamá le había cambiado el celular. ¿Qué le podía decir? No sé, no se me ocurrió nada. Luego, pasaron los días, las semanas, ya no iba a trabajar y no encontré modo de hallarla.

--¿Dices que pasaron cuatro meses?

--Sí, ¿ya te había dicho? Creo que ya se me subió.

--Si vas a chillar, chilla. Me dijo porque cerré un poco los ojos y moví mi frente por la palma de mi mano tratando de que las cosas y las ideas dejaran de moverse a lo pendejo.

Un día que estábamos en la cama me dijo que de niña fue violada. Me llamó a mi celular, soy Laura, tenía que avisarte que tuve un accidente. Me abrazó muy fuertemente cuando nos vimos. Me preguntó con cara de desconcierto si yo le di muchas clases. No recordaba nada de mi casa y en sus ojos ya no había esos brillos que el deseo hace entrechocar.

--¿Le debía contar todo detalle a detalle para ver si recuperaba el recuerdo?

--¿Ya no se acuerda de nada?

--De nada. Sólo del papá de su hijo.

Recordaba mi nombre y que por alguna razón me estimaba. Quise besarla y ella ya no quiso. ¿Éramos novios? Me preguntó cuando le empecé a contar lo nuestro. También otro amigo me dijo que yo andaba con él, aunque no me dio detalles como tú.

--Y dijo que no le veía el caso a tener mas relaciones conmigo.

--Ahora yo voy por la siguiente cubeta. Dijo el hombre del overol y yo comencé a ver ráfagas de oscuridad.

--Algún día, te hubiera olvidado de todos modos. Alcancé a escuchar su voz, ya casi no oía nada, ya no supe más.

23 may 2012

¿Ya tienes sueño?


Hay un alivio en el cansancio
al recibir las alas de niebla de las aves
que cierran tus ojos.
Es el triunfo del no poder más
tu mirada sin heridas ni filos
envuelve el borde de los bordes,
la paz.

14 may 2012

Más allá de la tolerancia e intolerancia

Me he cansado de leer y de escuchar un trapeador que se hace pasar por idea: hay que ser tolerantes.

¿Por qué carajos tiene que considerarse valiosa y siempre positiva a la tolerancia? Por razones políticamente correctas, que son, como sabemos, por lo general sinrazones. Sin embargo, algún valor debe impulsar el dogma de la tolerancia: ese valor es el de la paz. Muchas veces es preferible aguantar un daño que luchar inútilmente por repararlo. Ante las injusticias celestiales, claramente, no conviene escupir al cielo. Pero ante las injusticias humanas, claramente, no conviene quedarse con los brazos tolerantemente cruzados. La tolerancia es, pues, una flor en la rama de la indiferencia, la cual a su vez brota en el tronco del odio. Los antiguos griegos y romanos comprendieron el linaje de la tolerancia y la tenían por defecto, juzgándola de esa manera, unos fundaron la ética, los otros las leyes, que son, en esencia, intolerantes. Ya ha pasado mi adolescencia anarquista, he llegado a comprender el valor fundamental de la intolerancia, en otras palabras, creo en el cumplimiento de las reglas y en la legalidad.

Los ultras de la Ilustración son intolerantes porque fueron racionales. El dios cristiano, en cambio, es tolerante porque es irracional. Del lado de la fe, en el terreno del capricho, crece la hierba de la tolerancia. Esto parecerá una locura para los que han cultivado alguna fobia hacia el cristianismo. Si no renuncian a leerme, tal vez puedan comprender la dirección de mis ideas. Perdonar a un criminal por el simple hecho de arrepentirse de corazón mientras está clavado a una cruz, ¿no es un acto de asombrosa tolerancia? El cristianismo predica el perdón, la redención de los pecados a condición de un acto subjetivo, no cuantificable: la fe.

¡Pero también son intolerantes! Gritarán algunos, porque no permiten la poligamia, la vida libertina, etc. No estoy de acuerdo, por el contrario, el catolicismo tolera, incluso la pederastia. El rezo a Dios, la intercesión de los santos, la confesión de los pecados y otros rituales caprichosos redimen. Con una incuantificable dosis de arrepentimiento, no hay mal que no sea tolerado. Una vez que el ser humano se deja gobernar por lo irracional, la intolerancia se diluye y todo se vuelve veleidad.

No estaría de más recordar que Caín, luego de haber asesinado a su hermano, creó a Dios para deshacerse de su responsabilidad, con ello, también inventó la tolerancia. Los griegos, por otra parte, siempre más racionales y más cercanos al derecho, concibieron la tragedia, forjaron personajes que tienen que pagar el lastre de su ignorancia, que no serán absueltos aunque recen ni serán plenamente libres, ya que son plenamente responsables.

Tampoco está de más recordar que el cristianismo y la tolerancia anidan en el principio del placer, pero la intolerancia en el principio de realidad. Y realmente, no hay paraísos ni infiernos, hay gustos y géneros, hay sensibilidades y perspectivas, hay filias y fobias. El arte de convivir y de congeniar tantos distintos gustos es la ética, pero ésta no se basa en la tolerancia, sino en el encuentro.

Encontrarse con el otro es algo más que tolerancia, dado que quien tolera ya previamente ha juzgado a lo que tolera o a quien tolera como perjudicial. El encuentro, por el contrario, lo que implica es una buena disposición, un ánimo de búsqueda, un espíritu de curiosidad ante lo real desconocido, y por tanto, lo real maravilloso. El encuentro entre seres humanos es el principio de la ética. Si yo tuviera que hacer un imperativo categórico me limitaría a éste: encuéntrate contigo y con los demás.

¿Y qué es tolerable y qué es intolerable? Ningún bien es tolerado. Una idea tan simple me parece convincente. Se puede ir un paso adelante: lo que no hace daño no es tolerado. Cuando alguien dice: “no tolero el humo del cigarro”, significa que o se aleja de los fumadores o les exige que dejen de fumar, en cualquier caso considera que hay un daño. Si alguien dijera: “tolero el humo del cigarro”, significaría que a pesar del daño, sabe aguantarse, o bien, encuentra cierto placer en ese olor, pero se deja entrever que comprende que hay un mal. En cambio, ¿quién diría que no tolera sentirse bien? ¿O quién diría que tolera el placer? Bien mirado, entonces, en el discurso a favor de la tolerancia se nos inserta la idea de que hay ciertas vainas malas que deben soportarse y, en no pocas ocasiones, cuando se exige tolerancia tales cosas nada tienen de malo. ¿Cómo reaccionaríamos ante imperativos como: “tienes que tolerar la belleza”, o “tienes que tolerar las virtudes”? Claramente son absurdos.

De lo cual se desprende la cuestión: ¿por qué tenemos que tolerar el mal? La respuesta es prácticamente de sentido común: es positiva la resignación ante lo que no podemos mejorar. Pero ante todo aquello que podamos corregir, ¿qué ganamos con tolerarlo? Ahora bien, no significa esto que la medida de todas las cosas sean nuestros prejuicios y que vivamos en permanente pedantería corrigiendo a diestra y siniestra.

Estoy a favor del encuentro, que en mi opinión está más allá de la tolerancia y la intolerancia. Sin embargo, ante Caín, es decir, frente al criminal se debe aplicar un castigo. Una ética que prefiriera tolerarlo, me parece injusta. Ya Popper planteó en su momento la paradoja de la tolerancia con los intolerantes. Actualmente, en México, pretender que la intolerancia hacia un candidato acusado de ser criminal es una inmoralidad o una falta de ética, me parece una trivialización, peor aún, una maldad.

Hay que tener mucho cuidado de quienes predican tolerancia, detrás de ellos puede estar la ilegalidad, la vacilación y la irresponsabilidad. No llamemos intolerante al represor, cuyo su verdadero nombre es represor. No llamemos intolerante al que protesta porque su verdadero nombre es indignado. No llamemos tolerante a quien destila veneno con una sonrisa en los labios, su verdadero nombre es hipócrita. No llamemos tolerante a quien se resigna ante la injusticia, su verdadero nombre es injusto.