Ayer, 27 de junio de 2012 pude
llegar al zócalo y concluir una marcha que había comenzado, sin yo pedirlo,
hace 22 años, cuando mi madre me llevó a una manifestación para reconocer al
presidente Cárdenas. Aquella vez no pudimos llegar hasta la Plaza de la
Constitución. Pero el tramo que caminamos fue suficiente para que se despertara
en mí la curiosidad y el asombro ante dos países: el México de la televisión y
el México de las calles, el México superficial y el México profundo, el México
de la simulación y el México que necesita el grito para romper la bolsa de
silencio con la que es escondida su voz.
No puedo hacer una crónica de la
marcha de ayer porque no sé hacer crónicas. No voy a criticar a los asistentes
ni a los que no asistieron. Hay muchas razones para votar por AMLO, y también
las hay para no votar, incluso las hay para votar por los otros candidatos. Para
lo que no hay razones es para ocultar la verdad: existe un pueblo de humillados
y ofendidos, persisten los olvidados de las políticas públicas y del gasto
social, sin embargo abundan los mexicanos honestos y trabajadores, que no
merecen ser gobernados por una clase política corrupta que mantenga la
injusticia y que impida la participación en los asuntos que a todos nos competen.
No es un secreto que la mayoría
ha encontrado por fin el líder que buscaban para animarse a mostrar su voz. Hace
seis años no quise ver a ese líder por las mismas razones que hoy otros no
votarán por él. Es lógico desconfiar, es entendible ser exigente, pero un voto
no es una carta blanca. Hay que respetar a ese líder sobre todo por los que lo
apoyan. Ayer oí una muestra de respeto muy bonita, a las seis de la tarde --el
zócalo ya tenía dos horas de estar lleno--, nos fue anunciado que López Obrador
venía por el Hemiciclo a Juárez; alguien dijo: “si así como habla, camina, ya
estuvo que nos quedamos aquí hasta las doce de la noche”. Sí. Eso es respeto.
Porque el respeto no está peleado ni con las bromas ni con las críticas. El
respeto tiene una sonrisa en la boca. Lo que no se vale es la paranoia ni la
calumnia desmedida.
Confío en el triunfo de López
Obrador, en ese triunfo que está más allá de las urnas, independientemente de
lo que ocurra con su figura pública, su figura simbólica ha conseguido que lata
más fuerte el pulso íntimo de México. Si ese pulso se mantiene, tendremos un mejor
sexenio, un país más justo y un gobierno que esté a la altura de los millones
de mexicanos honestos y trabajadores.
No hay comentarios:
Publicar un comentario