28 jun 2012

El pulso íntimo


Ayer, 27 de junio de 2012 pude llegar al zócalo y concluir una marcha que había comenzado, sin yo pedirlo, hace 22 años, cuando mi madre me llevó a una manifestación para reconocer al presidente Cárdenas. Aquella vez no pudimos llegar hasta la Plaza de la Constitución. Pero el tramo que caminamos fue suficiente para que se despertara en mí la curiosidad y el asombro ante dos países: el México de la televisión y el México de las calles, el México superficial y el México profundo, el México de la simulación y el México que necesita el grito para romper la bolsa de silencio con la que es escondida su voz.

No puedo hacer una crónica de la marcha de ayer porque no sé hacer crónicas. No voy a criticar a los asistentes ni a los que no asistieron. Hay muchas razones para votar por AMLO, y también las hay para no votar, incluso las hay para votar por los otros candidatos. Para lo que no hay razones es para ocultar la verdad: existe un pueblo de humillados y ofendidos, persisten los olvidados de las políticas públicas y del gasto social, sin embargo abundan los mexicanos honestos y trabajadores, que no merecen ser gobernados por una clase política corrupta que mantenga la injusticia y que impida la participación en los asuntos que a todos nos competen.

No es un secreto que la mayoría ha encontrado por fin el líder que buscaban para animarse a mostrar su voz. Hace seis años no quise ver a ese líder por las mismas razones que hoy otros no votarán por él. Es lógico desconfiar, es entendible ser exigente, pero un voto no es una carta blanca. Hay que respetar a ese líder sobre todo por los que lo apoyan. Ayer oí una muestra de respeto muy bonita, a las seis de la tarde --el zócalo ya tenía dos horas de estar lleno--, nos fue anunciado que López Obrador venía por el Hemiciclo a Juárez; alguien dijo: “si así como habla, camina, ya estuvo que nos quedamos aquí hasta las doce de la noche”. Sí. Eso es respeto. Porque el respeto no está peleado ni con las bromas ni con las críticas. El respeto tiene una sonrisa en la boca. Lo que no se vale es la paranoia ni la calumnia desmedida.

Confío en el triunfo de López Obrador, en ese triunfo que está más allá de las urnas, independientemente de lo que ocurra con su figura pública, su figura simbólica ha conseguido que lata más fuerte el pulso íntimo de México. Si ese pulso se mantiene, tendremos un mejor sexenio, un país más justo y un gobierno que esté a la altura de los millones de mexicanos honestos y trabajadores.

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