**Un ensayo un poco más extenso de los que por aquí acostumbro subir, escribí hace unas semanas sobre la UNAM, no creo pegarlo completamente en este blog, pero algunas partes sí.
Hay rincón verde en el campus de la Ciudad Universitaria, el jardín del Edén, donde más de una vez sentí la humedad del pasto, el trajinar de las nubes y oí, lejanas, las insurgencias del ruido de la avenida de los Insurgentes. Aunque no pueda aseverar que el contacto con la naturaleza fortifique el espíritu ni esté seguro de que la abundancia de árboles ayude a vigorizar las inquietudes intelectuales, sé de cierto que me sentía dichoso. ¿Quién sería infeliz en el paraíso?
Un sentimiento placentero es lo primero que asocio con la UNAM, por ello, sé que podría adjudicarle carretadas de elogios, de calificativos dulces, incluso cursis. Quisiera que las musas o los genios, o las reglas y la disciplina, encaminaran mis palabras al justo medio, y que si bien transmitan el agradecimiento, el orgullo y la estimación que siento por nuestra Universidad, también sepan expresar con claridad los significados más profundos, los más espirituales y las críticas, esos aspectos lamentables de la UNAM, que acaso no lleguen de inmediato a la memoria, pero que existen y duelen y uno quisiera desterrarlos de ella.
Ella. Me detengo en esta palabra porque la UNAM es una ella. Más que una institución o una simple universidad, lo cual la convertiría en una “ésa” o “ésta”, la UNAM ha conseguido, por derecho propio, personificarse: ser una “ella”, lo que también implica representar ciertos valores femeninos. No fue casual que consiguiera tanto éxito la locución latina Alma Mater para conferirla a las universidades, madres nutricias de estudios.
Asociar nuestra Universidad con una madre debería sobreentenderse como un enaltecimiento. Se sabe de sobra que tal palabra simboliza cariño, protección, generosidad, etc. A pesar de las madres que abandonan a sus hijos en cuartuchos de hoteles, la madre seguirá significando, aún en las actuales sociedades narcisistas, un refugio amoroso, un surtidor de afecto, brazos abiertos y cálidos. Y, sin importar que sea lugar común, la UNAM es una madre generosa.
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