Son muy pocas las personas las personas que no aceptan la belleza de los campus de la UNAM y en mi vida no he encontrado a ningún compañero que, habiendo estudiado en ella, exprese reproches en este sentido. Empero, existe gente que externa a la menor provocación recriminaciones contra nuestra Universidad y contra sus egresados. Este recriminar no creo que sea siempre bienintencionado. Así como la sociedad abierta tiene sus enemigos, una universidad plural, crítica y autónoma también los tiene.
La libertad de cátedra, querido Sancho, es uno de los más grandes dones que los universitarios gozamos. Sin ésta no podrían formarse estudiantes críticos, no habría educación sino una simple instrucción en un campo temático. Por fortuna, la UNAM no sólo forma expertos, principalmente forma personas. Si se neceara con etiquetar a la Universidad, en cuya pluralidad conviven cuantiosas corrientes de pensamiento, habría que decir que es humanista. Sé que este concepto es manejado, asimismo, con muy variadas acepciones; yo uso este término humildemente, sólo para señalar que en la UNAM se garantiza, se promueve y se inculca la dignidad del ser humano.
Quienes no acepten la existencia de tal dignidad intrínseca y crean que el ser humano sólo vale en cuanto es productivo y eficiente, por consecuencia, no verán en la UNAM una buena institución. Tiene que generar más recursos económicos, dicen, tiene que rendir cuentas, tiene que transformarse. ¿Y por qué tendría que transformarse la mejor universidad del mundo hispanoparlante? ¿Acaso en las cuentas que piden no quieren contar a los miles de profesionistas que sirven en sus distintas áreas al resto de los mexicanos? ¿O acaso consideran que la misión de una universidad es la de conseguir dinero? Para conseguir dinero ya existen algunos edificios que se hacen llamar universidades, en esas escuelas los alumnos son principalmente billetes, en vez de un rostro humano, les ven en la cara un signo de pesos. Aunque les pese a los mercaderes de la educación, la fortuna de la UNAM consiste en no dedicarse al negocio, sino a educar.
Sé bien que en el tema de la gratuidad sí hay personas bienintencionadas que cuestionan y se oponen a que persista. Cabría señalar que el mismo Marx se oponía a la gratuidad de la educación superior. Yo, en cambio, estoy a favor de la universidad pública y gratuita. Mi mejor argumento es mi experiencia, mi vida. Si hubiera cuotas, yo no habría estudiado en ella. Se me dirá que miento, que si no tenía dinero pude haber trabajado para pagar mis estudios. Es fácil decirlo, yo sólo quisiera recordar que vivimos en un país donde se pisotea el derecho de los trabajadores, no se respeta el horario de la jornada laboral, los sueldos son muy bajos, las becas son escasas. Pensar que el reducido porcentaje de personas de clase baja que llegan a la universidad es atribuible a la falta de voluntad, no sólo es pensar mal, es cometer una infamia. Los pobres no competimos con igualdad de oportunidades. México padece una profunda desigualdad y la educación es un excelente medio para disminuirla. ¿Por qué echarle un candado de dinero a esa puerta abierta que es la educación?
Yo trabajaba de ayudante de electricista cuando hice el examen para la UNAM y antes haciendo encuestitas de casa en casa y más antes repartiendo volantes por unos cuantos pesos que se esfumaban nomás de pagar los pasajes. Y por más pequeña que fuera la cuota, habría escogido gastar ese dinero en otra cosa; la pobreza, a veces, no es buena consejera. No digo esto como sociólogo ni como politólogo, tampoco como economista ni como humanista, lo digo como una persona que se crió en una colonia popular: si la UNAM no fuera gratuita, yo no me habría ni siquiera atrevido a hacer el examen de ingreso.
Sé, por supuesto, que en el fondo nada es gratis. Nuestra Universidad es financiada por todos los contribuyentes y todos los mexicanos contribuimos. Los que más dinero ganan y no evaden totalmente sus impuestos creen que son ellos los únicos que contribuyen y, tal vez por eso, son los que censuran a la UNAM con un dejo de amos: ¡miren cómo gastan mis impuestos! ¡Ese dinero que podría ser derrochado en mí mismo! ¿Por qué esas personas no se preguntan por aquellos que trabajando más, ganan menos?
La deuda que tenemos quienes estudiamos en la UNAM no es con quienes más impuestos pagan, sino con quienes se esfuerzan más para adquirir la canasta básica de alimentos, y más aún, con quienes ni siquiera la pueden comprar. Yo lo veo en un ejemplo, si se quiere muy simple y vulgar: todo aquel ha ganado unas monedas con el sudor de su frente, ya sea campesino, albañil, vendedor de hamburguesas, tragafuegos, milusos, factótum, y ha comprado luego del trabajo una Coca-Cola o un cigarro suelto o cualquier otro producto que tenga IVA, ha pagado mi educación. Estoy en deuda, y si soy consciente de esa deuda es porque la UNAM es también una conciencia.
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