Al recordar los titulares de hace
45 años, no deja de ser indignante comprender que el periodismo mexicano en
general ha servido a las peores causas, a los gobiernos más dañinos y ha
mentido con descaro, cinismo y sin cortedad.
Hoy los herederos de los periodistas
que le aplaudían a la dictadura de Porfirio Díaz, justificaban los crímenes de
Victoriano Huerta y de Gustavo Díaz Ordaz, hoy defienden e incitan a la policía
de Mancera y Peña Nieto a que ataquen manifestaciones pacíficas.
Es muy importante señalar que los
manifestantes detenidos desde que Peña Nieto tomó posesión han sido personas
que protestaban pacíficamente. Por otra parte, quienes han ido encapuchados,
armados y han causado destrozos han sido grupos ajenos a los contingentes, digamos
claramente, infiltrados, ¿del ejército, de la policía, verdaderos anarquistas?
Realmente no sabemos, pero sin duda los periodistas no están cumpliendo con su
deber al omitir este “detallito”.
Las autoridades deben investigar
y los periodistas, informar. ¿Por qué no cumplen con esa labor? ¿Por qué no
hacen la diferencia entre las decenas de miles de manifestantes pacíficos y
unas decenas de jóvenes a quienes se les ha visto muy cerca de la policía antes
de las marchas e incluso ser transportados en vehículos militares? ¿Cuándo van
a informar acerca de eso que es sumamente relevante?
Hoy vemos en las redes sociales
información muy clara de los abusos policiales y también vemos el inaceptable
cinismo de quienes denigran y envilecen a grado máximo el periodismo, por
ejemplo, Carlos Loret de Mola y Ciro Gómez Leyva; el primero dice: “los
gobiernos prefieren aguantar lo indecible: que los granaderos resistan toda
suerte de embates violentos de los manifestantes más radicales tratando de no
responder”, el segundo al comparar las manifestaciones en México con las de
Brasil, Grecia y Corea dice: “La gran diferencia con otros países es que aquí
la policía vive amedrentada.”
Todo esto frente lo que muestran los
testimonios en videos y fotografías lleva a pensar en el estado miserable de
una buena parte del periodismo nacional.
Un columnista no tiene derecho a opinar sin estar informado y, menos aun, a
incitar a la violencia, específicamente, a la represión policial.
Estos tres videos son apenas una
pequeña prueba de que hay una distancia enorme, un abismo, entre lo que escriben
ciertos columnistas y la realidad. Y se trata de una distancia, además de periodística e ideológica, moral.
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