El continente más subversivo de
la literatura es el carnaval, por el contrario, la producción masiva de novelas
y cuentos en la actualidad, cuyas anécdotas son tan significativas como los
chismes cotidianos, representan la faceta más pasiva de la literatura, la que
va inoculando el aletargamiento en los lectores. Por eso hay que celebrar la
aparición de una novela que verdaderamente pone de cabeza a la narrativa: Días Lúgubres.
Me parece imposible que alguien
pueda leer Días Lúgubres sin que
termine planteándose una serie de interrogantes que reactiven su capacidad
lectora y, más aún, su interés por la situación actual del mundo.
Por principio, ¿qué es Días Lúgubres? ¿Una novela, una sátira,
teatro aurisecular en corral posmoderno? Este el primer reto para el lector:
ubicarse en los bordes de los géneros, los tonos y del vocabulario mismo, en el que se mezclan arcaísmos, neologismos y mexicanismos. De
ese modo, el pacto de verosimilitud que toda ficción establece, en esta obra tiene
que renegociarse.
Se nos presenta como personaje principal, Don Pollón, un estadista, cuya
esplendente capacidad analítica, al cabo de las páginas, termina por ser más notable
que su grande y enorme polla. Por supuesto, tal capacidad está inscrita en la
utopía pornocrática, el mundo alterno que creado por la novela, el cual, como las fantasías mozuelas, resulta extraño y atractivo, al mismo tiempo, conduce a la risa y al goce carnavalesco: es la inteligencia bailando
descaradamente.
Pornocracia es una utopía
amenazada por la distopía que pretende instaurar el Dalai Lama. Y aunque
parezca completamente absurdo que un líder espiritual impulse el derecho humano
a sobrevivir a una catástrofe nuclear, y que además la gente se entusiasme con
la idea de tal acontecimiento, lo cierto es que en nuestro mundo ocurren -cada vez más-, discusiones absurdas acerca de temas relevantes. No hay que olvidar que vivimos en
una sociedad de riesgo, en la cual ha quedado despolitizada la economía: vivimos, pues, dentro de
un espectáculo carente de director visible, por ende, en la frontera del absurdo.
¿En qué clase de mundo habitamos?
Es una pregunta pertinente que se configura gracias, en buena medida, al poder
de las visiones que nos ofrecen las obras de arte. Y justamente, Días Lúgubres es una de esas obras que
nos permite reabrir los ojos al enjambre de la actualidad.
¿Qué clase de mundo literario es Días Lúgubres? Es un descubrimiento, un nuevo
continente de la narrativa, que paradójicamente contiene joyas de la tradición
literaria, especialmente del teatro. En ella parecen resucitar los muy divertidos Pasos
de Lope de Rueda, la hermosa vulgaridad de La
Celestina, la saña grotesca de Rabelais. Pero incluso, hay fragmentos que
recuerdan diálogos platónicos, películas mexicanas y talk shows. Es decir, un coctel alucinante como el sueño de la
cultura. Lo destacable es que existe un innegable talento narrativo que mantiene la atención del lector a pesar de la fragmentación temática.
Asimismo, Don Pollón y Altramuz
están hechos el uno para el otro como otras parejas inolvidables de la
literatura. Su relación también es algo nebulosa, pero indudablemente, va
creciendo la amistad a lo largo de las páginas, y aunque no haya lugar para
sentimentalismos, su relación se mantiene con algo que me deja contento: la disposición para
intercambiar palabras buscando sentido. ¿No es esto la literatura y la
humanidad? También esto es Días Lúgubres.
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