25 sept 2012

Atrévete a dudar (Dubitare aude)


El hombre que se monta en un solo libro mira un muro; el hombre que, en cambio, se encarama sobre varios libros alcanza a ver, por encima del muro, un horizonte abierto. ¿Qué significa esta imagen? ¿Simplemente es una crítica religiosa? Es posible, ya que se aprecia la cruz cristiana en el lomo del libro solitario. Pero hay rutas de significación que pueden cuestionarse en tal imagen.

¿Qué significa realmente ese muro? ¿Es la ignorancia? Si lo fuera me parecería un engaño concebir que apilando libros llegue a ser posible sobrepasarla. Basta asomarse a la más pequeña biblioteca de la universidad más diminuta para sentir el peso de la gran ignorancia a la que estamos condenados: nuestro tiempo de vida es insuficiente para transformar el cuerpo en una biblioteca viviente y, además, tiende a infinito el contenido de las enciclopedias. Aun los más eruditos no podrían decir con honestidad que saben más de lo que ignoran. Nadie llega a la cima del conocimiento porque tal cima no existe.

Pero el muro podría ser otra cosa, una variante de la ignorancia, digamos la mentira o la cerrazón mental. Justamente, el hombre de un solo libro (hominem unius libri) tiene una visión dogmática porque no se permite conceder valor a lo qué dicen otros libros, aun cuando tenga noticias de ellos, por eso sería más preciso llamarlo: persona de una sola idea. Porque, por ejemplo, alguien podría leer muchos libros con la misma idea para reafirmar una única postura. Esto es lo que hacen los Testigos de Jehová y los practicantes de otras sectas religiosas: los mormones, los musulmanes, los marxistas, los psiquiatras, etc. Leen en distintos libros, una y otra vez, la misma idea.

Así que si la imagen es sólo una crítica religiosa no da en el blanco porque en Occidente, la Biblia, el libro emblemático de las personas de una sola idea, es una colección de libros de diferentes épocas, plumas e influencias, algo así como un mole religioso del Medio Oriente, con suficientes contradicciones como para que cualquier idea sacada de ahí sea confusa. Con esto, quiero decir que en esa serie de libros hay ideas contrapuestas y, por ende, el estudio bíblico riguroso se topa con muchas lagunas de sentido, por otra parte, la lectura superficial ha dejado un inmenso reguero de creyentes y fanáticos, de guerras y genocidios, de prisiones metafóricas y reales, y otros tantos dispositivos de control.

El panorama no me parece más alentador en el ámbito universitario, la especialización del conocimiento ha conducido a que los expertos se enfrasquen en torres de libros que suelen presentar, apenas modificada, la misma idea. Es suficiente hojear en las tesis los feamente llamados “estados de la cuestión” para admirar cómo se repiten los mismos juicios, las mismas sentencias, y si acaso cambia la tendencia canónica es por un efecto de teléfono descompuesto, más que por una verdadera renovación intelectual. El mundo académico es prácticamente otra cara de la religiosidad.

Las personas de un solo libro y las personas de muchos libros con una sola idea, acaso difieren únicamente en la amplitud de vocabulario y en el nivel de obsesión. Por otra parte, las personas con muchas ideas, interesadas en diferentes áreas de estudio, especialistas en nada y más bien vagabundas en la república de los pensamientos, no ven desde un sitio más alto, sino con una perspectiva errante, su visión de mundo tiende a ser elíptica, incluso veleidosa, o en resumen, relativista. Esto significa que avizorar distintos horizontes no conduce a saber más, sino a desconfiar del conocimiento. La presunción de sabiduría es por lo regular prueba irrefutable de ignorancia. Y curiosamente, reconocer la propia ignorancia es dar el paso más firme para vislumbrar el conocimiento. ¿Pero después de Sócrates quién se ha atrevido a permanecer ignorante?

La tradición iluminista ha producido a lo bestia incontables estanterías de libros que no nos han impedido andar entre tinieblas. Por supuesto que yo no considero que sea una pasión inútil ir a la escuela ni un ejercicio infecundo la búsqueda obsesiva de información, en otras palabras, considero agradable, incluso bueno, palpar la corriente ilustrada, pasear por ese río de investigaciones y estudios, donde no hay ira contra la realidad. Pero tengo claro que una cosa es pasear y palpar y otra muy distinta dejarse llevar por esa corriente, o bien, querer encauzarla, a fuerza, hacia un único dominio, porque tal cosa sería nuevamente cerrazón mental. En lugar del "atrévete a saber", yo diría: atrévete a dudar.

Quizá de todo lo que he escrito no se pueda obtener algo claro, pero acaso mi punto sea justamente señalar que andar entre tinieblas no es malo. Si compartimos la oscuridad, la oscuridad puede ser deliciosa. ¿Para qué buscar el interruptor de la luz si, mejor, podemos hallar a una persona que haga más cálida nuestra caverna?

¿Y si estamos solos? Bueno, he ahí un problema, hay que buscar compañía, buena compañía. En lugar de apilar libros, hacer reuniones, verdaderas re-uniones, y practicar la con-vivencia, con toda la carga etimológica que poseen estas palabras. En el rostro del otro puede aparecer un horizonte más amplio que en la mayor biblioteca del mundo. Tal asunto, por supuesto, es materia para otro discurso.

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