La idea de que la inteligencia es inútil me parece sospechosa. Si la gracia de la inteligencia es concebir mundos aunque sea incapaz de crearlos, el cultivo de la inteligencia debería considerarse un vicio inicuo. Pero si la inteligencia fuera indudablemente un bien, entonces, no podría ser nunca inútil. Esta segunda idea, en la que confío, me lleva a desdeñar los test de inteligencia y también a valorar en poco a los niños genio.
No todas las personas son inteligentes. O al menos no todas las personas están preparadas para demostrar inteligencia. Si esta cualidad es una capacidad para criticar, analizar y comprender, me resulta difícil llamar inteligente a una crítica o a un análisis que no esté acompañado de la prudencia. Considero de más valor el viso cauteloso de la prudencia que el relumbrón de la inteligencia. Quien es prudente ha conseguido un mayor dominio sobre las cosas que al que llaman inteligente. El prudente, para serlo, ha sabido incrementar varias cualidades, sabe juzgar bien, analizar más y comprender mejor que quien solamente ha desarrollado su capacidad intelectual.
Para mí una persona que sea reconocida como prudente supera en inteligencia a las personas que la gente considera inteligentes. Pero soy consciente de que yo no determino el significado de las palabras ni de las creencias populares. Actualmente hasta se le pone un numerito a la inteligencia. Y personas con un numerito alto de coeficiente intelectual en ocasiones ganan ciertos privilegios: la puerta abierta de alguna universidad, una beca, un posgrado, el apoyo económico para una investigación inútil, etc. Una de esas investigaciones inocuas inventó un recurso para medir la inteligencia de los muertos. Sí, así de absurdo como se oye. Determinó la inteligencia de algunos personajes históricos, Da Vinci, Cervantes, Galileo y demás. ¿Alguna persona prudente hubiera perdido el tiempo en eso? Lo curioso es que un muerto mucho menos famoso que aquéllos fue escogido como la persona más inteligente de todos los tiempos. Sí, así de absurdo. Esa persona es William James Sidis.
Su biografía es fantasiosa. Por fantasiosa me refiero a ficcional. Se dice que a los 18 meses ya leía el periódico. ¿Qué prueba hay? Ninguna. Se dice que hablaba 200 idiomas y que inventó uno propio. ¿Qué prueba hay? Ninguna. Bueno, eso de inventar un idioma sí es bastante gracioso, ¿con quién hablaría en una lengua que nadie más conocía? Al parecer sólo escribió un libro que ha aumentado el cerro de los libros prescindibles. Así que en resumen, su extraordinaria inteligencia para la humanidad resultó infructuosa. Aunque concedo que su prestigio pudo dejar alguna enseñanza para los falaces publicistas.
Otra cosa más me llamó la atención en la vida de Sidis: estudió siete carreras universitarias, jamás ejerció una sola y cuando tuvo un curso a su cargo lo abandonó al poco tiempo. Tal vez me equivoque, pero creo que hay retrasados mentales que son de más provecho a la humanidad que el señor Sidis.
No estoy de acuerdo con la idea de que el ser humano tenga una finalidad, es decir, no creo que estemos obligados a servirle a la humanidad, sin embargo, creo que el caso de Sidis puede conducir a la conclusión de que la inteligencia es inútil. Y como lo inútil no puede ser un bien, entonces, la inteligencia no sería un bien. Esto me llevaría de nuevo al concepto de prudencia: para que la inteligencia de un hombre sea valiosa es necesario que sea prudente.
¿Pero cómo se alcanza la prudencia? ¿Si uno es tonto puede llegar a ser prudente? En mi opinión no. Para mí sólo los inteligentes alcanzan la prudencia. Con esto quiero decir que para mí Sidis no era un hombre inteligente. Asimismo veo en él un signo de una época poco inteligente. Si contemplo a mi generación --en el resto del mundo más que en México--, veo en muchos estudiantes de posgrados muy poca prudencia, dicho de otro modo, un afán de erudición y escasa sensatez. Por ejemplo, imagino cuatro jóvenes de 25 años titulados: uno decide estudiar un posgrado porque quiere recibir dinero de una forma segura; un segundo joven estudia porque quiere obtener prestigio o superar un complejo de inferioridad; un tercero se matricula en el posgrado porque quiere seguir aprendiendo en un aula, oyendo a varios profesores y encerrándose en bibliotecas; y el último decide estudiar por su cuenta, a su ritmo y a empezar a hacer cosas, a generar conocimientos, no sólo a consumirlos. ¿Quién es el más inteligente de los cuatro? ¿Quién es el más prudente? Creo que el lector ya sabe cuál es mi respuesta. No estoy en contra de los posgrados, de ningún modo, sólo no creo que esa elección sea siempre un camino prudente.
La inteligencia, en tanto que capacidad crítica, analítica y de comprensión, es probable que tenga un mejor desarrollo cuando se cultiva al interior de uno mismo, en soledad, lejos de los prejuicios. Ya que si hubiera que proponer una nueva forma de medir la inteligencia, yo sugeriría que la inteligencia es inversamente proporcional a la cantidad de prejuicios que uno carga consigo.
5 comentarios:
Excelente tu definición, una definición “de combate” que reivindica lo que tiene nuestra humanidad de proyecto inacabado. Ojala este año obtengas esa audiencia más amplia que tus escritos se merecen.
Un saludo
Anthony
Creo que la inteligencia es una combinación de todo y como dices ser inteligente debe de estar acompañado de ser prudente; ser inteligente es una habilidad, un talento; y cuando realmente se es una persona inteligente no se necesita alardear porque es notorio y las demás personas lo reconocen sin sentirse menos. La persona que es realmente inteligente sabe que esa virtud aflora y que algunos les molestara mientras que otros le reconocerán si interés. Pero mucho mas arriba que la inteligencia o la prudencia se encuentra el amor.
Los sabios aman, los otros sólo tienen apego.
creo que el ser inteligente es saber el significado de prudente, ya que sino pues entonces no se es tan inteligente y si solo se es prudente no precisamente es inteligente.
Aunque de igual forma me gustó mucho tu su opinión.
soy tu fan.
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