Tenía la esperanza de no escuchar un solo toquido en la puerta, y cuando escuché sus nudillos pegándole a la madera, aún quise imaginar que se trataría de la recamarera o de cualquier otra persona. Cuando vi por la mirilla el rostro de Silvia, fui incapaz de controlar temblores en mi cuerpo. Pensé que necesitaba domar mi nerviosismo antes de abrirle, de otro modo no lograría finalizar la cita que había planeado durante un mes.
Toqué la perilla sin girarla, temía que al encontrarme de frente con Silvia el silencio me ganara y, con ello, ella me avasallara con su voz, con reclamos e insultos y que se marcharía sin culpabilidad, dejándome frustrado, como un criminal que sin consumar su venganza fuera apresado. Por eso cerré los ojos, esperé a que mi respiración se normalizara. Luego le abrí.
--Ya sabía que habías sido tú. –Dijo sin sorpresa y con desgana.
--Traje una botella, vamos a brindar.
--No tengo ganas de tomar...
Tres semanas antes, había comenzado a escribirle correos electrónicos. Me había esforzado en parecer un experto sexual y, además, una persona discreta, cálida, comprensiva. Como conocía bien a Silvia, sabía qué clase de comentarios decir y cuáles evitar: nada de misoginia, cero política y deportes; en cambio, redactaba constantes comentarios alegres, sueños de viajes y mucho sobre música. De tal suerte conseguí relativamente rápido que confiara en mí.
La primera vez que platicamos por messenger tenía miedo de que me descubriera. A ella le había confesado secretos que a nadie más me hubiera atrevido a contar. ¿Cómo disfrazar mis palabras ante ella? No me pareció suficiente cambiar la letra y equivocarme a propósito en la ortografía, usé vocablos infrecuentes en mí e intente un tono expresivo muy distinto al que de común utilizo. Por el contrario, tuve menos reparos en enviarle una foto mía, a pesar de que ella me había visto todos los días durante el último año, supuse que si veía una imagen de mi desnudez, no me reconocería.
Por esas fechas, en la casa, Silvia y yo platicábamos muy poco. Algunas frases breves sobre la comida. Casi nada acerca de mi trabajo, ella no pronunciaba nada más que un “bien” si le preguntaba por su empleo. Sólo disfrazado de amante cibernético conseguí enterarme de algunos de los nuevos segmentos de su vida. Supe que todos los días meditaba en cómo separarse de mí, que a veces iba al cine sola, también supe que usaba otra lencería.
Ya habíamos terminado de facto nuestro concubinato, sólo deambulábamos bajo el mismo techo por desidia. ¿Cómo habíamos llegado hasta ahí? Sospecho que nuestro conflicto inició el día en que ella me platicó de sus primeras relaciones sexuales. La timidez con la que las narraba, me pareció síntoma de una lujuria enmascarada, deseosa de liberarse. Desde entonces, fui víctima de la curiosidad. Pretendía reproducir en mi mente los posibles rostros de Silvia siendo desnudada por otros hombres. Durante varios meses fui enterándome de cada vez mayores detalles con respecto a su anterior vida sexual; con frecuencia sus relatos se contradecían entre sí. En algunas ocasiones ella se excitaba con sus reminiscencias pero en otras se fastidiaba, aseguraba que ya no recordaba bien, que su memoria era incierta, que no la siguiera chingando. En esos días yo quedaba convencido de que el pasado es ficticio; sin embargo, cada vez que alcanzaba un punto intenso de excitación volvía a inquirirle lo mismo y ella volvía a describirme con tal verosimilitud sus aventuras, que me dejaba bien convencido de la importancia de sus antiguos placeres.
Si mal no recuerdo ella fue quien primero planteó la posibilidad de que yo estuviera con otra mujer. La rechacé al principio previendo que fuera una trampa para demostrar mi latente infidelidad. Cuando yo le revertí la pregunta, aunque ella también rechazó la idea, dejó unos instantes en suspenso su respuesta. Para mí, esos instantes de suspenso fueron la respuesta.
--¿Ya estás contento, te sientes realizado de verme aquí? Yo ya sabía, te conozco mejor de lo que tú a mí, sé lo que querías hacerme sentir.
-- No vamos a discutir.
--¿Por qué no estás en tu trabajo?
-- Si no quieres tomar, vamos a oír música.
Creo que todas las fantasías son reales. Son la miseria de la realidad puesta de cabeza. Pero hay fantasías que rasguñan cada vez más duro la vida cotidiana. Silvia empezó a buscar un amante, impelida por mí, para un trío. Sólo que el trío nunca se hizo real. Ella quiso probar por su cuenta. Se inscribió por internet a una página de contactos. Se citó con un chico una noche, se fueron a un hotel y luego regresó a casa a contármelo. La segunda vez me llamó desde una habitación y la tercera dejó descolgado el auricular para que yo pudiera imaginar mejor.
-- Vine sólo a decirte eso, que esperaba que me recibieras de otra forma y que de último momento te arrepintieras de jugar conmigo.
--Quiero verte desnuda.
--Tengo frío.
--Me gusta ese brasier.
Silvia tenía la piel fría esa tarde, quise tocarla de otra manera. La besé de un modo distinto. Allí donde solía apretarla, la acaricié; y allí donde la tocaba con delicadeza, la oprimí, la rasguñé, le ordené posiciones que jamás habíamos realizado. Le repetí al oído algunas palabras que le había escrito en aquellos correos. Cuando la sentí más húmeda, más temblorosa y más débil, me detuve. Ella se detuvo también.
¿Podríamos llegar a viejos juntos después de eso? ¿Por qué yo le era insuficiente? ¿Por qué ella me era insuficiente? ¿Por qué deseaba conocerla hasta el último rincón de su piel y hasta el último rincón de su pasado? ¿Por qué los celos y los deseos y los terceros? ¿Por qué quería llorar y ceñirla mientras me fui con mucha lentitud saliendo de ella? ¿Por qué había usado un nombre falso para citarla? ¿Qué buscaba al comprobar que ella era capaz de irse con un desconocido a un hotel? ¿No era yo, en verdad, un desconocido para ella? ¿No son en verdad desconocidas todas las personas con las que tenemos sexo? ¿Quién no conoce las metamorfosis sexuales?
Yo no quise verla mientras me vestía. Tenía miedo de abrazarla. Ella susurró unas palabras, luego se quedó callada y empezó a vestirse, antes de que terminara, salí de la habitación. Hasta ahí llegaba mi plan.
2 comentarios:
Es una cosa entre morbosa y placentera imaginar a alguien que amamos con otra persona. Pero sobre todo creo que es una mera cuestión de ego: es querer constatar que el otro no puede hacer con alguien más lo que hace con uno.
Bien hecho, todas las relaciones, todas son tortuosas de una u otra forma.
Publicar un comentario