24 feb 2008

La cura

This is a MTV story. Porque un día yo pensé que Saúl Hernández estaba en la televisión y dejé mis audífonos y abandoné mi tarea y quité el mute de la tele para escucharlo, pero escuché a The Cure.
Aquel descubrimiento, nadería dirán algunos, fue significativo en mi vida. Lo juro por Dios, aunque sé muy bien que soy ateo, mi juramento debe ser considerado doblemente comprometido por el hecho mismo del ateísmo. Como esto es un cuento no cuento con tiempo para detenerme en las explicaciones de tan irrefutable verdad.
Mediante Google, excursioné en múltiples sitios dedicados a esta banda británica, hasta toparme con un foro dizque gótico donde decidí registrarme y ser asiduo participante. Uno de los temas periódicos era la no goticidad de Robert Smith y sus muchachos. Las bizantinas disputas estaban por fortuna inoculadas de sarcasmos y alusiones personales que me divertían sobremanera. Parecía que todos se conocían al menos de vista. Ahora sé que los antisociales, quieran o no, frecuentan zonas tribales: El Chopo, el Dada X, el Café Bizarro, etc. Y comprendo que compartir un foro con alguien que tiene tus mismos gustos es una razón más para proferir insultos.
Pero a mí no me conocían, porque yo no vestía de negro ni bailaba rolas de Depeche Mode, ni usaba playeras de Christian Death, tampoco en mi cuarto colgaba pósters de Siouxie ni me enteraba de los conciertos de London Alfter Midnight. Apenas, muy apenas en cuestión de tiempo, me gustaba The Cure.
Tendría que hacer algún apunte acerca de mi personalidad, de mis ocultas fallas psíquicas, que posiblemente coadyuvaron para mi destrucción moral, pero prefiero contarlo sin esas teorías inconfiables.
Resulta que fui conociendo poco a poco en persona a los miembros de aquel foro. Especialmente a las miembras. Pienso que ocurría al hacerlo una decepción interesante. Disfrutaba en cierta medida la rareza de esa gente hasta que descubría que eran muy parecidos a cualquiera. Demasiado humanos, dijera un nietzscheano. Pero en una ocasión, ya se imaginan, sí, en efecto. Pasó eso.
Se llamaba Claudia. Sí, se llamaba, porque estoy seguro que luego de mandarme a la chingada, se evaporó de la tierra.
No era gótica ni dark ni cualquier otra denominación. Sólo era fan de The Cure. Y ellos iban a venir por primera vez a México. Fuimos al Palacio de los Deportes. ¿Por qué no se llama el palacio de los conciertos o, mejor, la bola extraña de los conciertos? Porque ni parece palacio ni creo se practiquen deportes allí. Sé bien que escribí esto para demorar mi confesión.
Fuimos. Vimos a un gordito. Piggy in the concert. Estuvimos eufóricos, cantamos, en realidad ella cantó, yo tararé porque el inglés no me sale. Por cierto no entendíamos nada de lo que decía entre canción y canción. Pinche acento inglés. Al final, era muy tarde para que ella volviera a su casa. Paramos en un hotel. Planeábamos dormir. Encendí el radio y allí estaba The Cure. Una buena señal, pensé yo, una mala, dijo ella, porque es una rola depresiva. Remember the first time when I told you I love you…
Nuestro personal after show fue un before show. Nos veíamos todos los días. Fue la etapa Close to me. La de las mentiras amorosas, ¿piadosas? Acaso la más cruel de todas. Uno no debería nunca confesar su enamoramiento porque no encuentro nada más vergonzoso que eso. Además de ser algo tan encasilladamente romántico.
No sé la frontera ni el trecho de días que separaron esa primera era de la segunda que bauticé como la Just Like Heaven. En ese tiempo se me ocurrieron dos títulos para sendos poemarios: Días de orgasmos y de mieses y La vuelta al mundo en ochenta hoteles. Lástima que no soy poeta y no los pude hacer.
En una de esas fallidas pretensiones poéticas que hacía pasar por versos escribí: nuestro amor no cabe en los hoteles. El mal decasílabo buscaba convencer a Claudia de mi interés de vivir con ella. Sí, lamentablemente, la convencí.
Sin dinero, sin trabajo, sin razón de hecho, calculé que convenía rentar una pequeña habitación antes de continuar gastando en hoteles. Eso calculé, pero yo no decía calculé, sino calculamos, así como decía ‘nuestro’ y no ‘mi amor’.
No sólo por el dinero, vivimos miserablemente. Viví, pues. Supongo que ella también, yo me encargué de eso. Hubiera sido la fase Let’s go to the bed, si no fuera porque fue más rudo y dramático que esos acordes pegajosos. He olvidado un pequeño detalle: los celos.
Ya viviendo juntos, fuimos al UTA underground, a una noche ochentera, encontré a un par de chicas del viejo foro gótico, que ya ni siquiera recordaba, una de ellas subió a cantar con un grupo 10:15 at Saturday Night.
--¿Por qué te le quedas viendo, la conoces?
--Me le quedo viendo porque está cantando, la veo como todos la ven.
--No es cierto, tú te le quedas viendo de otra forma y no me gusta. No me beses.
--…
--Sí la conoces ¿verdad? Por eso no me respondiste.
--La conocí hace tiempo, pero ya, no es importante.
--¿En dónde la conociste?
--En el foro, y luego salimos unas veces.
--Ah, salieron juntos varias veces. Eso no es lo mismo que conocerla. No me abraces. Ya sabes que no me gusta que me mientas.
--No te mentí, ya no sigas.
--¿Cómo se llama?
--Paola.
--Ah, ella es Paola. La que nació el mismo día que tú, con la que tenías un vínculo especial, sólo por eso. No te me acerques. Yo nunca voy a tener eso porque no puedo cambiar mi fecha de nacimiento ni puedo cantar así, aunque ella es pésima cantando y se ve que es una puta.
--No mames, no empieces con tus pendejadas.
--Ay, sí, no quieres que insulte a tus pinches amiguitas, ¿pero tú sí me insultas a mí, verdad?
No me gusta recordar esto. Me sorprende que recuerde tan exactamente esos diálogos. Aunque no muy bien lo siguiente. Estuvimos todavía como una hora discutiendo. Hasta que se salió del lugar y se subió a un taxi. Eso me molestó tremendamente porque teníamos poco dinero y ya habíamos gastado en el cover sin aprovecharlo e iba a pagar un taxi. Luego no sabía qué dirección decirle al taxista; yo le pedí que nos llevara a casa, pero ella pidió que nos llevara a otro lugar. Le dijo que yo era un mentiroso. Él no tenía ni idea, pero alguien inculca a los taxistas el ser metiches. Procuró reconciliarnos y nos condujo a un hotel, lo cual yo consideraba un impresionante desperdicio. Allí volvimos a discutir. Me tenía totalmente fastidiado. Me puse a ver una película porno. Mi gritó muchas groserías y le respondí con otras tantas. Nos separamos después de esa noche.
In Between Days. Es imposible terminar la primera vez que uno quiere terminar con una relación importante. Siempre hay días intermedios en los que uno extraña, en los que no resulta fácil recordar los defectos del otro, en los que uno piensa en lo bueno, en lo gozoso. Pero en esos días intermedios uno hace lo que la pareja dice que no debes hacer. Bueno, ella lo hizo, quizá yo lo hice.
Conoció a una chica que le caía muy bien, según me dijo. Tal chava vivía con su novio y les gustaba hacer fiestas. Claudia empezó a frecuentarlos. Un día no quiso salir conmigo porque quería hablar con su amiga que estaba molesta por alguna causa. Yo intuí el motivo.
Debo decir que olvidé otro pequeño detalle. Un periodo Why Can’t I Be You. Cuando el cinismo se disfrazó de confianza, comenzamos a contarnos anécdotas. Ella me decía que sólo lograba venirse visualizando a una mujer desnuda. Añadió un recuento de los besos que se daba con ciertas compañeras de la secundaria. Así que una noche procuramos un juego. Ella se vistió de mí y yo de ella. Platicamos invertidamente. Me parece ahora que fue claro que no teníamos nada común, excepto The Cure y que si no nos gustábamos invirtiendo roles, tampoco con los usuales. Nuestro lúdico intento de transformarnos fue un fracaso. ¡Y sigo diciendo nuestro!
--¿Solucionaste el problema con tu amiga?
--No, yo no entiendo a esa gente, ya no importa, sólo que tú y yo volvamos a estar juntos.
--¿Por qué se había enojado contigo?
--Por una confusión, luego te cuento.
--¿Te acostaste con ella?
--No…
--¿De verdad?
--No, la verdad sí me ponía nerviosa, pero no pasó nada entre nosotras, sólo que…
--¿Qué?
--Su novio se quiso aprovechar de eso. Me besó a la fuerza en un momento en que entré al baño y ella nos vio y pensó que había algo entre él y yo.
--¿Te acostaste con su novio?
--No…
--Pero hubo algo, ¿o no?
--Con él no, pero sí me acosté con otro.
--¿Por qué?
--Porque tenía mucho enojo. Ya tenía sueño y me fui a acostar a una recámara. Allí estaba. Ni siquiera me gustó. Sólo que él comenzó a manosearme. Y me dio coraje. Por eso me lo cogí. Y me sentí muy mal después.
--¿Y luego qué pasó?
--Él se quedó durmiendo ahí y yo fui a la sala de nuevo, ya estaban durmiendo los otros, me acosté entre dos y ellos empezaron a tocarme.
--¿Y lo hiciste con ellos?
--No. Ya no, porque me cae mal que tengan novia y quieran con otra.
--Está bien, yo también tuve algo con alguien.
Después de ese regreso, hubo otras despedidas y otros retornos. Pero el eterno retorno no existe. El corazón, el espíritu, yo qué sé, algo se va desgastando. Algo se rompe de pronto un día. Ni siquiera por algo grave, por una pinche gota se derrama el vaso. Las tardes siguientes después de cortar con ella definitivamente, estuve viendo sus fotos. El lapso último: Pictures Of You. La había mandado al infierno, le había dicho que ya no quería saber nunca jamás nada de ella. Una semana después, la llamé arrepentido y me respondió la voz de un hombre un tanto somnolienta. Ella luego, casi sonriente me dijo que no la molestara más, y me colgó. Tenía una fotografía suya en mi pared. La golpeé. Me masturbé sobre ella, la rompí. Escuché Disintregretion y me puse a llorar. Durante meses no había vuelto a oír nada de ellos porque me enloquecían los recuerdos.
Hoy, sin embargo, he oído Bloodflowers mientras escribía. Encontré la cura, yo creo.

1 comentario:

Lata dijo...

Qué fuerte, tío...
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