Cómo te fue? Solamente eso
decía el mensaje de texto. Una joven que leyó el mensaje en su teléfono móvil dijo: es mi mamá. Se llamaba Lucía y estaba con tres chicas
en una cafetería. Estoy en la hacienda…
Comenzó a escribir: su índice era un insecto experto en polinizar las teclas y
producir mensajes. Primer día y ya tengo un montón de tareas, lo chido es que hice dos amigas más, son bien cool… La madre se habría conformado
con un todo-bien, en cambio a Lucía le gustaba la abundancia de detalles.
Sin haber finalizado su mensaje, Lucía les compartió a las chavas: mi madre todavía se preocupa por mí, aunque vive
estresada: tiene una agencia de viajes y se la pasa el día entero al teléfono
con sus clientes. Las chicas no dijeron nada al respecto, cada una buscaba
imponer su propio tema. Así pasaron aquella tarde.
Antes de que Lucía regresara a
casa, leyó otro mensaje: yo sólo tengo una amiga y me ha costado media vida.
¿Será cierto que tú haces tantas amigas?
Claro. Respondió Lucía en un segundo, sólo mentalmente. Sin embargo, al entrar en su casa sintió una curiosa zozobra, como si faltara
alguna cosa, aunque allí estaba la despensa y los imperecederos, la vajilla y los
electrodomésticos, la computadora y los ruidos vecinos. Calentó un sándwich y
se conectó a Facebook, Twitter e Instagram. Se diría que le llegó la brisa de
las imágenes veloces. Ojeó lo que comentaban sus contactos, repartió me-gustas,
escuchó la música que oía la gente que ella seguía, activó el chat y la comenzaron a
saludar.
Cuando llegó su madre, Lucía
apenas si la oyó entrar, al mismo tiempo un chavo la invitaba a un concierto,
otra amiga le pedía consejos, tenía pausado un documental sobre la revolución
industrial y veía las fotos del chico que le había coqueteado durante la clase
de Redacción.
-Hola, hija, ¿ya cenaste?
-Sí, ma, ¿estás bien?
-¿Estás con tus muchos amigos?
-Sí, con algunos… ¿estás siendo
irónica?
-Dime, de verdad, ¿cuántos de
ellos enterrarían un cadáver para salvarte?
Gracias mil por apoyarme, te quiero, Lu. Paso por ti a las seis el
viernes, eeeehhhh.
-No entiendo a qué viene eso,
mamá.
-Me parece que pierdes mucho el
tiempo. Es útil tener contactos y contar con alguna amistad pero tú sólo tienes
conocidos con quienes desperdicias la vida.
-La disfruto, mamá, lo que se
disfruta no se desperdicia. Bájale a tu amargura.
-Te apuesto que ahora que los
necesitarás, ninguno de tus amigos te ayudará.
-¿Por qué dices que los
necesitaré? ¿Estás bien?
La madre caminó con demasiada
lentitud hacia la mesa, se sujetó de ella como para no desplomarse. Patricia
Monte era su nombre y estaba amargada por el feminicidio que acababa de cometer
y porque el cuerpo del delito yacía en su cajuela. De su bolso Patricia Monte
extrajo un revolver y dejó que cayera sobre la mesa del comedor haciendo
saltar un poco las moronas del plato que allí estaba.
-Fue una locura, pero ahora necesito tu ayuda, Lucía.
-Me traicionó. La encontré con un babydoll que Enrique supuestamente me había comprado a mí. La pistola es de Enrique. Yo quería darle una noticia. Y la encontré a ella. Se atrevió a decirme que no era una aventura, que se querían. Me apuñalaron. Ellos me apuñalaron por la espalda. Tuve que entrar al cuarto, la cama estaba destendida, olía a sexo, saqué la pistola. Le di dos veces. No quise dejarla ahí. Me la traje en el coche. Ahora te necesito, hija.
Mi madre está bromeando, pensó Lucía. Sé que es arrebatada pero no es capaz de matar. La pistola es real, la historia no. Mi mamá no podría matar, menos a Karla que es su amiga, aunque la viera en el peor momento. Eso no.
Mi madre está bromeando, pensó Lucía. Sé que es arrebatada pero no es capaz de matar. La pistola es real, la historia no. Mi mamá no podría matar, menos a Karla que es su amiga, aunque la viera en el peor momento. Eso no.
-No sé, me ha estado llamando. Yo
no puedo pensar. Tú tienes que deshacerte del cuerpo. Pídele a uno de tus
amigos que te ayude. No les digas que fui yo.
Lucía seguí incrédula: tomó las
llaves del auto, se acercó a la cajuela y, luego de abrirla, contuvo el grito
que fue gritado en su cabeza.
Recordó sin querer cuando se rompió la nariz, quizá por la abundancia de sangre. Vio que sus dedos temblaban sobre el volante instantes previos a que se decidiera a arrancar.
Recordó sin querer cuando se rompió la nariz, quizá por la abundancia de sangre. Vio que sus dedos temblaban sobre el volante instantes previos a que se decidiera a arrancar.
¿Qué amigos buscar? ¿Alguien
discreto o alguien sin escrúpulos? ¿Alguien con quien ya se hubiera acostado o
un prospecto capaz de todo? ¿Una mujer o un hombre?
Se dirigió a la casa de Cosme. Se
rifa en todo, es talachero, me quiere, me va a ayudar. Se decía a sí misma
Lucía.
-¿Qué? No mames, Lucía. Si
quieres te doy una lana y te pelas hasta la chingada, yo que sé, al gabacho,
donde no te encuentren, pero nada más, güey, el coche lo dejas abandonado.
Después se dirigió a la casa de
Brenda. La conocía desde la secundaria, varias veces se habían cubierto las
espaldas la una a la otra.
-¿Pero qué te pasó? Vas a ir a la
cárcel, no vas a poder escapar. Neta es mejor que te entregues. Es que yo no
creo que tú vayas a poder vivir con tu conciencia si no te entregas.
Luego visitó a su prima Laura. De
niñas eran uña y mugre, más tarde se distanciaron, pero se caían bien y eran
familia.
-Ay, Dios mío, le voy a decir a
mis papás. No te puedo dejar ir, por favor, por favor, llamemos a la policía,
decimos que has estado aquí toda la tarde, ay, no sé, Lucy, lo siento no quería
ponerme a llorar, ¿qué hago?
Lucía decidió cachetear a su
prima y gritarle que todo era una broma. Pensó que por lo menos así la
descontrolaría y evitaría que hiciera algo muy estúpido.
Se quedó un rato sin saber qué
hacer, conduciendo sin rumbo. Se acordó de Julián. Sin explicarle nada, le ordenó
que fuera al motel al que habían ido una vez en la carretera hacia el Ajusco.
Lo vería en la esquina.
Él ya estaba allí cuando ella
llegó con cara de gusto. Ella no quería abrir la boca. Ni siquiera le respondió
cuando Julián preguntó: ¿está bien si sólo te doy doscientos? Ella sin
hacerle caso, pagó, recibió una llave y fue a estacionarse con calma. Bajó la
cortina metálica y entonces, por fin, desde un costado de la cajuela, le relató lo que tenía adentro sin atreverse a mirar ni a explicar mayor cosa. Él un poco asustado se atrevió a asomarse.
-Ay, cabrón.
Mientras el rostro de Julián pasaba del susto al desconcierto y de ahí a una mezcla de miedo y asco, para luego todo convertirse en simplemente furia, Lucía decía:
-Tenemos que subirla, dejarla en
la habitación, esperaremos un rato y luego nos iremos. No nos veremos más.
-Estás completamente enferma, Lucía.
Pinches bromitas las tuyas.
Julián se fue enojadísimo. Lucía
comprendió esa reacción cuando Karla con muchos trabajos salió de la cajuela y
le dijo “hola” afablemente escurriendo sangre como un zombi chafa de película dominguera. Enseguida empezó a timbrar su celular. La voz de su madre
quería saber cómo iba todo.
-¿Ya sabes si tienes muchos
amigos?
-¿Sólo para probar un puto punto
hiciste esto? ¿Y si me da un infarto o diabetes o me suicido? Te juro que lo
pensé. Eres una adolescente, mamá. Tienes más de cuarenta y eres tan inmadura,
tan…
Karla, mientras intentaba
desentumirse del paseo de casi dos horas, abogó por su amiga: “no te enfades
con tu mami”.
-¿Por qué no te ayudaron tus
amigos?
-Pobres de mis amigos, voy a
llamarles para disculparme, han de estar preocupadísimos. Te pasaste. Asesinar
no es una puta broma, ser cómplice de un homicidio no es para bromear.
-Feminicidio.
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