20 nov 2011

Anti-reseña


Los niños bien es un producto de la locura, dice la contraportada de esa novela, que es  una de las más originales obras de la literatura mexicana. Pero no considero que sea una locura ni una serie de absurdos, sino un acercamiento apasionado a los vicios de la sociedad actual.

El más grande de nuestros vicios es la estupidez. Mover las piezas del ajedrez de nuestra vida sin considerar las consecuencias es el fruto de la estupidez. La levedad o el relajo nos han trastornado. Peor aún, hemos llegado a una situación carente de sentido, ya que si entregamos nuestros días a los placeres, en medio de esa nube de embriaguez, nos avergonzaríamos de regresar a la sobriedad, a ese mundo con careta de decencia, de buenos modales y, en el fondo, aún más absurdo que las alucinaciones que provoca la más adulterada de las bebidas alcohólicas.

¿Pero qué es Los niños bien, además de un espejo de la sociedad posmoderna? ¿Acaso ser un espejo no es suficiente? Dice Nachón que usó un doble absurdo como forma de estilo. Un doble absurdo es prácticamente una sensatez. ¿Y cómo es su estilo? Bueno, un montón de palabras, unas tras otras, dando vueltas a lo pendejo y, de repente, en varios derrepentes, aparece lo poético como un temblor que abriera zanjas bajo los pies de la novela. Y luego, pareciera, que un gran miedo al sentimentalismo lo cubriera todo de nuevo de cinismo, sexo, alcohol.

Algunas letras se escapan de las palabras; los gritos se transcriben; el lenguaje no verbal se aferra a un cachito de palabra escrita. En resumen, Nachón vivifica a personajes absurdamente literarios. Se burla de los lugares comunes de la literatura. Se nota que sabe a la perfección los trucos de los novelistas y los muestra: es como un ilusionista que traicionara al gremio de la magia mostrando la fullería de cada acto mágico.

El autor no estaba muerto, andaba de parranda. Esto es lo que nos dice Nachón. Si los críticos literarios enterraron al autor, Nachón lo hace un personaje, que es realmente dos personajes: un niño bien y el autor de la novela, por ende, la narración está en cuarta persona. ¿O sea, cómo? Pues así. Resulta que la tercera persona tiene dos personalidades. Y claramente uno más tres da cuatro.

La verdad es que yo no sé describir una antinovela de-generada como Los niños bien, sin embargo, me dije a mí mismo que es posible que esté haciendo una antirreseña. Así que mejor transcribo la parte climática la obra (si puede haber clímax en un círculo que no va a ningún lugar), que es el diálogo entre Zadig, aquel personaje voltaireano, y nuestro autor, ahí va:

-¿Qué? Dame un remedio para la cruda.
-Si te lo digo quizá no lo hagas.
-¿Cuál es?
-No volver a beber.
-Tienes razón, aunque ahora ya me dieron más ganas de seguir.
-Sí, pero ya te echaste a dos Niños Bien, estás quebrando a tus tíos, tu vieja anda con Kundera. En total, que la estás cagando requetebién gacho.
-Tienes razón, dejaré de chupar; pero mientras ¿qué me tomo para la cruda?

Por último, y sin duda, Los niños bien merecería un lugar destacado en la literatura nacional. Por alguna razón que no comprendo en las librerías la tienen como una novela erótica. Tampoco es erótica Cachetadas en las nalgas, novela que pronto también antirreseñaré con la esperanza de que Fernando Nachón, aún si está en el purgatorio, reciba un elogio.

1 comentario:

Anthony dijo...

Ya me animaste a leer la novela con el senuelo de convertirme en la "quinta persona".

Anthony