Los niños bien es un producto de la locura, dice la contraportada
de esa novela, que es una de las más
originales obras de la literatura mexicana. Pero no considero que sea una
locura ni una serie de absurdos, sino un acercamiento apasionado a los vicios
de la sociedad actual.
El más grande de nuestros vicios
es la estupidez. Mover las piezas del ajedrez de nuestra vida sin considerar
las consecuencias es el fruto de la estupidez. La levedad o el relajo nos han trastornado.
Peor aún, hemos llegado a una situación carente de sentido, ya que si entregamos
nuestros días a los placeres, en medio de esa nube de embriaguez, nos
avergonzaríamos de regresar a la sobriedad, a ese mundo con careta de decencia,
de buenos modales y, en el fondo, aún más absurdo que las alucinaciones que provoca
la más adulterada de las bebidas alcohólicas.
¿Pero qué es Los niños bien, además de un espejo de la sociedad posmoderna? ¿Acaso
ser un espejo no es suficiente? Dice Nachón que usó un doble absurdo como forma
de estilo. Un doble absurdo es prácticamente una sensatez. ¿Y cómo es su
estilo? Bueno, un montón de palabras, unas tras otras, dando vueltas a lo
pendejo y, de repente, en varios derrepentes, aparece lo poético como un
temblor que abriera zanjas bajo los pies de la novela. Y luego, pareciera, que
un gran miedo al sentimentalismo lo cubriera todo de nuevo de cinismo, sexo, alcohol.
Algunas letras se escapan de las
palabras; los gritos se transcriben; el lenguaje no verbal se aferra a un
cachito de palabra escrita. En resumen, Nachón vivifica a personajes
absurdamente literarios. Se burla de los lugares comunes de la literatura. Se
nota que sabe a la perfección los trucos de los novelistas y los muestra: es
como un ilusionista que traicionara al gremio de la magia mostrando la fullería
de cada acto mágico.
El autor no estaba muerto, andaba
de parranda. Esto es lo que nos dice Nachón. Si los críticos literarios
enterraron al autor, Nachón lo hace un personaje, que es realmente dos
personajes: un niño bien y el autor de la novela, por ende, la narración está
en cuarta persona. ¿O sea, cómo? Pues así. Resulta que la tercera persona tiene
dos personalidades. Y claramente uno más tres da cuatro.
La verdad es que yo no sé
describir una antinovela de-generada como Los
niños bien, sin embargo, me dije a mí mismo que es posible que esté
haciendo una antirreseña. Así que mejor transcribo la parte climática la obra (si puede haber clímax en un círculo que no va a ningún lugar), que
es el diálogo entre Zadig, aquel personaje voltaireano, y nuestro autor, ahí
va:
-¿Qué? Dame un remedio para la
cruda.
-Si te lo digo quizá no lo
hagas.
-¿Cuál es?
-No volver a beber.
-Tienes razón, aunque ahora ya
me dieron más ganas de seguir.
-Sí, pero ya te echaste a dos
Niños Bien, estás quebrando a tus tíos, tu vieja anda con Kundera. En total, que la estás cagando requetebién gacho.
-Tienes razón, dejaré de chupar;
pero mientras ¿qué me tomo para la
cruda?
Por último, y sin duda, Los
niños bien merecería un lugar destacado en la literatura nacional. Por
alguna razón que no comprendo en las librerías la tienen como una novela
erótica. Tampoco es erótica Cachetadas en
las nalgas, novela que pronto también antirreseñaré con la esperanza de que
Fernando Nachón, aún si está en el purgatorio, reciba un elogio.
1 comentario:
Ya me animaste a leer la novela con el senuelo de convertirme en la "quinta persona".
Anthony
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