Creo que una base del diálogo es el derecho a quedarse callado en algún momento. En otras palabras, que uno esté dispuesto a dialogar no significa que uno esté comprometido por la eternidad. Uno puede parar, marcharse, renunciar llegada la hora.
Hay formas muy diplomáticas de renunciar al diálogo, creo que no hace falta mencionarlas porque pienso que todos sabemos fingir, cuando la ocasión lo amerita, que ha ocurrido algo que nos obliga a suspender una reunión. Hay otras formas más violentas de cancelar un diálogo y también creo que todos hemos caído alguna vez en esas violencias.
El modo que yo detesto de terminar un intercambio verbal es la acusación de haber sido ofendido: la victimización. Hay personas que aceptan con gusto el rol de víctima. Siento que eso ocurre cuando tienen miedo de enfrentar sus verdades. El feo no debería sentirse ofendido si lo llaman feo ni la gorda insultada si le dicen gorda; el tonto, pues, tampoco debe sentirse injuriado si se ríen de sus tonterías. Después de todo, no tiene nada de malo ser feo, gordo o tonto, por una parte es mala suerte genética y por otra parte es una montaña de circunstancias tupida de matojos que nunca se descifran a plenitud.
Entonces, cuando revistas, periódicos y articulistas prefieren cancelar el diálogo con los lectores porque se sienten “ofendidos”, me parece que están exagerando sus sentimientos mal tratados. Yo jamás me sentiría herido si alguien me llamara tonto. Pero si quisiera negarme a discutir, sin duda, utilizaría el recurso de hacerme el ofendido. Es lo que han hecho varias revistas y algunos periódicos para cerrar sus espacios a la réplica por parte de los lectores.
Algunos de estos articulistas si no reciben comentarios de felicitación (¿y por qué diantres habría que felicitarlos?), consideran todo lo demás: los cuestionamientos, las correcciones, la petición de pruebas, la refutación, las ironías y demás, como insultos. Y luego, justifican la eliminación de las críticas “porque nomás insultan”. Qué frágiles. Qué frágil voluntad de diálogo. Qué revelador. En el fondo, parece que en tales revistas y diarios no tiene cabida el pensamiento disidente.
3 comentarios:
También a mí me cuesta mucho criticar los vicios sin criticar a las personas. Es un defectillo sin importancia que ha atenazado la literatura moral (fábulas, diatribas, diálogos satíricos…) desde la antigüedad. Pero como digo, no tiene la menor importancia.
Anthony
la importancia es absolutamente ninguna, muy de acuerdo
Anthony, gracias por tus palabras, ojalá pronto podamos platicar de forma más directa, qué tal te ha ido con los Días Lúgubres y con la obra de teatro, y bueno, con todo en general.
Un abrazo
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