Después de que ella realizara un breve movimiento de cejas, que Eulalio tenía registrado como petición, la vio quedarse muda de gestos; sin embargo parecían emitir rayos negros sus ojos: espirales azabaches de luz. ¿Cómo podría registrar tal luminosidad en su libro? ¿Cómo moldearse las palabras para describir aquella destellante sensación? Ella volvió a hablar y él tuvo que hacer un esfuerzo para atender sus palabras.
“Era un corazón, debió caérseme por aquí” Entonces, Eulalio sintió el impulso de elogiarla, pero también sintió una inmóvil incapacidad de expresarse. ¿A través de qué gesto hubiera podido decir: tus ojos son raras espirales, azabaches de luz?
“Creo que no lo has visto”, se dio media vuelta y se empezó a alejar. ¿Por qué dijo eso después de realizar un gesto perfectamente encasillable en la sección de “peticiones de ayuda”? Eulalio no entendió tampoco qué cosa buscaba: el corazón no se puede caer.
Pasó el resto de la tarde viéndola de lejos. Ella al parecer estuvo preguntando y pidiendo ayuda a varias personas. No consiguió encontrar aquello que había estado buscando. Cuando se fue del parque, Eulalio sintió que todo se inmovilizaba, que ya no podía nombrarse nada ni comunicarse nada.
Durante los siguientes días no registró ningún gesto. Eso lo hacía sentir un miedo grande, pero lo peor era que no podía realizar ninguno de sus gestos para expresar miedo. Cuando se colocaba frente al espejo sólo podía mover los ojos, era como si hubiera perdido toda su potencialidad gestual. ¿A dónde se habían escapado tantos gestos?
Quiso Eulalio volver al lugar donde perdió sus gestos para averiguar si los podía recuperar. Miró detenidamente los árboles, las flores, los pájaros. Todo se movía con parsimonia, con un gesto constante de sosiego, aún las aves que con leves movimientos de cabeza demostraban su miedo. De pronto, Eulalio se fijó en las piedras. Tomó una en su mano y vio en ella el gesto de la “amabilidad”. No la palabra ni las letras, el gesto. ¿Cómo una piedra podía tener un gesto? Pero allí no paró lo sorprendente: todas las piedras del parque llevaban en sí un gesto.
Después de recorrer entusiasmadamente los rostros de las piedras, Eulalio descubrió también una mayor animosidad en las cosas del mundo, como si todo quisiera expresarse y hablar, y en verdad todo lanzaba expresiones. Todo se comunicaba: cientos, miles, millones, trillones, cuatrillones de cosas a cada instante. Era imposible aprender tanto, seguir tantos mensajes, quizá por eso mismo el movimiento incesante de los gestos del mundo durante algunos días le había parecido un signo de mudez. Parece mudo lo indescifrable, pero lo indescifrable no es silencioso, al contrario, lanza innumerables señales.
De esa selva de gestos extraños, Eulalio extrajo una piedra, la primera que descubrió llena de expresividad y la guardó. Tal vez sean las piedras mensajes que avienta la tierra.
Pasaron más días, Eulalio a diario iba al parque, ya sin su libreta de gestos, ya no apuntaba obsesivamente cada nuevo gesto, pero disfrutaba mucho su estancia en el parque por la gran cantidad de mensajes que veía. Un rayo de sol deslizándose por los ramajes de los álamos era para él una conversación interesantísima.
Yanina apareció un día y él fue de inmediato hacia ella, al quedar de frente le extendió una mano y sobre la mano la piedra que había guardado durante varios días. Ella dijo algo con la cabeza inclinada y después mirando a Eulalio dijo: “es muy bonita, tiene forma de corazón”. Luego, al mirarse a los ojos se dijeron muchas más cosas, que por ahora es bueno callar.
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