21 may 2010

La primavera

A pesar de los natalicios, resulta imposible comprender en qué momento uno abandona cierta edad y se instala en otra. Si le preguntamos a alguien en qué día de su vida dejó de ser niño, seguro, no sabrá datarlo con exactitud, aunque podría ofrecer un aproximado. ¿Si nuestras vidas fueran en verdad a repetirse eternamente, como soñó Nietzsche, seríamos capaces de encontrar el día exacto en el que ocurrieron los cismas biológicos y psicológicos que nos han trasladado de una etapa vital a otra?


Esto me preguntaba, probablemente, afectado por los baladros del sol de la primavera que en las últimas semanas han atosigado a la ciudad de México. Yo soy de los que no tienen duda de que hace más calor que en otros años, así como también dije durante el invierno que hacía más frío. Me gusta quejarme de la temperatura porque no soy un maldito insensible. Las frases triviales sobre el clima bien pueden ser la semilla de una preocupación seria sobre el cambio climático y sobre la relatividad del tiempo. Pero tanto el cambio climático como la relatividad del tiempo son cosas deshumanizadas que nadie comprende. Sin embargo, desde una perspectiva humana no cabe duda de que conforme uno envejece los días son más veloces. Siento que hace unos momentos estaba contemplando con nieve el Popocatépetl y el Iztaccíhuatl, y nomás pasaron unos minutos y ya llegó la primavera a desaparecer su blancura, y sé que antes de que termine de escribir este texto ya habrá entrado el verano, o si me tardo mucho, quizá sea invierno de nuevo.


El tiempo psicológico y el tiempo cronométrico están ambos contenidos en la madurez de las personas. A diferencia de las estaciones anuales, cuya fecha es precisa, no hay precisión para medir la verdadera edad de un ser humano. Una quinceañera puede ser tanto una niña juguetona, como una madre responsable o una perversa envejecida. Los límites de edad legales que se imponen a los individuos revelan que se le otorga poca importancia al tiempo psicológico, aunque, claro esta, sería caótico no fijar límites de edad cronológicamente.


Lo “cronológico” se usa de preferencia para los sucesos históricos, los cuales son aún más difíciles de fechar con exactitud. Por ejemplo, ¿en qué día concluyó la Edad Media? Unos dicen que con la invención de la imprenta, cuya fecha no es exacta; otros que con el descubrimiento de América, acontecimiento también cuestionable; unos más con el fin de la Guerra de Cien Años o con la Caída del Imperio bizantino. ¿Por qué no con la obra de Lorenzetti o de Brunelleschi? Por esto he decidido proponer mi propia fecha para el fin de la Edad Media y el inicio del Renacimiento: el día en el que nació Simonetta Cattaneo de Vespucci.


No sé quién era aquella mujer, sólo sé que era hermosa. No sobrepasó los 22 años. Casada, pero sin hijos, y quizá con un amante. Es mi novia platónica. Y seguramente fue el amor platónico de muchos, entre ellos, de Sandro Botticceli. Ella fue la inspiración de El nacimiento de Venus y de La Primavera. Vale decir que al morir sugestionó aún más a los pintores y a los poetas, al grado de ganarse el título de la “più bella donna del Rinascimento”.


El Renacimiento es la primavera de la historia, y lo más sublime del Renacimiento floreció en sus imágenes, especialmente en su pintura; y de todas las bellezas del arte renacentista, la Flora de Boticcelli, que es Simonetta y que encarna a la primavera, es la que devino en una de las más representativas imágenes de ese proceso histórico que hizo renacer el amor por lo humano.


El Renacimiento fue la fecundación y la fertilidad, fue marzo convirtiéndose en abril. Fue el período de la gran pintura y la gran literatura. Tal vez no es una época de gran inteligencia como la Ilustración, ni de una explosión emocional como el romanticismo, ni de crisis y profundidad como la barroca, ni de experimentación como la de las vanguardias; pero fue el inicio de todo eso y más, el Renacimiento fue la época de la belleza. Así que no se deberían buscar fechas de guerras o de inventos, de rupturas o de declaraciones para darle un acta de nacimiento. Sería mejor buscar un día bonito, como el día que nació Simonetta, seguramente una madrugada a finales de diciembre de 1453, ya que por su nacimiento las noches se hicieron más breves y más extensas las mañanas, hubo más azul en el mundo, más brillo y más blancura.


¿Aquellas primaveras habrán sido iguales a las actuales? No, en definitiva. Y no sólo por los cambios en la temperatura del planeta, sino porque ya no apreciamos del mismo modo la belleza. Ya se acabó esa época. Ya la calidez del sol no simboliza lo juvenil, sino un cáncer que amenaza al mundo. Venus ha muerto. También Dios, el arte y los valores de la Ilustración, ¿podrá renacer todo lo que ha muerto? He aquí el problema, la primavera debería hacerme ver todo lo que nace y sólo veo lo que ha muerto y, si acaso, lo que me gustaría que renaciera.


Es posible que todo vuelva. Pero cada vez que veo una jacaranda próxima a la miseria, siento miedo de que no renazca para el siguiente año. Más ahora, que ya estamos tan cerca del 2012 y del inminente fin del mundo.

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