No cabe duda de que el narcotráfico es uno de los principales problemas mexicanos y, en cuanto a la seguridad pública, el más grave. No sería respetable mi racionalidad si afirmara que este problema no me importa, pero tampoco sería respetable si me conformara con los lugares comunes y me negara a pensar en este asunto radicalmente. El pensamiento radical está muy mal visto en nuestros tiempos, se prefiere a los que dicen: “probablemente”, “quizás”, “en mi humildísima opinión”, etc. Sin embargo, yo considero que las respuestas radicales son las honestas, se debe pensar en la raíz de los problemas --eso es ser radical--, de otro modo, no puede haber un análisis profundo, asimismo, si uno se conforta con soluciones superficiales, los problemas continúan agravándose.
La génesis del narcotráfico es la arbitrariedad de los Estados para declarar unas drogas legales y otras ilegales. Gracias a esa arbitrariedad, gracias a la prohibición de ciertas sustancias, el narcotráfico tuvo su nacimiento y su rápido y exitoso desarrollo. En retribución, gracias al narcotráfico, los países con narcotraficantes han sido beneficiados económicamente con un flujo asombroso de dólares, además de que estas organizaciones delictivas benefician a las comunidades donde operan: abren caminos, escuelas, reparan casas, reconstruyen iglesias, plazas, etc. Particularmente en México, zonas que históricamente el gobierno ha desprotegido, que ha abandonado a su suerte y que ha golpeado con su irresponsabilidad, se han convertido en zonas amparadas por el narcotráfico, bendecidas por las divisas y han surgido nuevas formas de gobierno y de convivencia, ha surgido el orden y el progreso: el narquismo, la dictadura de los narcos.
Pese a los mutuos beneficios que se otorgan el gobierno y el narcotráfico, existe un discurso hipócrita que trata de inyectarse en la opinión pública, el cual inventa una valentía sin par de parte del gobierno, específicamente de Calderón, para combatir a los cárteles de la droga. Pero este discurso también beneficia a los narcos, gracias a esta soflama, sus ganancias han ido en aumento, gracias a esa supuesta lucha, creció la plusvalía de las drogas, es decir, más ganancias para todos. Por supuesto, el todos significa apenas un puñado de gente.
¿Por qué admitimos que continúe una supuesta lucha que sólo beneficia a los narcotraficantes y a la élite en el poder?
Hago una pausa para pensar en el terror que debe ser vivir en una ciudad gobernada por el narcotráfico y donde, para colmo, el ejército pulule en las calles pisoteando la Constitución. Me imagino el terror de los periodistas en esas ciudades en las que se desayuna con chaleco antibalas e ignoran si han de llegar a la cena. Me imagino el hambre bajo los solazos del desierto, los platos con sólo una embarrada de frijoles y los jacales en medio de una tierra arisca, que si no produce marihuana, no produce nada; también me imagino que sigue apareciendo en televisión el presidente con sus secretarios a decir que vamos muy bien; y me imagino cómo se ha de sentir valiente mirándose al espejo con uniforme militar. Y tantas cruces me imagino en Ciudad Juárez, tantas mujeres bajo tierra, sin nombre y sin justicia; tantos jóvenes, tantas tumbas y tantos pinches discursos, que mi pausa se vuelve puntos suspensivos…
¿Hasta cuándo los ciudadanos tendremos derecho a opinar? ¿Hasta cuándo se acabará con la arbitrariedad de las drogas ilegales?
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