27 dic 2008

Feria y fiesta


¿Quién querría ir a la Feria Internacional del Libro en Guadalajara?


Yo no. ¿Para ver cursilerías, homenajes y académicos echarse porras unos a otros? ¡Éste libro muestra cómo el pulimento de la emoción consigue a través de cúspides verbales embargar los ámbitos cotidianos! O, no hay duda de que Fulanito de Tal con esta novela ha conseguido alcanzar la madurez narrativa y al mismo tiempo se ha instalado como uno de los mejores representantes del infratremendismo mágico-sucio que él mismo inventó.


Es decir, que ya me imagino esas presentaciones de libros en las cuales unos ensoberbecidos universitarios a su muy particular modo imitan a los animadores de cabaret. ¡Con uuuusteeeedeeees, laaadys and geeeentlemaaaan! ¡Damas y caballeeeros, el autor de moda! Denle un fuerte aplauso.


Una imagen muy precisa e infernal de la eternidad es el insomnio, como bien pensara Cioran, y también una lectura de poesía puede ser adecuada para imaginarse los lamentos del purgatorio. Y no menos infernal es la monstruosidad de miles de libros reunidos bajo un mismo techo. Esas medusas librescas que otros llaman estantes con novedades, a mí me causan terror. Para dirigir una megabiblioteca hace falta estar ciego, impedido para leer, como Borges. De esa manera el pánico ante tanta palabrería encuadernada se vuelve tolerable.


Por eso preferí asistir a los quinceaños de mi sobrina. Como buen ateo llegué impuntual a la iglesia. Luego, durante las primeras y sobrias horas de la fiesta, frente a los adornitos, las pláticas presuntuosas, los vestidos rosas, el pastel y el vals, en verdad, que me regocijé de no estar entre escritores y miles de lectores. ¿Cómo cambiar una conversación sobre la narrativa italiana contemporánea a una sobre lo gordo que se ha puesto el primo de no sé quién?


Necesitaría estar loco para preferir contemplar una vez más El Hombre en llamas de Orozco que a mis sobrinos bailando una coreografía hip-hopera. ¿Qué insensato preferiría la retórica de un escritor consagrado a la de un padre orgulloso de su retoño?


Esas disquisiciones estaba cuando por fin sirvieron el tequila. Me abalancé casi sin decir salud, hasta el fondo. Era el único que lo bebía solo, sin el infame refresco. ¡Qué análisis tan profundos en mi mesa se daban sobre el tema de moda! Lamentablemente no recuerdo cuál era. Comprendí que necesito al menos tres tequilas para formarme una opinión sobre la economía política de nuestro país.


Mis sobrinos menores de edad me invitaron a que me uniera a su mesa para que también les dejaran a ellos una botella. Yo no estaba tan dispuesto a complacerlos porque me hubiera parecido inmoral irme de mi mesa sin beberme todos los tragos que me correspondían. Ya me empezaba a sentir feliz de escuchar a un imitador de Vicente Fernández en vez de esos conciertos gratuitos que se ofrecen en la Feria Internacional del Libro.


Sin embargo, en algún momento ya estaba al lado de mis sobrinos oyéndolos gritar: ¡fondo, fondo, fondo! Y luego alguien me propuso bailar, qué bailen los borrachos, dije, y seguí bebiendo. Y riendo, y las luces, y todos como locos le hacían al spelling: W, M, C, A, y empecé a mover los brazos, y a servirme otra y creo que devoré un pedazo de pastel, que alguien puso delante de mí.
¡Qué vivan los novios! Grité, porque la fiesta ya estaba rebuena. Sonaba una típica canción de Rostros Ocultos, y yo creo que todos aprovecharon para ponerse una cara muy difusa, porque yo ya no distinguía a nadie. Llegando a la fiesta, ¡pues me tomo otra porque vamos llegando!, te veo besándote con otro, ¡qué poca madre!, yo no lo quiero, hoy te tengo que olvidar, claro que sí, pero ¿qué es lo que yo tengo que olvidar? Olvidóseme el olvido.


Era el remedio olvidar, decían en la Edad Media, y olvidóseme el… ¿qué se me olvidó? Que esto que l’otro, salud. ¡Que expriman las botellas! Beatus ille cuium vivere est bibere. En otras palabras: ¡Queremos barra libre!


Y cuando desperté, la fiesta ya no estaba ahí…

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