19 nov 2008

Kant y Remi

No creo que Kant y Remi sean antagónicos. El otro día, mientras veía el capítulo cinco de Remi, creo que comprendí la filosofía de la historia.

Sin familia es el nombre de la novela de Hector Maulot, en la que se inspiró esa caricatura, acaso la más significativa de la década de los ochenta. Remi es un niño obligado a vagar y a enfrentarse al hecho de no tener familia. Un Oliver Twist cualquiera, dirán algunos, bueno, parecido, pero no. Hay que olvidarse un poco del tópico y concentrarse en el símbolo.

El tapiz humano se entreteje con hilos de locura, escribió, poéticamente, el señor Kant. Y eso debe significar que si nos subimos a un puente y contemplamos los rebaños histéricos de automóviles o a las ocho de la mañana las estampidas de oficinistas en el transporte público, nos parecerán tales imágenes propias de seres errantes. Animales políticos que no saben ser ciudadanos.

Nos creemos superiores al resto de los animales, nada más porque fuimos expulsados del paraíso de la irracionalidad. Superiores por la gracia de tener más sensibilidad para el drama.

Remi vivía feliz con su madre. Y sin padre. Cuando éste regresó, él fue expulsado del edén de Chavanon. Ya antes había visto cómo, por problemas económicos, su madre había vendido a la vaca que los alimentaba y que era su única amiga. Craso error. El hombre no puede ser amigo de los animales. Debe explotarlos, tomarlos como medios y no como fines. En algún momento, dice Kant, el hombre dejó de considerar a los animales como compañeros de la creación, compañeros del mundo, y los empezó a ver como productos, la vaca y la cabrita son leche y queso, la paciente oveja es lana y el león, espectáculo, entretenimiento.

Pero si el ser humano ha decido beneficiarse de los animales que le resulten provechosos, es bajo el entendido de que no se debe tratar a otro humano como si fuera una bestia. Es decir, la ética debe normar las relaciones humanas, y en cambio, la conveniencia regir el trato con las bestias. No hay que tomar a otro ser humano como un medio, sino como un fin en sí mismo. Se puede tener un perrito para sentirse acompañado, pero no un hijo.

Sin embargo, Remi no ve a la vaca como leche y queso, sino como a Rouset, su amiga. Y para él también son amigos los perros de la compañía del signor Vitalis, no mascotas ni empleados, sino compañeros del mundo, tan hijos de la creación como cualquiera, fines en sí mismos.

Hector Maulot nació en 1830, Kant en 1724. En ese siglo que los separa, nació la música de Schubert. Melancólica y sonriente, compasiva, romántica. De la razón pura al sentimiento puro. Y luego, al realismo. No hay razón ni sentimientos puros cuando se tiene hambre.

El realismo no es otra cosa que la conciencia de que existe el hambre. Uno no es tan humano que no estrangule un día / pájaros sin sentir herida la conciencia, escribió Miguel Hernández, el gran poeta que padeció la cárcel y la angustia de tener un hijo hambriento que de sólo pan y cebolla se alimentaba cuando aquella guerra fratricida.

En otras palabras, uno puede ser amigo de las vacas, siempre y cuando no se tenga hambre y no estén los bolsillos sin un franco, o sin un euro, o sin un peso ni un centavo. Por el hambre, Remi, como la vaca, fue vendido a Monsieur Vitalis. Al señor de la Vida. Al extranjero errante, al artista de las calles. Remi, como todos los hombres, fue abandonado a la vida. Alguien pensó que la vida era una madrastra, no una madre, alguien como el señor Vitalis, con espaldas anchas, que nos muestra que no todo es pecho.

El hombre tiene una inclinación a entrar en sociedad. Dice Kant. Para mí que esto significa que se disfruta tener un rostro junto a uno cuando es la hora de la comida. Y que no es agradable medir con minuciosidad la cantidad justa de sal cuando uno va a comer a solas. Significa que el hombre desea tener una familia.

Conviene decir que la familia no es una proximidad genética o una compatibilidad sanguínea, sino una comunión espiritual. La familia es algo que se pierde conforme uno va creciendo y se va distanciando de los que viven bajo el mismo techo. La familia es algo que se busca en las fiestas, en los estadios, en los centros comerciales, y también en la oficina y en la escuela y en los ojos de los limosneros.

La vida es la errancia en busca de una familia
Y acaso la verdadera familia es la errancia
Hay que seguir para saber...

El hombre tropieza en sí mismo con la cualidad insocial. Según Kant, porque somos unos mandones, queremos que las cosas se hagan a nuestro gusto, gobernar a los otros como gobernamos a los perros y a los corderos, y porque todos estamos así, con el deseo de imponernos, con el deseo de que las cosas sean a nuestra medida, nos levantamos a diario y nos cepillamos los dientes, contrariando esa disposición natural que nos ordenaría quedarnos bajo las sábanas. Porque queremos un elogio o un mejor celular y demostrar que valemos más que nuestros vecinos. Al menos eso creía Kant. Y hasta se atrevió a bendecir el afán de poseer y de mandar. 

A don Emmanuel Kant le pudo parecer bien que Remi perdiera la quieta satisfacción en la que vivía tras las faldas de su madre y se entregara al trabajo y al penoso esfuerzo. Ya que así logró desarrollarse, aprendió a leer y a escribir, a cantar, a tocar el arpa, a valerse por sí mismo, a resistir el hambre y a mantener el orgullo a pesar de todo.

¿El progreso justifica el sufrimiento de un niño de ocho años? ¡Pinche Kant!

El fin del ser humano no debiera ser el progreso, a mí qué me va a importar que los nietos de mis bisnietos vivan más cómodamente. Que, además, como van las cosas no va a ser así. Aunque tampoco creo que el sufrimiento de un niño sea tan grave como pensaba Dostoievski. 

Volviendo al tema, aunque algunos alemanes no lo crean, no fue la voluntad de poder la que hizo que Remi aprendiera el alfabeto, sino el deseo de comunicarse con su madre, para entender los mapas y encontrar el camino de regreso. Se trata de la familia, de poseer una familia, he ahí la sociabilidad, aunque ahí mismo, es cierto, la insociabilidad. El concepto de familia está ligado al de los extraños. Las puertas del hogar se cierran, y para que haya paz, no debe haber vecinos molestos. Esto se llama insociable sociabilidad: poner una casa al lado de otra para desconocer el nombre de los vecinos.

Toda la cultura y todo el arte son frutos de la insociabilidad. Esto significa que para conquistar a una mujer aprendemos a tocar la guitarra, a recitar poemas, vamos al gimnasio y hasta oímos la música que ella prefiere. Con tal de demostrarle que somos mejores que el otro, que valemos más, que será más dichosa con nosotros, con tal de poseerla un día o, mejor dicho, de poseer una familia, competimos, nos estiramos, acaparamos los frutos de la insociabilidad con tal de que alguien nos quiera diariamente.

Gracias al arpa, Remi encuentra a su madre. A la auténtica. A la señora Milligan. Resultó que era inglés. Se reconocieron espiritualmente, sin reconocerse a conciencia. Daba igual porque de todos modos somos huérfanos. La verdadera, pero en verdad, la verdadera madre es la felicidad. Y a ese vientre no regresaremos.

Es agradable tener una madre que te pregunte si estás bien, que desconfíe de tus pretextos, que platique de los chismes cotidianos, que trate de ser consuelo y confidente. Pero la madre no puede ser amante, y la amante no puede ser hija, y la hija no puede ser amiga, ni la amiga, madre. La familia no alcanza a ser siempre familia.

Queremos cerrar la puerta para protegerla y resulta que no hay nadie dentro. Que hay que salir a buscarla, caminamos y caminamos en su búsqueda. Padecemos la errancia, la orfandad y el deseo de llegar a casa. A un lugar habitable.

3 comentarios:

Lata dijo...

Como últimamente andas de grinch y ano sé si comentarte...

Pero bueno, préstame aquél libro y, todavía más cursi yo, nunca vi Remi. Me rompía el corazón. Y a esta vida no se vino a sufrir. Punto.

Antonio Rangel dijo...

El libro de Fadanelli sólo lo tengo en copias, pero si quieres, así, te lo presto.
También te podría prestar la serie de Remi, aunque no es mía.
Y si a esta vida no se vino a sufrir, tampoco se vino a huir del sufrimiento. Así como Kant elogió el antagonismo de la naturaleza humana que lo lleva a progresar, Remi prefirió la vida dura, de penoso esfuerzo para tener un mejor corazón.
Es como decir que lo verdaderamente valioso de la felicidad es el sufrimiento que conlleva buscarla.

Anónimo dijo...

Hola a los dos:

Lo que todos deseamos es felicidad. Lo que no queremos es sufrimiento. Pero el sufrimiento está en la vida. Huyendo del sufrimiento no se puede lograr la felicidad. Tenemos que ver al sufrimiento y reconocerlo como condiciones que pueden ayudar a reconocer la felicidad y disfrutarla.Hay que reconocer el sufrimiento y percibirlo como algo necesario para la felicidad. La práctica de la transformación del pensamiento no pretende evitar los problemas, sino que te permite usarlos para desarrollar tu mente. Lo que no significa que no sufrirás, que no tendrás problemas, que no te dañarán tus enemigos, significa simplemente que no te trastornarán. Así que el sufrimiento te ayuda a crecer. Y, perdón, pero en esta vida hay mucho sufrimiento, sólo que si entrenas la mente, si cambias la forma de mirar la vida, ese sufrimiento puede dejar de ser un grave problema. Eso es lo que creo. Por lo poco que he visto de Remi creo que el fue alguien que entendió esto y no le tuvo miedo al sufrimiento sino que lo enfrentó, lo vivió y lo dejó ir.

Un abrazo a ambos

Bal