7 abr 2016

Los gérmenes de la bella época

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La bandera del segundo imperio francés fue destruida en México y un poco más tarde fue hecha añicos en la guerra franco-prusiana. Aun cuando Napoleón III había sido vencido, los parisienses tuvieron que resistir otros cuatro meses un sitio que dejó más de veinte mil muertos y la coronación en Versalles de un emperador alemán, lo cual algunos historiadores consideran humillante.  En mi opinión tal humillación no vale nada frente al hambre que padeció la gente de París. Es posible que de aquellos sufrimientos naciera el espíritu solidario, rebelde y autogestivo de la Comuna.

¿Qué fue la Comuna? Setenta y dos gloriosos días que aterraron a la burguesía, pues sólo eso duró aquel experimento de justicia, solidaridad y verdadera democracia hecho principalmente por obreros. Aquellos comuneros establecieron pensiones para las viudas y los huérfanos, suprimieron las clases de religión obligatorias y abrieron la puerta al sufragio universal. Comenzó el 18 de marzo de 1871, a punto de comenzar el mes germinal. Terminó cuando las autoridades francesas de la Tercera República, o bien, ese monstruo inhumano de la modernidad llamado Estado, calle por calle, destruyera barricadas, masacrara a diecisiete mil personas y capturara a otras cuarenta mil.

Así, con sangrientos ríos de inocentes fusilados, comenzaron en Francia y en el resto de Europa unos años de paz, es decir, de represión, de disidencia silenciada y de pactos oscuros; años de hipocresía victoriana y de supuesta gilding age, un tiempo que coincidió con nuestro cacareado porfiriato y que suele suscitar la nostalgia de los cursis: La Belle Époque. 

¿Por qué esos años que van de 1871 a 1914 han sido mitificados? La bohemia, el Moulin Rouge, el burlesque, el can-can y los afiches de Toulouse-Lautrec. Sí, todo eso tiene su encanto, pero no me hacen olvidar “La Trucha” que pintó Courbet desde la cárcel. Para mí esas décadas se sobrevaloran, en retrospectiva, por el contraste que hacen con la barbarie de las dos grandes guerras europeas y el auge de los fascismos. Aunque supongo que durante la bella época la gente sí llegó a maravillarse con la fotografía y la dinamita, el telégrafo y el teléfono, el fonógrafo y la luz eléctrica, etc., tales cosas fueron símbolos del poder de las ciencias naturales.

La ciencia muchas veces causa un deslumbramiento semejante al chamanismo. Eso fue lo que ocurrió con algunos que sin verdadera formación científica llegaron a conclusiones racistas, ideológicas y mágicas, según ellos basados en el método científico. Me refiero a los lectores de Comte, Taine y Spencer. No a esos autores, sino a quienes los divulgaron, porque aquellos ideólogos positivistas nunca escribieron las tonterías que sus divulgadores sostuvieron y que se pueden resumir así:

La sociedad humana se divide en fuertes y débiles. Los fuertes tienen derecho a someter a los débiles. Los fuertes se apoyarán en la ciencia para progresar, mientras que los débiles recurrirán a la religión porque están incapacitados para ser libres, por lo tanto, los europeos deben colonizar África, Asia y Oceanía. Mientras que América debe reconocer que su grado de civilización depende de su proximidad con Europa.

El positivismo vulgar que anduvo en los salones de fiesta, en los artículos periodísticos, en los cafés, en las clases de preparatoria, no era sino un instrumento ideológico para justificar el imperialismo, el racismo y la desigualdad económica. Yo no puedo evitar entristecerme cada vez que escucho un eco positivista, ya sea en una lectura o en la boca de algún trasnochado.

La idea positivista de que las ciencias naturales pueden meter sus narices en todas las cosas humanas tuvo su correlato literario en el naturalismo. Emile Zola predicó la posibilidad de hacer una novela experimental, siguiendo el método del doctor Bernard y, realmente, sus propuestas fueron influyentes en la historia de la literatura, pero debería estar clarísimo que se quedó muy lejos en la práctica de su teoría. Sus novelas son narradas mediante una tercera persona omnisciente que manifiesta prejuicios típicos de su época. Yo pienso que el naturalismo debería llamarse zolaísmo y tan tan, adiós a las polémicas bizantinas de los filólogos ociosos que aun discuten qué cosa es o fue el naturalismo.

Lo importante es que Zola fue el escritor más influyente en Francia, por ende en el resto de Europa por aquel entonces. Y es un hecho contrastante que durante esos años decorados por los tonos cálidos de la pintura impresionista, lo más destacado en la novela fuera calificado como sórdido, soez y grosero. Por supuesto que el estilo de Zola no merece esos insultos. Por el contrario, debería ser elogiado por sus virtudes para enhebrar secuencias narrativas, por fabricar minuciosas verosimilitudes y por la finura de sus sugestivas descripciones. Claro que Flaubert había iniciado en ese arte de narrar con la perspectiva que hoy llamaríamos close up, pero Zola lo superó, para mí es el primer escritor plenamente moderno.

Cuando se publicó Germinal, la novela más célebre de Zola, en 1885, acá en México, Heriberto Frías, entonces un muchacho que repartía impresos de una librería francesa, se enamoró de esa obra y unos años después con el seudónimo de “Germinal” firmó muchas de sus colaboraciones en periódicos mexicanos combativos. Sin duda, Frías fue entre nuestros escritores quien mejor asimiló la influencia de Zola.

Germinal si bien es realista, cuenta una historia simbólica: ciertos mineros que viven bajo tierra, ajenos al sol, con hambre y con sed, sin aire y sin justicia, empujados por las palabras de un joven, organizan una huelga. La historia no acaba bien porque a Zola le parecía que la justicia poética era contraria a la realidad, pero el desenlace es lo suficientemente incierto como para que surja más de una interpretación, de tal suerte unos lo juzgan desesperanzador, otros lo ven como profecía de redención.

Hay que recordar que germinal en el calendario republicano francés es el mes que se corresponde con nuestro marzo. La novela comienza en un marzo y en otro marzo finaliza, tal circularidad refuta la flecha del progreso que tanto se estimó durante la bella época. Esa circularidad no es pesimista ni optimista. ¿Qué es? Yo no puedo concluir algo preciso sobre la circularidad, que concluya Zola:

Echó a andar más de prisa, contemplando el espectáculo grandioso de la naturaleza, que a tal punto contrastaba con la vida sombría de aquel pueblo subterráneo de esclavos. Pero allí abajo también crecían los hombres, un ejército oscuro y vengador, que germinaba lentamente para quién sabe qué futuras cosechas, y cuyos gérmenes no tardarían en hacer estallar la tierra.

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