11 nov 2014

Duelo

Ayotzinapa, en el mejor de los méxicos posibles, se volverá una palabra que habrá de evocar tranquilidad y esperanza. Tales dones es preciso trabajarlos admitiendo la realidad.

Porque podemos negarnos y asegurar que el presidente y el procurador mienten, los peritos y las fosas mienten, las cenizas y los huesos mienten. Y están vivos los estudiantes. Pero no. Es triste ver a los padres mendigando por una esperanza de recobrar a sus hijos. Pero ya nunca más los verán. Nadie secuestra a 43 personas. Fueron asesinados y no importan para propósitos de duelo ni para darle un giro político a esta tragedia los detalles morbosos de este crimen.

Tengamos compasión, no pidamos imposibles.

Vivos se los llevaron y ya no podrán regresar ni siquiera como cadáveres.

De nada sirve que haya otro gobernador, de nada sirve que Peña Nieto renuncie, de nada sirve quemar la puerta de Palacio Nacional, o bien, sirve todo eso para otros fines: para redirigir el agua a otros molinos, para que sean encarcelados otros inocentes, para que otros corruptos tengan oportunidad de medrar de nuestro presupuesto. Los estudiantes de Ayotzinapa no volverán a las aulas, no levantarán las manos ni la voz para decirnos su nombre ni para sembrar su tierra con semillas sin ira y estudio. Ninguno de los secuestrados y asesinados. No se negocia con la muerte.

Hemos perdido, como miembros de esta nación, además de cuarenta y tres valiosas vidas, varias ilusiones. La ilusión de que todos los muertos que celebraba cotidianamente Calderón eran narcos, la ilusión de que con las reformas que acordaron los dirigentes de los tres más poderosos partidos políticos México ya era país de progreso y estabilidad, la ilusión de que los medios de comunicación no son simples voceros, timoratos, hipócritas, sensacionalistas, despreciables chorreadores de tinta, fariseos de las tragedias públicas, incapaces de servir a la sociedad. La ilusión de que los organismos defensores de los derechos humanos sean otra cosa que testigos pazguatos, la ilusión de que hay artistas capaces de interesarse en algo más que su espejo, la ilusión de que los anarquistas además de estupideces podrían realizar alguna acción política alguna vez. Pero queda en pie la ilusión más grande: la ilusión de que la sociedad en su mayoría está interesada en lo que ha ocurrido. Mentira, están interesados en sus quehaceres, su chamba, el transporte, el chisme vecinal y familiar. A la mayor parte de los mexicanos no les interesa que policías municipales por órdenes de un alcalde hayan secuestrado y asesinado a decenas de muchachos que protestaban por las condiciones de pobreza e inseguridad. Y algo peor, la mayoría no se preocupa porque ni siquiera se ha enterado.

¿Pero los demás cuándo se enterarán que Abarca no es el único responsable ni tampoco sus policías o los desalmados narcotraficantes, tampoco Peña Nieto o el infame Calderón o el ególatra de López Obrador? Claro que ellos son culpables, pero también el resto, especialmente en este país de la simulación, todos somos culpables y todos somos víctimas. Por eso mismo debemos ser más compasivos. Debemos comprender más y odiar menos. Aceptar la realidad.

La realidad es que han asesinado a cuarenta y tres jóvenes cuyo único delito era querer mejorar la vida de nuestro país, delito que parece insensatez, pues podría lucir más conveniente huir y no volver la vista a México jamás, pero estoy seguro de que los mexicanos no hallaremos un mejor país que éste que nosotros hicimos. Ahora nos toca seguirlo construyendo.

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